Delmy siempre acompanó a su hija Beatriz.
Cuando le diagnosticaron lupus a los 18 años. Cuando esta enfermedad autoinmune complicó su primer embarazo a los 21. Cuando el bebé casi muere en un parto prematuro. La acompañó un año después, en febrero de 2013, cuando los médicos descubrieron que gestaba un feto sin encéfalo ni cráneo, un segundo embarazo que implicaba aún más riesgos para su salud.
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Delmy también estuvo con Beatriz el día que recibió una cuna en el hospital, un “regalo” enviado por desconocidos para aplaudir la decisión de la Sala Constitucional de El Salvador de negarle un aborto, a pesar de que la interrupción de ese segundo embarazo, que era inviable, fue recomendada por un comité médico de 15 especialistas para salvar la vida de la joven salvadoreña que tenía 22 años en aquel momento.
Diez años después de aquella decisión, Delmy asistió a la primera audiencia pública que celebró la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), el miércoles 22 y el jueves 23 de marzo de 2023 en San José de Costa Rica, para determinar si el Estado salvadoreño es responsable de haber vulnerado los derechos de Beatriz y haberla sometido a tratos crueles y degradantes al prohibirle abortar.
Beatriz se convirtió en un símbolo en El Salvador, uno de los países con las leyes antiaborto más restrictivas del mundo, que lo condena en todas las circunstancias con penas que pueden implicar entre 30 y 50 años de prisión si la mujer es acusada de homicidio agravado.
Su demanda es el primer caso de negación del aborto que se juzga en la Corte IDH. La sentencia sentará un precedente sobre el derecho al aborto para el resto de los países de la región que suscriben la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
En este testimonio Delmy cuenta en primera persona la experiencia de su familia durante la última década, incluida la muerte de Beatriz por un accidente ocurrido años después del embarazo.
Una camisita chiquitita
Beatriz padecía lupus eritematoso sistémico, una enfermedad en la que el sistema inmunitario ataca los tejidos sanos del cuerpo. Este padecimiento puso en riesgo su vida y la del bebé durante el primer embarazo. Su hijo nació en un parto prematuro y pesó menos de dos kilos.
"Lo más difícil del primer embarazo de Beatriz fue la preeclampsia.
Antes de entrar al trabajo de parto, le pusieron sangre. Fui a verla y la encontré temblando de frío. La internaron porque llegó con un cuadro de cansancio, respiraba bastante fuerte.
El niño nació prematuro, tenía muy bajo peso. Todavía tengo una cuturina [camisa de bebé] de él, de cuando nació en el hospital. La cuturina es así [forma una L con el dedo índice y el pulgar], una camisita chiquitita.
Cuando me lo dieron en el hospital, me cabía en la mano. No lloraba.
Beatriz me dijo que cuando lo vio sintió lástima de que lo tuvieran conectado a un montón de tubitos.
Nosotros pensábamos que él no iba a vivir.
Esa fue la razón por la que ella no se esterilizó después de su primer embarazo, porque pensó que su hijo no iba a vivir. Y ella pues sí quería tener un hijo.
Beatriz nunca pudo darle pecho. Me imagino que porque tomaba un medicamento fuerte [para tratar el lupus]. El niño se crió sólo con leche de fórmula".
81 días hospitalizada
Un año y medio después del nacimiento de su primer hijo, Beatriz supo que esperaba un segundo bebé. Sintió miedo de pasar por las mismas complicaciones que el lupus le había ocasionado durante el primer embarazo.
Los médicos advirtieron que el feto, una niña, padecía anencefalia: una malformación congénita que impediría el crecimiento del cráneo y el encéfalo, el órgano que controla las funciones del cuerpo.
En vista de que la bebé no sobreviviría, Beatriz pidió al Estado salvadoreño que le permitiera abortar.No se lo concedieron.
"Un día Beatriz amaneció con llagas en la cara, como de varicela. Se le hicieron unas bolsas. Cuando se le reventaban, salía pus y sangre. Luego fue pasando el tiempo y se le extendió por todo el cuerpo. Sus manitos y sus pies estaban llenos de llagas.
No podía caminar. Yo le ponía un trapito para que ella lo agarrara con la punta de los dedos para cubrir su cuerpo. Era un dolor insoportable el que sentía.
Beatriz no vivía conmigo, estaba con su pareja. Pero cuando se le presentó este problema, acudió a mí para que la llevara a las consultas.
Cuando le hicieron los exámenes para ver qué tenía, descubrieron que estaba embarazada. Para mí fue un golpe muy duro porque yo sabía que si ella se volvía a embarazar, tenía que pasar un proceso más duro que el primer embarazo, pues su estado era más crítico.
Cuando nos dieron la noticia, la llevamos al Hospital Rosales. Yo tenía que ir todos los días desde Usulután hasta San Salvador. Hacía dos horas en autobús. Tenía que salir a las 6:00 de la mañana para estar a las 8:00. Incluso había veces que no me dejaban entrar. Tenía que esperar hasta la hora de la visita, a las 11:00 o 12:00.
Procuraba ir tempranito porque Beatriz no podía comer hasta que yo llegara al hospital porque sus manitos estaban vendadas por las llagas.
Tampoco podía ir al baño. Tenía que aguantarse, las enfermeras estaban ocupadas. Ella me decía: 'A mí me da pena pedirles'. Ella esperaba hasta que yo llegara.
También tenía dificultades para comer. Una, porque le dolía la garganta. Y otra, porque la comida del hospital era malísima.
Y así todos los días.
Yo trabajaba en una quesería, las compañeras me cubrían para poder estar en ese proceso. Beatriz y yo estábamos juntas durante la hora de visita. Cuando decían: 'Vaya, vaya, toda la visita fuera', yo me escondía y luego volvía y le decía a Beatriz: 'Aquí estoy, todavía no me he ido'.
Durante el tiempo que estuvo ingresada en el Hospital Rosales, Beatriz lloraba por sus dolores.
Cuando ya la trasladaron al Hospital Maternidad, que fue cuando pasó todo el proceso [de la cesárea por el segundo embarazo], ella me decía: '¿Cuándo me van a hacer lo que dicen que me van a hacer? Yo no quiero estar aquí'.
Estuvo 81 días hospitalizada.
La tenían en un cuarto frente a donde estaban las enfermeras, en un cuartito bien chiquito, apenas cabía la camita de ella. Se sentía encerrada y no podía ver a su primer hijo.
Como su pareja se dedicaba a cuidar al niño, eran pocas las veces que él llegaba a estar ahí con ella. Aunque después de que salió del hospital, regresó con él y siguieron juntos.
Ella tenía su teléfono y se daba cuenta de cosas que se decían de ella. La discriminaban. Decían que para qué ella había abierto piernas si estaba enferma. Cosas así, repugnantes.
Un día llegué al Hospital Maternidad para visitarla y me dijo: 'Mira lo que me han traído'. Era una canasta [cuna] y llevaba una cobijita. Yo le preguntaba: '¿Y esta gente qué? ¿Qué quieren?'.
Fueron las que se oponen [al aborto], las que dicen sí a la vida. No saben el daño que le ocasionaron a Beatriz.
En las noches me llamaba y me decía: 'Me siento desesperada. Quiero que terminen ya con esto'. Caía en crisis. Decía que sentía que se moría.
La niña del cielo
Aunque las leyes salvadoreñas prohibían la interrupción del embarazo en cualquier circunstancia, Beatriz pidió que le permitiera abortar durante la semana 12 de gestación.
Finalmente, la justicia salvadoreña autorizó la cesárea en la semana 26, cuando la salud de Beatriz estaba más comprometida pero se encontraba dentro del marco legal que consideraba el procedimiento como un parto prematuro en lugar de un aborto. La niña nació por cesárea y murió 5 horas después.
"Para mí fue bastante duro que el feto no pudiera terminar su gestación.
Yo estaba con Beatriz en el hospital cuando llegaron a decirle que le iban a hacer una cesárea. La obligaron a tener un bebé sin cráneo que murió a las cinco horas de nacer.
Yo me quedé esperando ahí, el procedimiento duró como dos o tres horas.
En la audiencia [en la Corte IDH] dijeron que Beatriz había visto a la bebé. Pero Beatriz no la vio. La que la vio fui yo.
Cuando la acababan de sacar, el doctor me dice: '¿La quiere ir a ver?... Pero no le vaya a tomar la foto, solo la mira'.
Cuando llego, la hallo ahí. Me le quedo viendo para ver si podía mover sus ojitos, pero no.
Solamente la vi unos segundos.
Después le conté a una enfermera lo que había visto, y me dijo que sí, que 'esos niños así nacen, sin poder hacer nada porque no tienen cerebro'.
Ella tenía todo esto [Delmy señala su propio rostro], pero acá no tenía nada [se toca la parte de atrás de la cabeza].
Beatriz quería ponerle un nombre y empezó a buscar en internet hasta que encontró el nombre de Leilani, que [en hawaiano] significa'niña del cielo'.
Le pusimos Leilani Beatriz.
Después de eso, Beatriz se aisló. Se apartaba. Se volvió más enojada, ya casi no sonreía.
Nosotros buscábamos la manera de que ella se sintiera bien. Los hermanos incluso le cantaban, porque a ellos les gusta cantar. 'Cállense, bichos. No quiero oír bulla', les ordenaba.
Quedó un vacío en ella, pero a la vez también fue como un descanso porque ya pudo estar con su otro hijo, por el que quería vivir para cuidarlo".
“Ustedes no saben”
Beatriz murió en un accidente de tránsito en octubre de 2017, cuatro años después de haber tenido a su segunda hija y emprender la demanda contra el Estado salvadoreño ante la Corte IDH.
Desde que su hija falleció, Delmy se ocupa de la crianza de su nieto, quien ahora tiene 11 años.
"Con todo esto que pasó me enfermé. Empecé a presentar hipertensión hasta que exploté. No quería comer y mi compañero me decía: 'Comé, te vas a enfermar más'.
Mis compañeras del trabajo me daban apoyo. Fui asimilando todo aquello con la ayuda de otras personas.
Otras me hacían comentarios, vecinos o gente a la que le gusta sacar conclusiones.
Incluso hasta hoy me dicen: "¿Vos estás a favor del aborto?'. Y yo les digo: 'Ustedes no saben'. Ellos dicen que eso es pecado, que la mujer no lo debe hacer. Y yo les pongo el caso: '¿Qué tal si Beatriz hubiera sido su hija o su hermana?'. Y ahí se quedan, no me dicen más nada.
La parte más difícil para mí fue que no le dieran respuesta a Beatriz, haberle negado el derecho que ella estaba exigiendo.
A causa de todo este proceso he aprendido que hay que luchar para que su caso no se vuelva a repetir.
Mi nieto tenía 5 años cuando Beatriz murió. Cuando estaba en el ataúd, él la tocaba y le decía: 'Bella, levantáte'. Él creía que estaba dormida.
Cuando vamos al cementerio, él saluda hacia la tumba con la mano. Eso es duro para nosotros.
Él me dice mamá, a una tía le dice mamá, a la compañera que tiene el papá le dice mamá. Quizás a todas quisiera decirles mamá porque a él le faltó ese cariño de su mamá.
Él ya tiene 11 años pero todavía no puede hablar muy bien. No pronuncia bien las palabras. Está estudiando cuarto grado.
Él tiene partes cariñosas, pero a veces está enojado.
Quiero que mi nieto crezca como un hombre sano y fuerte, que llegue a ser un profesional y que cuando ya sea un adulto, poder explicarle todo el proceso por el que pasó Beatriz.
Y también pienso en mi nieta. Dios sabe cómo lleva todo. Si él decidió que ella no naciera, debe ser un ángel que ahora está con Beatriz”.