Cuando la guerra de Corea terminó en 1953, alrededor de 50.000 prisioneros surcoreanos se quedaron en el norte.
Muchos terminaron en campos de trabajo forzado, otros fueron asesinados. Ahora sus hijos luchan por recuperar su memoria.
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No importa cuánto lo intente. Lee no puede recordar lo que pasó después de que su padre y su hermano fueran fusilados.
Aquello sucedió hace tres décadas y Lee tenía alrededor de 30 años.
Sí se acuerda de lo que había ocurrido antes.
Los agentes de seguridad la arrastraron hacia un estadio en una localidad remota de Corea del Sur llamada Aoji.
Allí la obligaron a sentarse a esperar bajo un puente de madera.
Un camión llegó, se detuvo y bajaron dos hombres escoltados. Eran su padre y su hermano.
“Los ataron a unos postes, les llamaron traidores de la nación, espías y reaccionarios”, le contó Lee a la BBC.
Es en ese momento cuando su memoria comienza a fallar.
“Creo que estaba gritando. Se me dislocó la mandíbula y un vecino me llevó a casa para recolocarla”.
Los prisioneros olvidados
El padre de Lee fue uno de cerca de 50.000 prisioneros de guerra que se quedaron en Corea del Norte tras la contienda.
A estos prisioneros se les reagrupaba contra su voluntad en el ejército norcoreano y se les obligaba a trabajar en proyectos de reconstrucción o minería durante el resto de sus vidas.
Cuando se firmó el armisticio, el 27 de julio de 1953, los soldados surcoreanos asumieron que pronto habría un intercambio de prisioneros y que serían enviados a casa.
Pero un mes después de acordar la tregua, el presidente de Corea del Sur, Syngman Rhee, liberó unilateralmente a más de 25.000 prisioneros norcoreanos para sabotear el cese al fuego.
Quería que las fuerzas de las Naciones Unidas le ayudaran a reunificar el país bajo el control de Corea del Sur.
Para muchos, esta decisión complicó la repatriación de los prisioneros surcoreanos al otro lado de la frontera.
El norte solo envió de vuelta a una pequeña parte de sus cautivos. Corea del Sur olvidó pronto a los suyos.
Cuando los presidentes de las dos Coreas se han reunido a lo largo de los años, los prisioneros de guerra nunca están en la agenda.
Una marca negra
En el norte, la familia Lee era considerada defectuosa.
El padre de Lee había nacido en el sur y peleado junto a las fuerzas de las Naciones Unidas en contra del norte. Aquello era una marca negra en su contra.
El bajo estrato social de la familia les relegó a trabajos exigentes y perspectivas desalentadoras. Tanto el padre como el hermano de Lee trabajaban en minas de carbón, donde los accidentes eran frecuentes.
El padre de Lee soñaba con volver a casa cuando el país se reunificara. Tras trabajar, contaba a sus hijos las historias de su juventud.
A veces motivaba a sus hijosa escapar al sur. “Me darán una medalla y ustedes serán considerados como los hijos de un héroe”, solía decir.
Pero un día, el hermano de Lee mencionó las ideas de su padre mientras bebía con unos amigos. Uno de ellos lo reportó a las autoridades. En cuestión de meses, el padre y el hermano de Lee estaban muertos.
En 2004, Lee se las arregló para huir a Corea del Sur. Allí se dio cuenta del error de su padre: su país no le consideraba un héroe. Poco había hecho para traer a sus prisioneros de vuelta a casa.
Los soldados que se quedaron en Corea del Norte sufrieron. Les consideraban enemigos del Estado, que habían luchado en el “ejército marioneta”.
Les asignaban el estatus más bajo en Corea del Norte, llamado “songbun”.
Ese estatus es hereditario y a sus hijos no se les permitía ir a la universidad o elegir su profesión.
Abandono
Choi era una estudiante estrella, pero le era imposible ir a la universidad por el estatus de su padre. Una vez le gritó: “¡Eres una escoria reaccionaria! ¿Por qué no regresas a tu país?”
Su padre no devolvió el grito, pero le dijo abatido que su país era demasiado débil para repatriarles.
Ocho años después, Choi abandonó a su padre, esposo e hijos y huyó al sur.
El padre de Choi ahora está muerto. Y en Corea del Sur, sobre el papel, no tenía padre. Los documentos oficiales decían que había muerto en la guerra.
Huesos en una maleta
40 años después, Son Myeong-hwa recuerda a la perfección las últimas palabras de su padre en el lecho de muerte. “Si te vas al sur, lleva mis huesos contigo y entiérralos donde nací”.
El padre de Son era un soldado surcoreano. En el norte fue forzado a trabajar en minas de carbón y una empresa maderera durante décadas y solo se le permitió volver a casa 10 días antes de morir de cáncer.
Son huyó en 2005, pero le tomó ocho años traer los restos de su padre desde Corea del Norte. Pidió a sus primos exhumar los restos y llevarlos a un negociante en China.
Se necesitaron tres maletines. Dos amigos vinieron, pero fue Son quien cargó con el cráneo de su padre.
Son protestó durante más de un año por el reconocimiento del estatus de su padre como soldado expatriado. Al final, logró enterrar sus restos en un cementerio nacional en 2015.
“Pensé que había cumplido mi deber como hija. Pero me rompe el corazón cuando pienso en que expiró su último aliento allí”, dice.
Son descubrió después que su familia pagó un precio terrible por el entierro. Sus hermanos en el norte fueron enviados a prisiones políticas.
Reconocimiento
Ahora Son lidera la Asociación de Familiares de Prisioneros de Guerra de Corea, un grupo que lucha por un mejor trato a las cerca de 110 familias de soldados surcoreanos que jamás regresaron a casa.
A través de una prueba de ADN, Son pudo demostrar que era la hija de su padre, lo cual era esencial para reclamar compensaciones de Corea del Sur.
Incluso si logran escapar al sur, los hijos de los prisioneros de guerra no son reconocidos oficialmente y muchos de los no repatriados fueron considerados muertos o desaparecidos.
Solo un puñado de prisioneros de guerra que lograron escapar al sur recibieron parte de los impagos. Los que murieron en cautiverio en el norte no tenían derecho a ninguna compensación.
En enero, Son y sus abogados presentaron el caso ante el tribunal constitucional, argumentando que las familias de los presos que murieron en el norte habían sido tratadas injustamente y que el gobierno no había hecho nada para repatriar a los presos.
“Estábamos muy tristes de nacer como hijos de los prisioneros y fue aún más doloroso ser ignorados incluso después de venir a Corea del Sur”, dijo Son.
“Si no podemos recuperar el honor de nuestros padres, las horrendas vidas de los prisioneros de guerra y sus hijos serán olvidadas”.
Algunos nombres fueron cambiados por protección.
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