El Líder estudiantil nicaragüense Lesther Alemán dio una entrevista a El Comercio la semana pasada desde la casa de seguridad donde permanecía escondido. En la noche del lunes, voceros de la oposición informaron que el joven de 23 años había sido detenido por la policía de Nicaragua. A continuación, la conversación que sostuvimos con él.
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Es difícil para Lesther Alemán recordar la última vez que fue feliz. La sensación le es esquiva porque sobre él hay una guillotina, consecuencia de la mano de hierro con la que el presidente Daniel Ortega quiere convertir a Nicaragua en su propio feudo. Aun así, los ojos del muchacho de 23 años que acostumbra a mirar directamente a la muerte se tornan vidriosos al dar con la ocasión. “Cuando logré ver a mi mamá después de la crisis de abril [del 2018]. Pude abrazarla muchos meses después de no verla y me sentí nuevamente como un niño”.
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Desde la clandestinidad y esperanzado en los comicios presidenciales del 7 de noviembre, Alemán se da un momento para conversar con El Comercio, hablar de su calvario y confesar que tuvo que alejarse de su madre por nueve meses continuos. Fue un tema de seguridad: en el 2018, luego de increparle a Ortega sus pecados y exigirle su renuncia en la mesa de negociación llamada Diálogo Nacional, él y su familia pagaron las consecuencias de ser oposición en un gobierno que, aunque se disfraza de democrático, tiene las manos manchadas de sangre.
–¿Qué tan cercano eres a tu mamá?
Demasiado. Es una persona con mucho carácter, muy fuerte y que me educó con mucha disciplina. Ella no hizo nada para evitar que yo me sumara a esta sublevación pacífica y, cada vez que salía de casa, se quedaba pendiente, orando. Ella no sabía que yo iba a ser parte del Diálogo Nacional, y desde entonces, siempre me ha infundido aliento. Es mi columna. También ha sido mi consejera, no en cuestiones políticas, pero sí en temas emocionales que me ayudaron a soportar estos tres años. Me da gracia porque cuando las personas la conocen la celebran, la halagan y ella suele contestarles: “si estuvieras en mis zapatos, no querrías ser su mamá”. Y, por último, les dice: “Espero verlos votando el próximo 7 de noviembre”.
–Luego del Diálogo Nacional, ¿qué te dijo?
Después de ese evento yo no regresé a mi casa porque me di cuenta de lo que había hecho. Al llegar al lugar donde me iba a hospedar, ella fue la primera persona a la que llamé. Mi mamá me contestó: “¿Cómo estás? ¿Estás completo? Bueno, ánimo”. Fue muy escueta la conversación. Luego ella me contó que cuando me vio en televisión, se alistó y se vistió de negro porque pensaba que, al finalizar el Diálogo Nacional, iba a tener que recoger mi cuerpo.
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–Has dicho que protestar contra Ortega significa la cárcel o la muerte. ¿No te da miedo?
Mentiroso sería si te digo que no he sentido temor. Por supuesto que sí, pero he decidido administrarlo. Mis temores no me inmovilizan, al punto que hoy estoy preparado para ambos escenarios. Yo me quedo en Nicaragua a pesar de las consecuencias. El compromiso que asumí no fue con mi generación ni con mi familia: hay un sentimiento arraigado en mí que es defender la libertad de mi país. Lo único que tengo es mi país y allí quieren estar mi mamá, mi papá, yo, mis sobrinos. Para mí, cada abrazo de un nicaragüense es el mayor compromiso para continuar y eso sobrepasa cualquier temor.
–¿Qué tan difícil es cargar con esa responsabilidad?
Te imaginarás que, a los 20 años, uno se enfrenta a problemas como el desamor o un trabajo académico difícil, pero no a los de un país, y yo a mis 20 años me los tuve que echar al hombro. Pesa... Pesa porque en medio de tanta comprensión también hay señalamientos. Por ejemplo, algunos dicen que el Diálogo Nacional no funcionó porque yo increpé a Ortega o que yo soy el responsable de que Ortega reprima. Hubo personas que me señalaron por crímenes como el incendio en el barrio Carlos Marx en junio del 2018. Imagínate el shock de que te digan eso cuando yo soy consciente que no soy un asesino y que no he sido negligente. Ser opositor es bien complejo porque es como cargar un saco de pétalos y cactus: no importa donde lo pongas, te va a hincar.
–¿Por qué tienes que ser tú el que asume la responsabilidad?
No diría que lo decidí. El problema es que Nicaragua, a lo largo de sus 200 años de vida independiente, ha tenido muchas traiciones. Se han creado castas políticas, monopolios económicos y dictaduras en cuestión de minutos. En ese contexto, la chavalada, la nueva generación que se involucra y de la que algunos trascendemos a tener liderazgos políticos, puede cambiar la historia. De ahí viene la responsabilidad. Hago política sin esperar una remuneración y porque tengo que generar acuerdos con aquellos con los que mantengo suspicacias. No quiero hacer de esto un modo de vida, en el 2022 no me quiero seguir nombrando opositor y ser perseguido por Ortega. Eso me impulsa a tratar de que en el 2021 se elija a una nueva administración.
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–En algún momento dijiste que tus padres ya estaban preparados para la muerte. ¿Cómo uno se prepara para ese final?
No sé si están preparados... Los he ido preparando partiendo de conversaciones muy realistas. Como dice mi mamá: hay que nombrar lo que no nos gusta. Recuerdo que, cuando pude verlos fuera de Nicaragua, los senté y les dije que iba a regresar al país. Mi papá se opuso. Mi mamá se resignó, muestra de que le duele, pero que me apoya. Les dije que iba significar persecución, que ellos no iban a poder regresar al país, que ellos me iban a tener que mantener... Todavía me mantiene mi papá... Y que tenían que prepararse para escenarios difíciles. Les he dicho que si me mandan a la cárcel, ellos tienen que ser mis voceros; si llego a faltar, que eviten que por mí se desaten iniciativas fueran del civismo; que no se instrumentalice mi imagen para otros fines que no sean alcanzar la libertad de Nicaragua por la vía pacífica, cívica, por elecciones libres; y que las personas que quedan tienen que continuar. En caso de que yo no esté, que no cayeran en pánico, que esas personas juegan con la tortura psicológica, que yo no iba a dudar de ellos ni ellos de mí ni del amor que les tengo. Que cuando esté aislado y no me puedan ver voy a estar bien, orando.
–¿Dirías que Nicaragua nació con la soga al cuello?
Nicaragua tiene una historia bastante convulsa. A pesar de que tenemos 200 años de vida independiente, la exclusión que parece de otros siglos impera en el país. Hoy, si no estás afiliado al partido de gobierno, es más difícil conseguir medicinas. Pasa lo mismo para conseguir un certificado de antecedentes policiales. Todo está condicionado. Hasta para conseguir un empleo te piden un aval político, y si no lo tienes, esa carta va a ser contraproducente. En ese contexto de hambre, la dignidad se vuelve más barata y hay quienes se aprovechan de eso. Los programas de alimentación del gobierno no van a llegarte si es que no eres del Frente Sandinista. Y luego tienes el monopolio político: ya llevamos tres periodos consecutivos en los que solo el Frente Sandinista tiene acceso al poder. Cuando ven que hay partidos que empiezan a tener más afiliados, se les quita la personería jurídica, se encarcela a la competencia y se evita tener un proceso cívico y pacífico para elegir el futuro. No es que Nicaragua se esté convirtiendo en una dictadura, ya vive en una y está por ser una dictadura avalada por el papel.
–Has dicho que Nicaragua jamás conoció la democracia...
Lastimosamente, cuando el país empezó a caminar en 1990, se le arrebató la posibilidad de ver el crecimiento democrático. ¿Por qué? Me da vergüenza: es el mismo problema que tenemos hoy, es la misma persona [Ortega] que nos condenó en 1990. Entonces, cuando Nicaragua tenía que toparse con la democracia, él coactó a los sindicatos y a las organizaciones estudiantiles para provocar una sublevación e impedir la gobernabilidad. Más tarde, el pacto del 2000 hizo que retornara el sandinismo al poder.
–¿Cómo es exige aquello que no se conoce?
Parece radical pedir algo que no se conoce. Mira, he ido a países exigiendo el derecho a la libertad y el derecho al respeto a la vida, y me veían como un radical. El problema es que en Nicaragua eso se nos niega. ¿Cómo pedir lo que no se conoce? Entusiasmándose por lo desconocido porque va a beneficiar a la mayoría. Entusiasmándonos con un modelo a construir no desde cero, sino con ejemplos a no seguir. Ya hay evidencia de que eso no debe hacer, así que hagamos lo contrario. O inventémoslo, pero lo otro ya no.
–¿Hay salvación?
Sí. Si hay algo que tiene Nicaragua es trayectoria electoral, es decir, hay mucho fervor por votar cuando te lo permiten. El problema es por quién hacerlo. Ortega, por ejemplo, no genera ninguna propuesta. Todas sus comparecencias públicas se refieren a la intervención yanqui, una narrativa de la Guerra Fría, un modelo trasnochado en defensa de un modelo que ya no existe. Lo que queremos escuchar es que se trabajará por mayores oportunidades de empleo, mejores condiciones de salud, etc. Pero Ortega no sale de su casa para hacer campaña. En este caso, la oposición sí está brindando alternativas reales, personas que reúnan lo mínimo que necesita Nicaragua: competitividad, competencia y capacidad. Es por eso que el escenario electoral es la salvación y la razón por la que Ortega hace todo para dinamitarlo. En estas circunstancias, Ortega no se siente seguro de ganar, así que tiene que eliminar a la competencia. Por eso insisto en el llamado al proceso electoral.
–¿Quién iba a ser la gran opositora? ¿Cristina Chamorro?
Ella tiene mucha aceptación y es muy popular por la sombra de su mamá y su papá, y se iba a someter al proceso de selección, pero no es la única. Nuestro plan era darle peso a los debates de ideas y luego irnos por las encuestas para observar las reacciones de las propuestas. También están Sebastián Chamorro, Félix Maradiaga y Arturo Cruz, personas que estudiaron en la universidad, con maestrías, así que lo único que se tiene que cultivar es la confianza y ver quien le conviene al país en esta transición. Porque se busca a alguien que se vaya dentro de cinco años. La nueva administración no debe buscar ser la más popular, sino que se debe iniciar la construcción de un Estado democrático, del sentido de república, a través de la independencia de poderes. Por último, la salvación pasa por la conciencia de los nicaragüenses, quienes elegirán entre vivir o morir, entre la dictadura y la democracia.
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–¿Cómo definirías a Ortega?
Como todo, menos estúpido. Es una persona con muchos traumas sin superar, traumas de guerra, con una narrativa de odio a quienes ve como adversarios. Es una persona que desconfía de todo su entorno, que no es segura de sí misma, que no conoce las líneas rojas porque todas las ha cruzado. Si no se quiere ir del poder es porque no ve cómo será la vida después de eso. Me he encontrado con personas que me dijeron que trabajaban en el Estado y que esperaban al 7 de noviembre para emitir un voto de castigo al régimen. Hay mucha expectativa sobre el escenario electoral porque Daniel Ortega solo se prepara para escenarios bélicos. El civismo es contraproducente para su naturaleza y es allí donde nosotros insistimos. Aun hay salvación para mí país, aun hay oportunidad.
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