(Foto:AFP)
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Virginia Rosas

Agarrársela con los “dreamers” parece ser la forma más eficaz que ha encontrado Donald Trump para contentar a su electorado más radical, aquel del “American First” (Americanos Primero), que pretende que los extranjeros dejan sin empleo a los estadounidenses y que esa es la causa de su pauperización. Pero lo cierto es que su discurso excesivamente firme contra la inmigración oculta los fracasos de sus otras promesas electorales: la reforma del sistema de salud (Obamacare) y la reforma fiscal.

Cierto es que el DACA, un programa de acción diferida para los llegados en la infancia, fue un engendro gestado durante el gobierno de Barack Obama, que, en el 2010, no logró la aprobación de la ley por apenas cinco votos en el Senado y la impuso, en el 2012, como un decreto del Ejecutivo. Una medida que, en realidad, deja en un limbo legal a 800 mil jóvenes que llegaron a Estados Unidos antes del 2007 cuando tenían menos de 15 años. Los que se acogieron al programa deben carecer de antecedentes penales, estudiar o haber terminado el bachillerato. Se les permite trabajar, tener una cuenta en banco y un brevete, pero no tienen residencia permanente. Alrededor de 800 mil personas se encuentran fichadas gracias a este programa, lo que los vulnerabiliza más que a los que nunca se registraron, por temor a la deportación.

Nada que ver entonces con los 11 millones de ilegales que Trump señalaba como portadores de todo tipo de males y con los que azuzaba a las masas en tiempos electorales. Estos son los chicos de origen extranjero más integrados a la sociedad estadounidense. Tanto así que los directivos de grandes empresas como Microsoft, Facebook, General Motors y Hewlett-Packard piden que se les proteja, no por razones humanitarias, sino porque han calculado en 460 mil millones de dólares las pérdidas que podría acarrear su expulsión del país.

El Congreso tiene seis meses para deshacer este entuerto, que puede terminar cayendo como un búmeran sobre la cabeza de Trump: lo reconcilia con sus bases más radicales que tienen sed de sangre, pero lo enemista profundamente con el 78% del electorado que desea que los “dreamers” sean regularizados. Y con una gran parte de los propios republicanos, que consideran que se estaría responsabilizando a los niños por los actos de sus padres.

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