De los accidentes aéreos que conmocionaron al mundo, Centroamérica vivió en 1989 uno particular que sacudió tremendamente la región por la cantidad de personas que murieron. Era una mañana fría de octubre en Managua, capital nicaragüense, cuando el vuelo 414 despegaba a las 7:38 del Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino, en una escala que venía de San José, Costa Rica, con destino final en Tegucigalpa, Honduras.
A bordo del Boeing 727 operado por la compañía (ya extinguida) Tan-Sahsa viajaban 146 personas: 138 pasajeros y ocho tripulantes. El viaje se había dado con total normalidad. Según los propios testimonios, algunas personas dormían y otras conversaban entre sí, como en cualquier vuelo comercial.
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Sin embargo, el problema se dio en el aterrizaje, que estaba programado en la pista 1 del aeropuerto hondureño, cuya morfología es completamente montañosa, por lo que el procedimiento de descenso en este tipo de zonas tenía una serie de protocolos especiales. La premisa se basaba en tres etapas de una reducción gradual de la altitud para llegar poco a poco a tierra firme.
Pero el piloto Raúl Argueta y su copiloto Reinero Canales se saltaron esta norma prescrita y probablemente no calcularon que su decisión generaría un caos de destrucción (casi) total. Fue así que empezaron el descenso de manera continua desde una altitud de 2320 metros a una distancia aproximada de 20 kilómetros del Aeropuerto Internacional Toncontín, muy por debajo de lo indicado por los manuales indicaban.
“Nos dijeron que nos pusiéramos los cinturones de seguridad para aterrizar y de repente el avión comenzó a temblar, como una turbulencia de aire”, contó luego el empresario hondureño Evenor López en una entrevista. Y siguió: “Pero continuó durante mucho tiempo, y parecía que descendíamos demasiado rápido. Algunas personas estaban gritando”.
El trágico final
Eran las 7:53 de la mañana cuando el avión de Tan-Sahsa se estrelló contra el cerro Hula, ubicado cerca de la aldea Las Mesitas y a unos 1500 metros de altura. Quedó partido en tres. Todavía quedaban nueve kilómetros de distancia hasta el aeropuerto que la aeronave nunca pudo alcanzar.
El impacto y posterior incendio causaron la muerte de 127 pasajeros y cuatro tripulantes: solo sobrevivieron 15 de las personas que viajaban a bordo, incluidos el piloto y copiloto.
“Estaba dormida y cuando desperté estábamos en el suelo”, manifestó después una de las sobrevivientes del accidente, Rosario Úbeda González. López, por su parte, recordó: “Yo estaba en llamas cuando el avión se detuvo. Te lo digo, pensé que me iba a morir. Pero me desabroché el cinturón de seguridad y salí del avión, estaba todo abierto”
El empresario relató además que una vez que pudo apagar el fuego que lo envolvía y salir de la nave, se alejó del foco y caminó hasta una casa que se ubicaba aproximadamente a una cuadra de distancia del lugar del accidente.
Entre las víctimas fatales, 60 eran de nacionalidad nicaragüense, 39 provenientes de Honduras y en relación al resto había ciudadanos norteamericanos y de otros países.
El día después
Los informes posteriores respecto de la causa del accidente apuntaron a quienes manejaban el avión, dado que resultó en un error del piloto. Así, se descartó cualquier falla técnica. De esta forma, tanto Argueta como Canales quedaron inhabilitados para volar. De hecho, junto con el ingeniero de vuelo, Marco Esteban Figueroa, estuvieron presos un día y salieron en libertad bajo fianza.
La tragedia sucedida 32 años atrás fue entonces calificada como la peor de la historia área de América Central y es hasta el día de hoy recordada en la zona como una cicatriz que quedará de por vida. En los registros que quedan de ella, está el libro que acaba de lanzar sobre el accidente una sobreviviente nicaragüense.
Vivian Pellas es la autora de “Convirtiendo lágrimas en sonrisas, biografía”, una obra en la que cuenta cómo ella y su esposo sobrevivieron al choque del avión de Tan-Sahsa. Es fundadora de la Asociación Pro Niños Quemados de Nicaragua, que creó años después del triste acontecimiento.
“Quiero recordarle al mundo que el dolor de uno es menor cuando ayudas a otras personas”, señaló Pellas, quien nació en La Habana, Cuba, y en su libro relata también su historia en relación a la migración y luego a cómo sobrevivió y cambió su vida para siempre.
Por negligencia humana, empresarial o de organismos estatales, esta tragedia aérea es una más de la historia que se lleva consigo a personas inocentes que probablemente no esperaban dejar su vida entera en el aire o en la cabina de un avión.
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