Cuando recuerda lo que vivió el 11 de septiembre de 2001, Joseph Dittmar oscila entre risas y lágrimas: contar cómo escapó del piso 105 del World Trade Center es su manera de sobrevivir.
La historia de su descenso de esos 105 pisos, que conserva 20 años después con una memoria fotográfica, se asemeja a una epopeya trágica. Este padre de cuatro hijos, que asistía ese día a una reunión de corredores de seguros en una sala sin ventanas de la torre sur, debe su supervivencia a decisiones que tomó en segundos.
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Cuando el primer avión secuestrado por yihadistas se estrelló contra la torre norte, los 54 participantes solo percibieron la luz vacilar. En el piso 90, tras escuchar varios llamados a evacuar, vieron por una ventana el drama en la torre norte.
“Fueron los peores 30-40 segundos de mi vida (...) Vimos muebles, papeles, gente que se precipitó al vacío, cosas aterradoras, terribles. Tenía tanto miedo”, cuenta.
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Nativo de Filadelfia, entonces residente de Chicago, no pudo evitar pensar: “¡Cada vez que vengo a esta ciudad pasa algo!”.
Regresó a las escaleras y se topó con un colega, un “gigante” exjugador de fútbol americano, Ludwig Picarro, que quiso ir al baño. No sobrevivió.
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En el piso 78, una colega le gritó que se tomara con ella el ascensor exprés, para bajar más rápido.
Pero este corredor de seguros sabía que hay que evitar el ascensor en caso de incendio. Y se abalanzó por la escalera, “la mejor decisión de mi vida”.
“En algún momento entre el piso 74 y 75” la caja de la escalera “comienza a oscilar violentamente, los pasamanos se desprenden de la pared, los escalones ondulan bajo nuestros pies como olas en un océano, sentimos una pared de calor, olemos combustible”, recuerda.
Otro avión acababa de estrellarse contra su torre, justo por encima de ellos, entre los pisos 77 y 82.
“¿Cómo podemos ser tan fuertes?”
A pesar del miedo, se acuerda de una “solidaridad” increíble, como aquel hombre que cargaba a una mujer discapacitada en la espalda.
Pero las lágrimas regresan cuando evoca a los “verdaderos héroes” que se cruzó en la escalera en esos 50 minutos de descenso, comenzando por los bomberos y rescatistas del piso 31, que subían a contracorriente para salvar a las personas atrapadas.
“Su mirada delataba que ya no había esperanza (...), sabían que no regresarían”, dijo. “¿Cómo podemos ser tan valientes, tan fuertes?”, se pregunta.
En el piso 15 escuchó a un guardia de seguridad cantar por el megáfono “God Bless America”, mientras urgía a evacuar el edificio con humor.
Cantaba “horrible” pero “intentaba distender el ánimo de las personas (...) como el capitán del Titanic que hacía tocar a sus músicos mientras la gente embarcaba en los botes de emergencia”.
Al llegar a la planta baja, Dittmar y un colega atravesaron el centro comercial subterráneo del WTC y salieron a la superficie.
De pronto sintieron un estruendo detrás suyo. Era el colapso de la torre sur. Y escucharon “el grito” de decenas de miles de personas.
Ese ruido, esos gritos, Dittmar los escucha todavía “todos los días”.
“Seguir contando”
Dittmar ha contado su historia cientos de veces a escolares de todo del país.
“Es mi terapia”, dice. “Supe bastante pronto que para sobrevivir debía seguir contándola”.
Con la fecha “911” tatuada en su muñeca, un prendedor de las torres gemelas en el cuello de la chaqueta y una piedra que acaricia siempre en el bolsillo, el 11/9 le acompaña “como una sombra”.
Dittmar, que sigue trabajando en seguros pero se ha mudado a Delaware, dice que admira enormemente a los neoyorquinos.
“Son increíblemente resilientes, no tienen miedo de nada (...) Aprendí a amarlos”.
Él también, diabético, tuvo covid-19 pero resistió. Y con la ayuda de su mujer se puso a comer más sano, a caminar 5 km por día, y perdió 23 kilos.
“La pandemia, un poco como el 11 de septiembre, me transformó... Me dije que puedo mejorar”.
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