“Jamás podré olvidar nuestra llegada a Nueva York. Todo nos pilló por sorpresa. Fuimos atropellados, insultados. Sentí un miedo atroz que hoy no puedo olvidar. Mi hermano y yo pensábamos que íbamos de vacaciones pero fue solo el principio de un largo exilio. Más tarde vimos en la televisión las imágenes de La Habana, los disturbios y la noticia de que mi padre había huido”.
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Se acercaba el Año Nuevo de 1959, y bajo la presión de las fuerzas guerrilleras, comandadas por Fidel Castro, el presidente de facto, Fulgencio Batista, renunciaba a su cargo y abandonaba el país.
Por haber truncado las elecciones de 1952 con un golpe de Estado, y por la represión desatada posteriormente, Batista era considerado un dictador sanguinario.
Aquel 31 de diciembre de 1958 las agencias de prensa divulgaban la noticia de su huida. Esa misma noche, antes de la cena de fin de año, el dictador y su esposa, Marta Fernández, abordaron un avión rumbo a Santo Domingo. Sus 9 hijos ya habían sido enviados al extranjero.
Dos días antes de aquel fin de año, cerca de las 8:00 pm, Roberto Batista y su hermano Carlos Manuel, de 11 y 9 años, aterrizaban en Nueva York. Los acompañaban sus padrinos de bautismo, Nena y Manolo Pérez Benitoa y junto a su pequeña nieta, Esther Dolores Curiel.
En la Gran Manzana esperaban pasar los últimos días de las fiestas decembrinas, y lo que menos sospechaban era que una muchedumbre de opositores, periodistas y camarógrafos los estuvieran esperando y les hicieran todo tipo de preguntas que ellos, simplemente, no podían contestar.
Con esta imagen de pesadilla, Roberto Batista, uno de los hijos del Presidente de facto, reconstruye, a sus 76 años, los hechos de aquel exilio forzado, en su libro titulado “Hijo de Batista”, publicado por la Editorial Verbum en 2021.
Sus memorias intentan humanizar la imagen de su padre, quien para muchos fue un hombre cruel y sanguinario, a lo que él agrega su testimonio y lo destaca como un padre ejemplar.
“Siempre fue un padre cariñoso, preocupado por todos sus hijos. Su obsesión era la educación de cada uno de nosotros, nuestro bienestar, nuestra felicidad. Él era un hombre sereno, que nunca perdía el control ni levantaba la voz. Lo resolvía todo con su mirada”.
El exilio
Los recuerdos de Roberto se remontan a su infancia en Cuba, en el Palacio Presidencial, rodeado de escoltas, bajo el cuidado de una madre cariñosa y un padre presente.
“Llevábamos una vida ordenada y familiar. Yo iba al colegio ‘La Salle’, en Miramar. El recuerdo más duro que tengo de esa época fue el día del asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957. Yo tenía 10 años. Mi hermano Fulgencio estaba ahí, al igual que mi madre, en ese momento embarazada de mi hermana Marta María. Yo llegué del colegio y vi esa escena, espantado”.
Sus primeros años en el exilio recién se calmaron cuando se reencontraron todos con sus padres en Madeira, Portugal: el presidente Antonio de Oliveira les había ofrecido asilo.
“Eran días muy claros, muy serenos. Mi padre siempre hablaba con nosotros. Su influencia fue decisiva. Nos daba consejos sólidos”.
La familia
Los nueve hijos de Batista, fruto de dos matrimonios, el primero con Elisa Godinez, y el segundo con Marta Fernández, se mantuvieron unidos por el lazo de sangre, como si fueran una sola familia.
Según una de las nietas de Batista, incluso ahora tanto los primos como los tíos se mantienen permanentemente en contacto por un chat de WhatsApp.
Del primer matrimonio de Batista, solo vive Elisa Aleida, 80 años, radicada en Florida, Estados Unidos. Su hijo, Raul Cantero, es un conocido abogado, casado, con 3 hijos.
Rubén, fue el segundo. Le llamaban ‘Papo’ y fue el hijo que más se involucró en los asuntos políticos de su padre. Murió de leucemia en 2007, a sus 72 años. Mirta, por su parte, falleció en 2010, a los 83 años, en Coral Gables, Miami.
Carmelita, nacida de una relación extramatrimonial, tiene 86 años y vive en Florida. Un reportaje de la televisión de Fort Lauderdale la descubrió hace unos años viviendo en la calle, junto a su hija adoptiva Ana Batista. Rodeada de gatos y bolsas, confesaba entonces que dilapidó toda la fortuna que le dejó su padre.
Jorge, el mayor del segundo matrimonio de Batista y Marta, estudió ciencias políticas, y trabajó en Wall Street. Se casó con Rosa Urrestaurazu y tuvieron una hija, Rosana Batista. El 4 de septiembre de 2020, en plena pandemia, murió de leucemia al igual que su hermano Carlos Manuel en 1969.
Le sigue Roberto, hoy de 76 años y enfermo de cáncer, y el único de los herederos que nació en Estados Unidos.
Luego Fulgencio, radicado actualmente en las Islas Baleares, España. Estudió derecho, pero ejerce como relacionador público en Ibiza. Vive con el pintor Luis Cabezudo, su pareja desde hace más de 20 años.
Y Marta María es la benjamina. Tiene 64 años y vive en Florida. Es profesora de francés y español. Está casada con el empresario libanes Philippe Malouf, y tiene dos hijos.
En su libro de memorias, Roberto dedica capítulos enteros a la tragedia de perder a los suyos.
Primero, la muerte de su hermano ‘Carloma’, como le decían a Carlos Manuel, quien falleció de leucemia a los 19 años, una enfermedad que afectó a varios miembros de la familia.
Eran muy apegados. Le aconsejaron llevarlo a París donde estaban los mejores especialistas. A su regreso, en el avión, comenzó a perder sus signos vitales.
“Mi madre estaba deshecha. Se abrazó a su cadáver, envuelta en lágrimas, a ratos gritando inconsolable. Mi padre, tranquilo como siempre, pero desencajado ante el inmenso dolor que le invadía”.
Cuatro años después, en 1973, falleció de un infarto su padre, Fulgencio Batista, Marbella, España. En el 2006, Marta, su madre, quien nunca se pudo recuperar de la muerte de su hijo, murió víctima del Alzheimer, en Palm Beach, Florida.
Para Roberto, el exilio fue un trauma que no encontró alivio ni siquiera en la fortuna que le dejó su padre, repartida en partes iguales entre sus herederos, según sus propias palabras.
En 2019, a pocos días de jubilado como abogado en New York, decidió emprender su proyecto biográfico.
“Hijo de Batista”
No fue fácil poner en perspectiva tantos sentimientos encontrados, aclara.
Llegar a resolver la contradicción de la mala reputación de su padre como figura pública ante el buen recuerdo que tenía de él como figura paterna, fue un difícil recorrido en el tiempo.
“Leí todos los libros que escribió. Me documenté, hablé con historiadores, politólogos y saqué mi propia conclusión. Al fin y al cabo, los políticos son figuras públicas y siempre van a levantar toda clase de opiniones. Y el hecho de que mi padre haya sido ejemplar en la vida privada y autoritario como jefe de Gobierno se lo atribuyo a que su meta era gobernar el país sin descuidar su vida privada”.
Admite que su padre cometió dos errores gigantescos: el primero, el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, una acción innecesaria que violó la Constitución legítima de 1940 y acabó manchando su legado.
Roberto reconoce que fue un acto desesperado de su padre, que no era el momento político, que su popularidad habría aumentado si esperaba a las próximas elecciones.
Su segundo error fue subestimar a Fidel Castro y liberarlo de la cárcel, luego del Asalto al Cuartel Moncada de 1956.
Roberto nació en Manhattan en 1947, por circunstancias del azar estudió derecho en Madrid y años más tarde, ejerció como abogado en Nueva York.
Se casó con la hija de sus padrinos y amiga de la infancia, Esther Dolores Curiel.
El matrimonio con Esther Loly, como llamaban a su esposa cubana, duró 14 años. Con ella tuvo dos hijos, Esther y Carlos Manuel. Además asumió como si fueran suyos los tres hijos que ya tenía su esposa de su primer matrimonio. Su vida transcurrió entre Florida, Nueva York y actualmente en Madrid.
Esther, su hija mayor de 45 años, española pero heredera de una particular belleza cubana, le procura todos los cuidados a su padre desde que le diagnosticaron cáncer de páncreas.
Ha sido su mano derecha en la promoción del libro de memorias de su padre.
“Me parece un libro escrito desde el corazón, sincero, entrañable y valiente. Logró humanizar la imagen de su propio padre, rescatar su recuerdo, con sus luces y sombras. Al menos así lo veo yo. No sé si esto le permitió sanar las heridas por completo, pero sí estoy segura de que le ayudó a disminuir la intensidad del dolor”.
A ella le llaman ‘Manzanita’. Está casada con Alvaro Marañón, bisnieto del famoso médico español Gregorio Marañón, con quien tiene un hijo de 6 años, el único nieto de Roberto hasta la fecha.
Su otro hijo Carlos Manuel, es empresario, un año menor que ella, y recién se casará en junio de 2022.
El legado de su abuelo, la controversial figura de Fulgencio Batista, lo lleva con orgullo.
“Nosotros que somos la tercera generación, no tenemos culpa de nada, no nos pueden juzgar por un apellido. Ser la nieta de Fulgencio Batista me enorgullece. Es la primera vez que lo digo ante un medio de comunicación. De niña, de tan solo pensar que mi abuelo había sido el presidente de un país, me emocionaba. No lo conocí, pero sé que fue un hombre humilde y que llegó a la presidencia sin ayuda de nadie y sin apenas estudios”.
Dice ser descendiente de un abuelo mestizo, de origen campesino, como lo fue Fulgencio Batista (oriundo de Banes, Holguín, provincia oriental de Cuba).
Esto le ha hecho vivir incómodas experiencias de rechazo por parte de la misma clase social en la que se ha educado.
“Ciertas personas no se querían relacionar conmigo porque yo no descendía de la nobleza, ni la fortuna de Batista era lo que se decía. Recuerdo una vez en una cena entre amigos, me preguntaron sobre mi abuelo. Comenté que era mestizo y de origen humilde. Lo dije con toda naturalidad y orgullo”.
“Al terminar la cena, el chico que me había invitado me dijo: ‘no vuelvas a repetir en público que tu abuelo era mestizo ni que sus orígenes eran humildes’. Entendí entonces lo racista y elitista que podía ser la sociedad madrileña en la que crecí.”
La nieta de Batista ha hecho una carrera de 14 años en el sector inmobiliario, en Madrid. Y confiesa que las puertas profesionales no siempre se abrieron de par en par cuando se enteraban de su filiación con el expresidente-dictador.
“Siempre nos persigue la leyenda de la supuesta fortuna que mi abuelo sacó de Cuba. La gente opina que no necesito trabajar o me ofrecen menos sueldo que al resto de mis compañeros. Y yo la verdad, solo sé que tengo que trabajar”.
“Si hubiera heredado la fortuna que dicen estaría en un yate, tomando mojitos. De hecho, mi marido a veces le dice a mi padre en broma: “Roberto, ¿dónde está el tesoro de Batista?”. La historia ha hecho creer que mi abuelo robó millones de dólares, joyas, obras de arte y eso es falso.
“No tengo ni una obra de arte, vivo en un piso de 90 m2 y las pocas joyas que tengo me las dejó Carmita Gamero, secretaria de mis abuelos. Que hemos vivido bien, sí, es verdad. Que mi abuelo fue corrupto y amasó millones, pues, yo solo digo que nunca lo han podido comprobar”.
Además de reconocer que su fisonomía recuerda los genes de su abuelo Fulgencio, Esther se siente hecha de dos mitades: una cubana y otra española y añora, como nadie, conocer la isla de Cuba.
“Yo quisiera pasar cinco meses en Cuba y recorrer el país de punta a cabo. Mi marido ha estado muchas veces y se enamoró de la isla, de su música, de la gente. Mi prima Rosana también fue con su familia, en un crucero que pasó por La Habana. Pero yo no lo haré mientras mis padres sigan con vida y se mantenga ese gobierno. No quiero darles ese disgusto, sabiendo que esa fue la causa de su dolor”.
Tras las recientes protestas sociales del 11 de julio en Cuba, la nieta de Batista, que se confiesa apolítica, se anima a comentar la situación actual: “Se me parte el alma cuando escucho las noticias de Cuba. No entiendo cómo el gobierno no escucha ni acepta que el pueblo cubano pida un cambio. Me deja perpleja que en el siglo XXI tengamos ese panorama delante de los ojos”.
Esther nos advierte que su padre está muy débil, luchando cada día contra la enfermedad.
Refugiado en su profunda fe y sin perder el optimismo, aceptó seguir hablando con nosotros y respondió algunas preguntas.
Roberto, este 1ro. de enero de 2022 se cumplen 62 años de la salida de Cuba de su padre Fulgencio Batista tras ser derrocado por Fidel Castro. ¿Qué pronósticos tiene para Cuba?
Exactamente igual que lo que predijo mi padre cuando se le preguntó cómo veía el porvenir inmediato de Cuba, y contestó rápidamente: “Como tenemos que verlo todos los que amamos a nuestro suelo y queremos a nuestro pueblo: rojo, por la sangre derramada y la que habrá de derramarse, y negro, por el luto que ha de enseñorear a la nación”.
¿Cree que la culpa de la salida de su padre de Cuba la tuvo el gobierno de Estados Unidos?
Creo que la culpa de la salida de Cuba de mi padre fue tripartita: los norteamericanos dejaron de apoyarlo (Eisenhower no lo apoyó); el ejército se desmoronó (le negaron las armas); y la sociedad civil no creía en él. Fueron estas 3 causas. Y siempre he pensado que los grandes causantes de la tragedia cubana fueron los estadounidenses.
¿Qué piensa cuando escucha a los cubanos del exilio abogando por una intervención de Estados Unidos en Cuba?
Creo que se equivocan. No debería de haber ninguna intervención armada en contra de Cuba. El país debe liberarse por sí solo.
¿Ha considerado en su testamento que los restos de su padre, Fulgencio Batista, sean llevados Cuba algún día?
Es nuestro más ferviente deseo.
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