El norcoreano Kim Moon-saeng tiene 81 años, pero camina por las subidas y bajadas de la Villa Cultural de Gamcheon, en la ciudad de Busan (Corea del Sur), con una energía que cuesta igualar. No solo resalta por el chaleco naranja que se ha puesto para liderar nuestro recorrido, sino por la claridad y el tono apacible con que explica la historia de su aldea, construida como hogar para un millón de refugiados en los primeros años de la Guerra de Corea (1950-53) y transformada desde el 2008 en una importante atracción turística llena de arte y color.
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El señor Kim, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de la Villa Cultural de Gamcheon y guía turístico por vocación, nos lleva a un pequeño museo y, sin saberlo, nos acerca más a la aldea cuando cuenta su propia historia. Llegó a Gamcheon en 1956 junto a sus cuatro hermanos mayores. En ese entonces tenía 13 años y sus padres habían muerto durante la guerra. Busan no fue una elección casual. La ciudad portuaria -la única que no fue conquistada por el ejército de Corea del Norte- sirvió como capital provisional de Corea del Sur durante el conflicto y refugiados empobrecidos de todo el país se volcaron a ella en busca de ayuda y seguridad.
—¿Qué recuerdos tiene su niñez?
Recordar la niñez es pensar en los momentos más difíciles de mi vida. Es volver a la época en la que vivía como refugiado. Viví en paz hasta que tuve ocho años, pero cuando se desató la guerra tuve que sobrevivir desplazándome. Vivía unos días en una región y otros días en otra. Estuve así hasta que a los 13 años llegué a Busan y esta villa se convirtió en mi hogar.
—¿Cómo era la vida de los refugiados en Busan en ese entonces?
La villa de Gamcheon fue la primera aldea que se construyó para los refugiados. Se hizo en la zona montañosa. Las casas estaban muy pegadas. Al inicio había un baño para cada 40 hogares. Muchos construyeron sus casas con materiales y artículos que dejaron los estadounidenses que pelearon en la guerra. En 1955 se construyeron 800 casas y para 1957 ya habían 5400 viviendas. Todos eran refugiados, la mayoría de los que venían de Corea del Norte eran de Pyongyang.
—¿De qué vivían?
Los que ya vivían aquí se dedicaban a la pesca pero luego llegaron más y más refugiados. Todos empezaron a trabajar como obreros o vendedores. En ese tiempo no había autos. Todos iban caminando al mercado a trabajar.
—¿Qué tan difícil fue para usted empezar de nuevo en Corea del Sur?
Yo tenía 13 años y no podía ir a la escuela, entonces empecé a trabajar. Vendía un postre que se llama bingsu en el mercado internacional de Busan y después de ganar dinero abrí mi fábrica de plásticos. Por un tiempo también vendí CD.
—¿Cómo es la vida ahora en la villa de Gamcheon?
Como las casas originales eran muy antiguas, en los años 70 se construyeron nuevos inmuebles que ya tenían luz y agua. Esta vez con cemento. Los residentes pagaron para hacerlo. Hoy hay 4 mil hogares en la villa y la población es de 6 mil. En cuanto a los residentes, casi no hay personas de los tiempos de la guerra en la villa. Aquí solo viven personas mayores. Yo tengo dos hijos y una hija, pero se mudaron a un departamento en otro lugar y ahora solo vivo con mi esposa.
—La aldea es hoy un punto turístico muy importante gracias a su historia, sus casas de colores vibrantes, sus murales artísticos y sus negocios. ¿Cómo se organizan los residentes para sacar adelante a la villa?
Desde el 2008 decidimos volver la villa un lugar cultural y pintamos las casas. Durante la semana recibimos 8 mil visitantes y los fines de semana hasta 10 mil. Aquí se generan ingresos con el turismo y varios negocios administrados por esta villa. El 40% de los ingresos van para los residentes y el 60% para pagar salarios. Somos los vecinos de la villa los que administramos los restaurantes y puestos, y con eso podemos devolver dinero a los residentes.
—¿Cómo se siente al trabajar como guía turístico y recordar los tiempos de la guerra?
Es difícil de entender si uno no experimenta la guerra. Nosotros solo decimos que pasábamos mucha hambre porque no había arroz, a veces las generaciones jóvenes no lo entienden. Yo soy vicepresidente de esta villa y junto a autoridades de Busan hicimos un proyecto para dar a conocer esta zona. Ahora trabajo como guía con mucho orgullo y afecto por la villa.
—¿Le gustaría seguir siendo guía?
No tengo tanta fuerzas como para hacer otros trabajos, pero si es un empleo para dar a conocer la villa me gustaría hacerlo hasta que pueda. Quiero que todos conozcan el encanto de mi villa. Y creo que es importante que lo haga alguien que la conozca. Si alguien que no ha vivido aquí presenta la historia, puede distorsionar la verdad.
—¿Qué piensan los residentes de las amenazas que llegan de Corea del Norte?
Los que vivimos aquí no hacemos caso a las amenazas de Corea del Norte. Todos nos consideramos muy surcoreanos y eso es lo más importante para nosotros.