Nadie imagina que un presidente puede ponerse a leer un libro de cuentos infantiles sobre “La cabra mascota” luego de enterarse de que su país está sufriendo un ataque terrorista. Pero es exactamente eso lo que hizo George W. Bush el 11 de septiembre de 2001 a las 9.05 después de que su jefe de Gabinete le dijo al oído “Un segundo avión golpeó la segunda torre. Estados Unidos está bajo ataque”.
El presidente tenía previsto visitar esa mañana la escuela primaria Emma E. Booker, de Sarasota, Florida, y decidió no suspender la recorrida pese a que ya antes de ingresar sabía que una aeronave -sin saber cómo era- se había estrellado contra la Torre Norte en Nueva York.
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Ya sentado en la clase de lectura frente a los 16 alumnos de segundo grado, luego de que su entonces jefe de gabinete, Andrew Card, le dijo esas palabras al oído, Bush permaneció impávido durante siete largos minutos. Su imagen con la mirada perdida y mientras leía el libro infantil, fue objeto de críticas y burlas, especialmente luego del premiado documental Fahrenheit 9/11 de Michael Moore.
Pero el recuerdo de los docentes y los alumnos presentes en el lugar, hoy ya adultos, es diferente.
Stevenson Tose’-Rigell, uno de los estudiantes de la Escuela Booker, cuya madre, Gwen Tose´-Rigell, era la directora del establecimiento, recordó en una entrevista con LA NACION los hechos de esa jornada histórica.
Gwen, que murió de cáncer en 2007, escribió incluso el libro The 9/11 Principal (“La directora del 11-S”), con un detalle de lo ocurrido en esa jornada histórica en la que el presidente visitó la escuela para felicitarlos por elevar los niveles de lectura de los estudiantes y por las calificaciones obtenidas en los exámenes.
“Cuando llegamos esa mañana con mi mamá a la escuela había francotiradores en los techos y el servicio de Seguridad había puesto colectivos delante del edificio para que no se pudiera ver nada desde afuera. Además, nos revisaron a cada uno las mochilas antes de entrar”, recordó Stevenson.
Su mamá fue quien recibió al presidente y lo acompañó a la sala de segundo grado donde lo esperaba la maestra Sandra Kay Daniels junto a los 16 alumnos.
Los primeros tres minutos de la clase de lectura, Bush sonreía e interactuaba divertido con los chicos. Luego se acercó Card, le habló al oído y se retiró. Los siguientes 40 segundos, visiblemente impactado por la noticia, el presidente se quedó primero con la mirada perdida y por momentos se mordió el labio inferior. Observó a los periodistas ubicados al fondo de la sala (que en ese momento estaban mirando en sus teléfonos el mismo mensaje que él acababa de recibir de boca de Card) y recorrió con la mirada los rostros de los alumnos. Mientras la clase continuaba, en los 2,5 minutos siguientes Bush tomó el libro y simuló estar leyendo con los chicos, aunque en realidad miraba una y otra vez a los periodistas y por momentos se quedaba con la mirada perdida. Luego tuvo un breve intercambio con los alumnos y los felicitó por sus avances en la lectura. Finalmente, entró en escena Gwen, cerró la clase, y Bush se retiró a la biblioteca donde media hora más tarde daría su primer discurso al país sobre el ataque.
“Yo creo que tuvo una reacción equilibrada. Estaba frente a 16 chicos, y todas las cámaras estaban viendo qué actitud tomaba”, dijo Stevenson.
Dinasty Brown, otra de los alumnos, dio su visión desde su mirada infantil. “De pronto puso cara de inquietud, como cuando a alguien le agarra urgencia por ir al baño”.
La maestra Kay Daniels, que dirigía la clase, también registró el cambio de actitud: “Luego que le habló Card me pregunté: ‘¿qué pasó? ¿hice algo mal?’”.
Durante la campaña que lo llevó a la presidencia, el fuerte acento texano y sus modismos campechanos, el cliché de un vaquero norteamericano, habían sido uno de los activos de Bush. Pero ya en el gobierno, la intelectualidad de las grandes ciudades puso en duda sus habilidades como estratega para dirigir la principal potencia mundial, y hasta comenzaron a recolectar “bushismos” con sus frecuentes errores en público.
Su versión
Frente a la comisión independiente que investigó los hechos del 11 de septiembre, el mandatario dijo que ante los alumnos tuvo “una reacción instintiva de proyectar calma, para que el país no vea una reacción exaltada en un momento de crisis”.
Después de dejar la clase, el presidente se dirigió a la biblioteca de la escuela desde donde media hora más tarde dirigió su esperado mensaje televisado al país. “Hoy tuvimos una tragedia nacional (...). El terrorismo no podrá contra nuestra nación”, dijo.
Stevenson recordó los momentos de tensión vividos luego junto a su madre en la sala de dirección. “En las horas siguientes no nos despegamos de la pantalla de televisión, mientras no paraban de sonar los teléfonos con llamadas de padres angustiados que querían venir a la escuela a buscar a sus hijos”.
En un salto al presente, el exalumno de la escuela Booker expresó su apoyo a la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, a la que consideró “una decisión que debía ser tomada”. Pero la unió a sus recuerdos del 11 de septiembre de 2001: “Nuestras libertades siguen estando bajo ataque, y estos son momentos que cambian no solo la vida de los norteamericanos, sino las de todo el mundo”.
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