A Pablo García Oliver se le “reinició” la vida un 26 de diciembre de 2004.
Aquel fatídico día un tsunami arrasó en el océano Índico, acabando con más de 200.000 vidas en los países que fueron afectados directamente por la catástrofe.
Millones de personas, si bien sobrevivieron a la furia de la ola gigante, terminaron con sus casas y ciudades destruidas y sin apenas pertenencias.
El desastre natural, uno de los más mortíferos de la historia, impactó con fuerza 14 naciones, entre ellas Indonesia, Sri Lanka, partes de India y Tailandia, país este último donde se encontraba el argentino Pablo García Oliver, quien estaba de luna de miel con su esposa.
La gran ola le sorprendió en pleno mar; le sacudió, le desplazó y le mantuvo luchando con el agua hasta que la falta de aire casi le parte el pecho por la presión.
Consideró su salida a la superficie, casi ahogado y sin fuerzas, como una mezcla de suerte y ayuda divina.
Muchos de los turistas de decenas de países que se encontraban de vacaciones en la región murieron, pero García Oliver fue uno de los sobrevivientes.
Ahora vive en Buenos Aires junto a su familia, trabaja como arquitecto y ha superado, aunque no ha olvidado, la traumática experiencia.
Este es el testimonio que le dio a BBC Mundo sobre lo que vivió aquel 26 de diciembre de 2004.
“Omnipotente”
Yo estaba empezando una nueva vida.
Entonces, era un abogado joven que recién ingresaba en la década de los 30 años y me había casado con mi mujer.
Decidimos irnos de luna de miel a Tailandia, un sitio en el que nunca habíamos estado.
Si tuviera que describir cómo me sentía entonces, te diría que me creía prácticamente omnipotente, que nada me podía pasar. Me sentía eterno y lleno de juventud. Por delante tenía una nueva vida en matrimonio con el propósito de formar una familia.
Es increíble que lo que me pasó sucediera de esa forma, en ese momento y en ese lugar, con tantos factores de felicidad alrededor.
En el día de la tragedia nos encontrábamos en las islas Phi Phi, unos pequeños bloques de tierra situados cerca la provincia tailandesa de Phuket, al sur del país. Son conocidas porque en una de ellas se filmó en 2000 la película The Beach, protagonizada por Leonardo DiCaprio.
Sin alerta
Si me pides una palabra para contar cómo sucedió todo, elegiría inesperado. No recibimos nunca una alerta. Nada.
El 26 de diciembre estábamos hospedados en un hotel cerca de la bahía, desde donde se tomaban pequeños botes de excursión para turistas.
La playa donde estábamos no tenía arena. Era una zona de puras rocas.
Los botes salían desde una balsa amarrada a una especie de pasarela de madera que conducía hasta la costa. En esa balsa había unas 30 personas y desde ahí partían las distintas embarcaciones destinadas a actividades como el buceo o simplemente para recorrer el litoral de la isla.
Fue ahí, justo en el medio del mar, a unos 80 o 100 metros desde la costa, donde nos agarró la ola.
Recuerdo estar en la balsa y que hacía un día precioso, muy lindo.
Fue en cuestión de segundos. Todo empezó a moverse, tembló el fondo de la balsa.
El siguiente recuerdo que tengo es el de una gran explosión en la que todos salen despedidos por el aire.
Los periodistas siempre me preguntan si vi la ola, pero la verdad es que no la vi en ningún momento. Todo pasó en un segundo.
Después de eso yo ya me encontraba debajo del agua, en lo profundo (del mar), ahogándome.
A las 7:58 de la mañana hora local, un terremoto de magnitud 9,1 en la escala Richter sacudió la costa noroeste de Sumatra. La BBC reportó entonces que en las zonas habitadas de esa región se perdió más del 70% de la población.
Una media hora después de registrarse el terremoto, olas de más de 30 metros de altura engulleron la costa indonesia de Banda Aceh, matando cerca de 170.000 personas y destruyéndolo todo a su paso.
No fue hasta una hora y media más tarde cuando las playas del sur de Tailandia, donde se encontraban Pablo y su esposa, recibieron la embestida del tsunami.
Se estima que de los más de 5.000 que murieron en esa zona, unos 2.000 eran turistas extranjeros.
En las horas posteriores, la violencia del mar también causó estragos en la línea costera de Sri Lanka, la costa este de India y la costa este de África, dejando víctimas en países como Somalia, Tanzania y Kenia.
“Reiniciado”
Mi mujer también estaba sentada en esa balsa, pero inmediatamente después de la explosión, lo que recuerdo es estar muy profundo debajo del agua. Todo estaba negro.
No entendía dónde estaba. Era la nada. Ni idea de dónde se encontraba la superficie.
Durante ese tiempo, pensaba que me moría y de hecho me llegué a sentir como muerto, como si estuviera flotando en medio de la nada.
Y puede parecer una película, pero lo único que recuerdo es ver algo de luz y nadar hacia allí. Entonces sucedió, como si fuera una computadora. Llega un momento en que simplemente renaces, te reinicias y ahí sigues vivo.
Había conseguido llegar a la superficie.
El milagro terminó de consumarse cuando a los pocos segundos la persona que sale de la superficie es mi mujer. No quedaba nadie más, ni rastro de los otros 30 que se encontraban en la balsa en el momento del impacto.
Nos quedamos flotando solo los dos, sin entender lo que había sucedido. A mí nunca me habían hablado de lo que era un tsunami, no sabía lo que significaba.
Sobre la superficie flotaban trozos de madera y un bote relativamente cercano al que nos acercamos a esperar.
Si te digo la verdad, en situaciones como esa no tienes tiempo de pensar en lo que tienes que hacer. Siempre hablamos mi mujer y yo sobre lo que pasó y cómo pasó. Cómo nos sucedieron cosas tan parecidas.
Mira, yo creo en Dios y opino que eso me ayudó, pero también se necesita tener suerte. Creo que los dos hicimos todo lo posible por seguir vivos.
La última bocanada de aire
Calculo que pasaron cerca de un par de horas cuando una lancha acudió a nuestro rescate para acercarnos a la playa donde se encontraba el hotel. Había otros turistas rescatados, pero no recuerdo que fuese alguno de los que estaban en la balsa donde recibimos el golpe de la ola. Había americanos e ingleses.
Pensaba que ya había pasado lo peor, pero entonces nos recomendaron que, en un punto ya cercano a la costa, nadásemos hacia ella para que la lancha continuara su recorrido de rescate de otros sobrevivientes. También acechaba la posibilidad de nuevas olas.
Nos lanzamos la mayoría a nadar, mi mujer y yo delante. Ayudé a uno de los ingleses porque se había quebrado el tobillo. Afortunadamente, mi mujer y yo solo sufrimos algunos moretones.
Recuerdo que el mar estaba bastante revuelto y que miraba constantemente hacia detrás atemorizado de nuevas olas.
Llegué a donde se encontraba ya otro grupo de personas esperando con un gran esfuerzo, con casi la última bocanada de aire. Con el pecho apretándome por la presión de la falta de aire. Volví a pensar que me ahogaba.
El mar calmado
Al llegar al hotel ya tenían todo muy armado, parecía una especie de hospital de campaña con un montón de gente herida, algunos muy graves.
Nos situaron en la parte alta del hotel, donde los helicópteros comenzaron a llevarse a los heridos críticos hacia la parte continental.
Estaba todo tan destruido: una lancha acabó en medio de la sala de recepción del hotel.
Tengo una imagen demoledora en la cabeza y es estar en esa azotea del hotel, al atardecer, con una imagen preciosa del sol metiéndose. Y ahí, a lo lejos, se podía ver la bahía donde todo comenzó absolutamente calmada, como si antes no hubiese pasado nada. Fue increíble y muy triste a la vez. Allí murió mucha gente.
Al día siguiente se aproximó un transbordador que nos trasladó a todos hacia la parte continental de Tailandia. Recuerdo sobre todo el silencio, era absoluto.
Los que viajaban con nosotros habían perdido a sus hijos, a sus padres, a sus parejas. Era una escena tristísima.
Hubo un momento en que salimos hacia la proa del barco para ver el mar, y de nuevo se mostró una imagen que jamás olvidaré, quedándose perfecta en mi mente: el mar de sandalias. El agua estaba llena. Ahí estaban todas, flotando, de gente adulta y también de niños.
Cuando llegamos a Phuket, al aeropuerto, la gente estaba desesperada. Las salas de espera también parecían hospitales, abarrotadas de damnificados. Había gente con nada de pertenencias, sin ropa y sin pasaportes.
Finalmente, después de un viaje muy largo de avión, estábamos de vuelta en Argentina.
Alerta
A Pablo García Oliver, su esposa y otros argentinos que sobrevivieron al tsunami les sorprendió la presencia masiva de periodistas en el aeropuerto. Les esperaban canales de televisión y demás medios de comunicación.
Pablo cuenta que ni siquiera entonces comprendía la gravedad de lo que había pasado. Cuando recién llegó a Buenos Aires y se enteró del número de muertes entendió la magnitud de todo.
Dice que hablar con la prensa le ayudó, que nunca fue al psicólogo por ese motivo y que decidirse a escribir un libro le ordenó y guardó los sentimientos.
Hoy disfruta de su esposa y de sus cuatro hijos, pero ya no se cree omnipotente ni eterno.
"Estoy mucho más alerta, tengo más miedos. No estoy seguro si el trato hacia mis hijos hubiese sido igual de no haber pasado por esa experiencia", dice.
Cada vez que vuelve a estar frente al mar, le invade el recuerdo del tsunami, "por supuesto", pero trata sin embargo de disfrutarlo. De hecho, no descarta regresar a esas playas y pasear por ahí con su familia.
“En mi cabeza todo ha quedado como un aprendizaje, donde pesa más la fortuna de sobrevivir que el infortunio de haber pasado por una situación así, de ser consciente de todo lo que a uno le puede pasar”, reflexionó.