En las calles de Denver no había un solo panel electoral. Ninguna foto de los candidatos, ni promesas de campaña escritas en muros. Nada. El único lugar que rompía la monotonía era la Universidad de Denver, que la noche del 3 de octubre del 2012 albergó el primer debate presidencial entre Barack Obama y Mitt Romney.
Para llegar al Centro de Prensa ubicado en el Ritchie Center había que atravesar decenas de hectáreas de jardines copados por edificios de ladrillos, pasar por un gimnasio, tres canchas de vóley, un centro acuático, seis canchas de tenis, un estadio de lacrosse y una cancha de fútbol con capacidad para 2 mil espectadores. Desde ahí se podía divisar el Magness Arena donde Obama y Romney se verían las caras por primera vez para debatir durante 90 minutos sobre la economía de Estados Unidos.
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Desde las primeras horas de la mañana los jardines estuvieron copados por estudiantes que habían organizado una feria. A un lado había carpas de latinos anti Obama y al otro, defensores del presidente. La gran mayoría de personas eran voluntarios republicanos y demócratas que llamaban a los jóvenes a registrarse para votar. Entre ellos estaba Lindsey Goodwyn, la presidenta del Comité Demócrata de la universidad que le dijo a El Comercio: “Yo voto por Obama porque nos representa y nos da el derecho de poder escoger”, mientras su compañero republicano Alex Johnson replicó: “Todo lo que dice Obama suena sexy, pero yo prefiero a alguien práctico como Romney”.
Desde las 5 de la tarde asomaron largas colas de periodistas ansiosos por entrar al edificio. Agentes del Servicio Secreto nos recibían con la simpatía de un refrigerador. “Prende tu laptop. Si no prende no puedes entrar”. “Toma una foto con tu cámara. Muéstramela. Si no funciona no puedes entrar”. En el exterior del coliseo se ubicaban 15 casas rodantes repletas de reporteros. En total había 3.500 periodistas acreditados incluyendo a más de 600 extranjeros, entre los que me encontraba yo representando a El Comercio. Me habían ubicado en un grupo junto con reporteros de Mali, Etiopía, Armenia, Macedonia, Ucrania y República Dominicana. Sin embargo, ninguno de nosotros podía entrar al Magness Arena, todos debíamos ir a un ambiente contiguo donde nadie se pelearía por un espacio porque ya todos habían pagado por un sitio.
La Universidad de Denver había dispuesto un “rate card”, que era una lista de servicios para los medios. Por ejemplo, las grandes cadenas de televisión habían pagado 5.500 dólares para un espacio exclusivo más 2.081 dólares para estacionar sus camiones. Cada lugar en el centro de prensa costaba 86 dólares, pero como nunca faltan los exquisitos, para ellos había sillones disponibles a 260 dólares, mini refrigeradoras a 80 dólares y sillas de plástico a 10 dólares.
El auditorio del debate tenía capacidad para 8 mil personas. Dos tercios eran invitados de los partidos y el resto invitados de la universidad, que corría con todos los gastos junto con las cadenas ABC News, CBS, NBC, CNN y Fox News.
Un día antes del encuentro pude conversar con Michael McCurry, miembro de la Comisión de Debates Presidenciales. “Yo soy uno de los encargados de recibir al presidente Obama y a Mitt Romney. Ellos llegarán temprano, verán los podios, las cámaras, se familiarizarán con el hall del debate. Luego se juntarán con sus equipos de campaña para hacer ensayos, pero en ningún momento lo harán juntos. Llegarán por separado y no se verán las caras hasta el momento de debatir”, declaró a El Comercio.
La polémica estaba dividida en 6 segmentos de 15 minutos. Los tres primeros debían abordar asuntos económicos y luego discutirían sobre salud, el rol del Gobierno y la gobernabilidad. El moderador era Jim Lehrer, periodista quien ya había estado a cargo de 11 debates anteriores. Lehrer debía abrir cada espacio con una pregunta y los candidatos tenían dos minutos para responder y a partir de ahí podían conversar libremente. De esa forma quedaban eliminadas las respuestas cortas y ensayadas.
Cuando el debate empezó, todos los periodistas estuvimos ubicados en el inmenso centro de prensa rodeado por pantallas. Cada uno tenía un sitio asignado, recibió un folleto informativo, un teléfono y un adaptador para cuatro enchufes. Todo lo que uno había imaginado se desmoronó ante la pobre presentación de Obama. Mientras el presidente perdió tiempo saludando a su esposa por su aniversario de bodas, Romney salió con la pierna en alto, lanzó uno por uno los cinco puntos de su plan económico y acusó a Obama de no tener idea de cómo generar empleos. Por primera vez se veía al presidente acorralado. Esa noche CNN hizo una encuesta y el 67% de los espectadores dieron por ganador a Romney y solo el 25% votó por Obama.
A medida que avanzaba la pugna, la desesperación de los reporteros estadounidenses era evidente. Los dos candidatos estaban enfrascados en una guerra de cifras y términos técnicos que no eran sencillos de entender. Varios de ellos empezaron a gritar en broma: “¡Necesito una calculadora!”. Las llamadas a sus redacciones para confirmar datos se multiplicaban en cada fila.
Escribir la crónica supuso una carrera contra el tiempo por el temprano cierre de la edición impresa de El Comercio y porque además el editor de Mundo me había pedido que no mande la nota sin entrevistar a personajes de peso. Para mi buena suerte, al finalizar el debate se armó un corredor de entrevistas. Por un lado, aparecieron personas cargando banderas de color rojo y detrás de ellos estaban personajes del Partido Republicano, por el otro llevaban banderas de color azul y junto a ellos estaban representantes demócratas. Abriéndome paso entre un mar de codos, logré entrevistar a Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York y a Antonio Villaraigosa, entonces alcalde de Los Ángeles. El primero dijo haber visto un nocaut, el segundo lo calificó de empate.
De regreso a mi sitio encontré que los organizadores ya habían entregado a cada periodista la transcripción del debate, cuando no habían pasado ni 10 minutos del final. También había un papel que indicaba las palabras más repetidas por cada candidato e incluso un medio había hecho un conteo de cuántas veces habían parpadeado.
A la mañana siguiente los periodistas estuvimos desde las 5 de la mañana parados frente a un lago a una temperatura de dos grados esperando la aparición de Obama en el Sloan Lake Park. Todo lo que hizo mal la noche anterior lo corrigió ante 12 mil personas entre jóvenes, ancianos, negros, blancos, latinos, asiáticos, que saltaban al ritmo de Will.i.am, el cantante de los Black Eyed Peas. Consciente de las críticas, Obama acusó a Romney de mentiroso y volvió a cautivar a un mar de gente que respondía gritando: “¡Cuatro años más! ¡Cuatro años más!”. Muy distinta fue la presentación del candidato republicano ante los electores de la misma ciudad, quien, en lugar de un espacio al aire libre, optó por un hangar de la Fuerza Áerea repleto de parlantes con música country donde todos eran blancos, salvo dos afroamericanos ubicados estratégicamente en una tribuna detrás del podio para que puedan ser captados por las cámaras.
Al final, Obama superaría a su rival en los dos siguientes debates y ganaría ampliamente la elección. Hoy se escribirá un nuevo capítulo con dos candidatos que nadie hubiera imaginado en el 2012. Y como aquella vez, también tendrá toda la cobertura a través de la sección Mundo de El Comercio.
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