Una treintena de rostros colgados en las paredes observan a Pedro X Molina. Orlando Daniel Aguirre Córdoba, baterista de quince años; César Noé Castillo Castillo, trabajador de una fábrica de puros de 42 años; Donald López, zapatero de 29 años; Daryelis Velázquez Raudes, de dos años y medio. Al frente del dibujante nicaragüense, un celular y una imagen: Daniel Ortega vestido de Superman, con la capa manchada de sangre, su primera caricatura política.
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“Es irónico. Mi carrera empezó dibujando a ese desgraciado y sigo dibujándolo 25 años después. Él es el culpable de las muertes de esas personas. Mi primer exilio también fue culpa suya, porque él era el presidente”.
Para Molina es deprimente pasar toda una carrera “dibujando al mismo cabrón”, dice que a veces le preguntan -con sorna, ingenuidad o travesura- qué hará cuando Ortega, el presidente que está a punto de consagrarse como el dictador de Nicaragua, se muera.
“¿Y qué quieren que les diga? Yo, antes de ser dibujante, soy nicaragüense. Si eso pasa, quiero verlo, pero no que se muere en el poder. En todo caso, quiero que viva para ser juzgado y que pague por todas las atrocidades que cometió”.
Sin el dictador en el mapa, Molina podría perder relevancia como ilustrador. ¿Ha pensado en ese escenario? “Si tengo que renunciar a eso para poder regresar a mi país y estar en paz con mi familia, si tengo que renunciar a eso para que mi país esté en libertad y pueda progresar, yo pago y que me dejen el vuelto”.
Molina dejó Nicaragua el 25 de diciembre del 2018. Las amenazas contra su vida y el miedo por lo que podía pasarle a su familia se sumaron a un cierto sentido patriótico. Mientras el régimen de Ortega allanaba las redacciones y secuestraba a periodistas, sus caricaturas se volvían virales en las redes sociales. Era, confiesa, su pequeño aporte a la información, a aquellos que querían conocer la verdad en medio de tanta humareda. Ir a prisión, entonces, sería dejar que el dictador ganara. Intuyendo que en las fiestas hay menos seguridad en los aeropuertos, voló hacia Ithaca, Nueva York.
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Ahora está allí, en la Community School of Music and Art, rodeado por los rostros de los muertos de la dictadura de Daniel Ortega, los muertos que él empezó a registrar en octubre del 2018, cuando la situación en Nicaragua se había desbordado por las marchas y la mano de hierro del régimen. Esas imágenes son parte del proyecto Inktober Art Initiative, reto de hacer un dibujo nuevo por día en base a un tema.
“Al final de este mes, tendré más de cien personas dibujadas. Pero te lo digo: yo podría hacer esto durante un año entero, dibujar todos los días a las víctimas, y me faltaría tiempo para retratar a todos”.
ORTEGA Y SU RÉGIMEN
Molina jamás se quiso ir de Estelí, del norte de Nicaragua. Allí nació y vivió casi toda su vida. La ciudad es, dice, promedio para los estándares centroamericanos, entre mediana y grande, y con una reputación bien ganada por ser productores de tabaco de alta calidad. “No de cigarros, sino de puros, habanos”.
Mientras miles soñaban con viajar a Managua, la capital, para hacerse de un mejor futuro, él no. Trabajaba desde su casa, enviaba sus caricaturas a los diarios donde publicaba (en los 90 iba a las oficinas del correo y los mandaba por fax) y listo. Tenía todo lo que necesitaba, aunque no faltó algún editor que se jaló los pelos al enterarse que Molina trabajaba remotamente.
“Cuando uno de ellos se enteró, dijo: ‘¿cómo es posible?’, ‘¡En Managua está el mundo laboral y es rico en todo sentido!’, ‘Yo te quiero aquí en la redacción’”.
Molina tenía un truco bajo la manga.
“Entonces, cómprame el equipo. Necesito una computadora Mac, una mesa de dibujo de arquitectura, un archivero y otras cosas más... Cuando el editor miró la lista, me llamó para decirme: ‘Creo que estamos funcionando bien así’”.
Y si el caricaturista nacido en 1976 tuvo que dejar su Estelí en dos ocasiones, fue porque no había remedio.
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Su primer exilió fue también el exilio familiar. Sus hermanos habían hecho servicio militar (uno convencido y otro forzado) y tenían miedo que Molina siguiera el mismo camino. A ello se le sumó que la vida de su padre corría peligro: trabajaba en las cooperativas del campo y, aunque no tenía vínculo directo con el Estado, estaba involucrado en un área sensible para el gobierno.
“Como suele suceder en estos regímenes, al final siempre te topas con papá Estado, y mi papá empezó a ver la corrupción y renunció. Lo hizo de mala manera, intercambiando palabras con su jefe. Luego, un amigo le contó que habían puesto su nombre en la lista, en la lista de traidores y que era mejor que se fuera”.
Quince días después, la familia dejó Nicaragua y partió a Guatemala. Molina tenía 10 años.
En diciembre del 90, regreso. Su familia lo siguió con el transcurrir de los días.
La nueva década llegó con aires renovados para el país.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional había derrocado a Anastasio Somoza en 1979 y llevado a Nicaragua a ser el centro de la guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Luego de más 35 mil muertos, la paz se pactó en 1990 y la democracia empezó a germinar. Violeta Barrios de Chamorro ganó la primera elección.
“Pero Ortega mismo había dicho que, si bien había entregado el poder, ellos iban a gobernar desde abajo. Así empezaron a instrumentalizar a los sindicatos organizando asonadas, el nombre de las protestas que, por intervención de estas personas, terminaban siendo ultraviolentas”.
“Además de eso, fueron copando ciertos espacios que sabían que iban a ser determinantes en el futuro. Pusieron gente en puestos claves de la Corte Suprema, en el Poder Judicial, en el Consejo Supremo Electoral”.
En ese contexto es que Molina dibujó a Daniel Ortega como un Superman con la capa manchada de sangre, mofa de quienes se autoproclaman antiimperialistas.
En el 2006, Ortega ganó las elecciones
“Cuando fue el momento, hizo que el porcentaje necesario para ser elegido presidente bajara a lo que él podía alcanzar, dividió a la oposición y ganó. Luego, usó su poder para cambiar la Constitución y poder reelegirse varias veces”.
En noviembre de este año, el dictador podría reelegirse por cuarta vez consecutiva.
“Es algo que se ha visto en varias partes del mundo, como si hubiera una manual de la represión, el mismo que se aplicó en Venezuela. Es un manual cubano escrito en ruso”.
Ese mismo manual que hizo que él aprendiera a sumar y restar con AK-47 dibujadas en sus libros de matemática.
Mucha gente -como tara heredada de años de dictadura de Somoza- quería “reconstruir Nicaragua”, quería la revolución y el sandinismo parecía ser la mejor opción. Pero el proyecto se desfiguró muy rápido.
Molina sostiene que los planes de Ortega -líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional- siempre fueron evidentes, que él se dio cuenta joven “que ese tipo era un estafado, un criminal, alguien en quien no se debía confiar”. “Así que los más viejos no tienen excusas”.
LA TIERRA LLAMA
Molina vive en Ithaca, pero su mente está en Nicaragua. Su trabajo como caricaturista (es regular en “Confidencial” –no estuvo en la redacción el 13 de diciembre del 2018, cuando el régimen forzó su entrada y robó todo lo que encontró-) lo obliga a estar pendiente de todo lo que sucede en su país, aunque eso signifique vivir casi siempre contrariado. “Hubo semanas en las que yo recién caí en cuenta que estaba viviendo en Estados Unidos cuando salía a la puerta de mi casa”.
Él vive alejado del ruido de los negocios y le gusta. No es un anacoreta, pero disfruta de la soledad. Por lo menos hasta que se da cuenta que puede pasar semanas sin intercambiar palabras con otro ser humano.
“No creo que eso sea sano. Cuando uno está en situación de exilio no termina de asimilar dónde está y eso te frena. Tengo que lidiar con la realidad de mi país y con mi realidad, y no es fácil hacer ese balance todo el tiempo”.
Y cuando eso sucede, varias cosas se le vienen a la mente: la vida en Ithaca es tranquila, sí, pero su tierra lo llama.
“Extraño salir de mi casa, caminar media cuadra y llegar a la pulpería, esas pequeñas tiendecitas que a veces están dentro de las casas de los vecinos, esos que te venden lo que necesitas y te conocen. Y te extrañan y hasta te mandan saludos, según me han contado. Es increíble porque no es que yo sea el más sociable del mundo. Son intercambios valiosos”.
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En cambio, a lo que se enfrenta en el día a día es a la frialdad, a intercambios impersonales. “Ni siquiera tienes que saludar al cajero, simplemente vas a la caja automática y ya”.
Sería un error, sin embargo, pensar que Molina ha idealizado Estelí.
“Mi ciudad tiene un caos vehicular espantoso porque la municipalidad es totalmente incompetente. Otra de las costumbres que chocan conmigo son las tradiciones enfocadas al licor”.
Con ese peculiar eufemismo, Molina se refiere a la fiesta hípica que se organiza hacia el final del año, y que coincide -por obra y gracia del régimen- con la final del campeonato de fútbol que “siempre gana el equipo patrocinado por la dictadura”. Toda esa algarabía viene acompañada de negocios que, con la venia del orteguismo, venden alcohol y se hacen más ricos con las miserias del resto.
“Crecí percibiendo esa fiesta como una celebración clasista en la que llegan los millonarios con sus caballos árabes de 15 mil dólares, para enseñárselos a la plebe. Eso y el licor me asquea”.
Esa misma ciudad fue una de las que se despertaron en el 2018 para reclamarle al dictador Ortega que dejara el trono, lo que no es poca cosa si se tiene en cuenta que, tradicionalmente, son sandinistas.
“Te garantizo que el hecho de que ciudades legendariamente sandinistas hayan hecho eso, les hirió en el ego. Y es por eso que hubo tantos muertos en esos lugares”.
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EL COMPROMISO DE OCTUBRE
No recuerda el momento exacto, pero sí lo que sintió con los primeros mensajes que recibió por Facebook. Dos o tres días atrás había empezado el reto del Inktober Art Initiative dibujando a las víctimas de la dictadura de Daniel Ortega, y estaba compartiendo sus dibujos en redes sociales. En eso, los familiares de otros fallecidos empezaron a escribirle.
“Mira, a mi hijo me lo mataron”.
“Yo soy vecina de una señora a la que le mataron el hijo. Ella no usa redes, pero me pidió que te contactara para ver si te podía mandar fotos”.
“Señor Molina, he notado que está dibujando y yo quisiera ver si puede incluir a mi familiar que me lo mataron”.
Hasta ese momento, Molina tenía una escueta lista de nombres, apellidos, lugares y circunstancias de muerte, unos cinco o seis nombres que había apuntado luego de verlos en reportajes. Si era parte del Inktober era porque necesitaba hacer visible el drama nicaragüense, pero las dudas no se habían esfumado: ¿sería capaz de comprometerse a dibujar a una víctima a diario?
“La reacción natural de un periodista es dudar, ¿no? Así que contestaba los mensajes con respeto, y me ponía a buscar si había algún registro de esa persona. Cuando confirmaba que esos nombres y apellidos coincidían con las víctimas, les pedía más detalles”.
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Así se enteró que, para entregar los cuerpos baleados de las víctimas, los policías obligaban a los familiares a firmar un papel en el que decían que no los iban a denunciar. Pronto, se le hizo evidente que el gobierno había decidido matar indiscriminadamente, a cualquiera que se asomara a una marcha o que simplemente les estorbara.
“Cuando a un bebé se le mete un balazo con una AK-47 en la cabecita no es un accidente. Si el papá lo tenía cargado en brazos, ¿por qué no fuiste solo contra él? Eso es terrorismo, terrorismo de Estado”.
En medio de los asesinatos y la falta de justicia, cuenta Molina, en Nicaragua hay quienes se molestan al escuchar críticas al sandinismo.
“Óiganme, disculpen que les incomode la nostalgia, pero no por haber sido internacionalistas en los 80 y porque les vibre el corazoncito con la revolución de Nicaragua, van a justificar las barbaridades que está haciendo el gobierno. A esta altura, nadie puede alegar que desconoce los actos criminales”.
April 21, 2018. Celso was protesting with other residents of Mateare when he was shot in the back and finished off with another shot to the head. Reports indicate that the perpetrators of the shots were police and paramilitaries who were mobilizing in pickup trucks. #inktober2021 pic.twitter.com/IvKlOfIvCt
— pxmolina (@pxmolina) October 13, 2021
Y, ahora, rodeado por los rostros de las víctimas, Molina mira su primera caricatura de Ortega y dice que no le gusta, que “las orejas le parecen horrorosas”, que los pies le parecen feos.
En otras circunstancias, seguramente habría quemado el dibujo, el mismo destino que padeció gran parte de su trabajo de los 90 y 2000. De hecho, ahora que se levanta y se acerca a revisar cada una de las caricaturas colgadas en la Community School of Music and Arts de Ithaca, confiesa que no son sus mejores trabajos. “Los hice en lugares distintos y eso se ve en la textura del papel”, anota, y recuerda que muchos están hechos con un lapicero Bic de tinta azul.
Si no reniega de ellos es porque tienen un carácter distinto.
“Entiendo que estas caricaturas, que estos dibujos o como se les quiera llamar no son perfectos, no muestran ni de cerca toda la dignidad de las personas que he retratado. Pero esto es un ejercicio de memoria, una forma de decir que estas personas existieron y que, si no me creen, que los busquen”.
“Yo pude haber compuesto mejor una mirada o veo una quijada y sé que no está perfecta. Pero aquí no hay ego artístico”.
Después de dar una vuelta más a la exposición, Molina se dirige a la puerta de salida de la galería. En casa le espera un papel en blanco y el reto que sostiene todos los octubres desde el 2018.
“¿A quién me toca dibujar hoy? A Celso”.
Celso Josué Díaz Sevilla, 19 años, bodeguero y jugador de fútbol. Herido de bala en la espalda y rematado con un disparo en la cabeza. Los autores, según Molina, podrían haber sido policías que se movilizaban junto a paramilitares en una camioneta de la alcaldía de Mateare.
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