Luis Salgado trabajó por años para ahorrar dinero suficiente para abrir una pequeña frutería, por lo que cuando las inundaciones arrasaron con las manzanas, plátanos y otros productos que vendía, decidió que ya no había futuro para él en Honduras.
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Salgado ya venía batallando para obtener ganancias debido a las medidas para frenar el coronavirus que redujeron sus escasos ingresos. Pero la destrucción causada por el huracán Eta, a principios de noviembre, lo dejó endeudado y sin poder alimentar a sus tres hijos.
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Así, partió junto con tres de sus vecinos para tratar de cruzar Guatemala, luego México y finalmente, de forma indocumentada, llegar a Estados para trabajar.
“Primero pandemia, después huracán. No tenemos dinero para los hijos”, dijo en una entrevista durante su viaje hacia el norte.
Los ciclones Eta e Iota desplazaron internamente a más de medio millón de personas en Guatemala, Honduras y Nicaragua, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones.
“Están llegando por día unas 20 personas que dicen que perdieron terrenos, casas y siembra, tanto de Honduras como de Guatemala”, dijo Gabriel Romero, director de un albergue para migrantes en la ciudad mexicana Tenosique, cerca de la frontera con Guatemala.
Miles de centroamericanos más planean unirse a los grupos que avanzan rumbo al norte con nombres como “Caravana del damnificado”, programada para comenzar a partir de Honduras en las próximas semanas, según conversaciones en Facebook y grupos de WhatsApp dedicados a coordinar los esfuerzos.
Tal movilización podría convertirse en una prueba importante para la administración entrante del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, en su intento de deshacer algunas de las más severas medidas antiinmigración del presidente Donald Trump sin generar una crisis fronteriza.
En la campaña electoral, Biden prometió un plan por unos 4.000 millones de dólares para abordar los factores subyacentes que impulsan la migración desde Centroamérica. El grupo de defensa Refugees International dice que tal alivio, aunque bienvenido, tardará años en tener un impacto.
DESEMPLEO MASIVO
Incluso antes de las tormentas, las naciones centroamericanas estaban lidiando con la crisis económica provocada por la pandemia y el desempleo masivo que llevó a un aumento de la migración hacia el norte.
El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos aún no ha publicado los datos de noviembre sobre los migrantes que han sido detenidos cruzando desde México, aunque expertos aseguran que factores que incluyen la interrupción inmediata de la movilidad durante las tormentas pudieron haber frenado temporalmente el aumento general en las cifras.
El agricultor hondureño David Tronches dijo que no tuvo más remedio que emigrar después de que las torrenciales lluvias de Eta inundaron los campos de maíz y frijol que había sembrado para alimentar a su familia, incluida una pequeña hija.
“Sembramos y cosechamos para vender y tener para comer”, dijo Tronches, de 20 años, en un improvisado refugio para migrantes en la ciudad Saltillo, en el norte de México. “Sin cosecha, ¿cómo vamos a vender?, ¿cómo vamos a comer?”.
Afuera de otro albergue en la ciudad Monterrey, también en el norte del país, que sirve como un centro de tránsito para los migrantes que buscan llegar a Texas, sus ocupantes intercambiaban historias y videos sobre los daños de la tormenta.
“Aquí era mi casa”, dijo Marlen Almendarez, de 30 años, mostrando a sus compañeros de viaje un video de un campo inundado de lodo, los restos de un refrigerador y lo que quedó de un barrio del municipio La Lima, al sureste de San Pedro Sula, en Honduras.
“La cama donde dormía con mi hijo se quedó hasta allá, ¡donde está el Oxxo!”, dijo, señalando una tienda de conveniencia a más de 50 metros de distancia.
Riccy Martínez, de 25 años, quien dijo que también perdió su casa en las inundaciones, negó con la cabeza.
“Vas a ver cuántas personas van a venir porque perdieron sus casas”, dijo.
“NO HAY OPCIÓN, SINO HUIR”
Julio Almendarez, un residente del suburbio de San Pedro Sula Chamelecon en Honduras, dijo que se vio obligado a huir a un refugio para tormentas después de que un río se desbordó durante el paso de Iota.
Mientras se encontraba dentro del albergue, explicó, él y cientos de otros residentes desplazados sostuvieron una reunión y decidieron formar una caravana para salir de Honduras el 10 de diciembre con el objetivo de llegar a Estados Unidos.
“Decidí irme por lo que estamos pasando, perdimos todo”, señaló, y agregó que está tratando de recaudar suficiente dinero para pagar las tarifas de los autobuses que se requieren para partes del trayecto.
Otros migrantes evitaron los refugios para tormentas, donde los trabajadores humanitarios temen que las condiciones de hacinamiento puedan llevar a un nuevo aumento en los casos de coronavirus, y se pusieron en camino de inmediato.
Kevin Ventura, de 25 años, de la ciudad Intibuca, en el centro de Honduras, relató que ya había comenzado a considerar migrar tras recibir amenazas de muerte de una pandilla que buscaba reclutarlo para vender drogas.
Cuando los vientos de Eta hicieron que un árbol se estrellara contra la casa de su familia, obligando a su madre y a su abuela a resguardarse en un refugio contra tormentas, le preocupaba que fuera demasiado fácil para los pandilleros encontrarlo allí. Rápidamente se subió a un autobús que se dirigía hacia la frontera con Guatemala.
Giovanni Bassau, el representante regional de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), dijo que ha habido actividad de pandillas, incluida la violencia y la extorsión, dentro de los albergues en ciudades donde el crimen semiorganizado ha prevalecido mucho tiempo.
Espera que la precariedad generada por los huracanes haga que estos grupos prosperen aún más.
“Si tienes una comunidad que está liderada, hasta cierto punto, por las pandillas, todo lo que estás haciendo cuando agregas refugios e inundaciones es empeorar las cosas”, indicó Bassau. “No deja a la gente realmente sin otra opción más que la de huir”.
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