Milagros Asto Sánchez

Lee Wan Bae observa Corea del Norte desde su aldea, pero las amenazas que llegan desde Pyongyang no le causan temor. Lo que importa, dice mientras traza una línea fronteriza imaginaria con el índice, es que los residentes de la villa surcoreana de Tong-il chon saben qué hacer si ocurriera una emergencia de seguridad o si aumentan los lanzamientos de misiles de Kim Jong-un: llegar al punto de encuentro establecido y seguir las instrucciones de los militares. Lo último jamás será negociable.

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