Si algo se ha tenido que aprender sobre Donald Trump desde que ganó la elección en Estados Unidos en el 2016 es que no se le debe subestimar. No importa si en este tiempo en la presidencia propusiera inocularse lejía para combatir el coronavirus, o lanzara la idea de vender Puerto Rico y comprar Groenlandia. Tampoco si fue opacado por completo en la única reunión bilateral que tuvo con Vladimir Putin en el 2018.
Trump ha demostrado ser un animal político pese a que reniegue de la política convencional y siga considerándose un ‘outsider’.
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El presidente de Estados Unidos esperaba con ansias la campaña electoral. Pero llegó el COVID-19 y los planes cambiaron, y no de manera marginal.
Los buenos números de la economía y del empleo sufrieron un remezón. En el segundo trimestre del 2020, el crecimiento económico de Estados Unidos se redujo en 32% mientras el país se convirtió desde marzo en el centro de la pandemia encabezando, hasta ahora, la lista de más infectados y muertos en el mundo.
Los mítines multitudinarios, esos que le encantan a Trump y desde donde suele despacharse contra sus rivales, debieron replantearse tras el fiasco de junio pasado, en Oklahoma, cuando solo unos cuantos miles de seguidores lo acompañaron pese a que él esperaba un coliseo repleto de gente.
Al mismo tiempo, los sondeos de opinión no han sigo generosos. Según el portal RealClearPolitics, a fines de julio, el promedio de encuestas nacionales lo ponía nueve puntos por debajo de Joe Biden, el candidato presidencial del Partido Demócrata.
En agosto, además, Biden eligió a la senadora Kamala Harris como su compañera de fórmula, una figura que podría atraer el voto femenino y de las minorías, al ser la primera mujer afroamericana y de ascendencia asiática en llegar a esa posición.
¿Vuelta de tuerca?
“Todo lo que se pueda decir sobre Trump basado en nociones antiguas sobre cómo funciona la política en Estados Unidos ya no tiene sentido. Él ha roto todas las normas y protocolos y le ha funcionado”, expresa a El Comercio el politólogo Eduardo Gamarra, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de la Florida. “No se debe descartar la posibilidad de que, a pesar de todo, Trump sea reelegido”.
En estos cuatro años de mandato, la base electoral de Trump casi no lo ha abandonado. De hecho, en muchos casos se ha radicalizado.
En el 2016, Trump no necesitó del voto afroamericano o latino para ganar la elección. Aquel año logró que otrora estados con tendencia demócrata -como Ohio o Wisconsin- se volvieran republicanos. Y en eso radica el destino de los comicios en Estados Unidos: en la lucha por los estados claves, los llamados ‘swing states’ o ‘battleground states’. Bajo el sistema del Colegio Electoral que tiene el país, la elección no se gana por voto popular nacional sino por la sumatoria de votos electorales, distribuidos en cada estado de acuerdo a la población.
Y la tendencia del último mes le ha restado ventaja a Biden. Hasta el viernes, la diferencia en el promedio de encuestas nacionales ya era de siete puntos, según RealClearPolitics. En los principales ‘swing states’, están apenas a tres puntos de distancia, y con tendencia a la baja para Biden. Hace un mes, la diferencia entre ambos era de seis puntos.
La ley y el orden
Desde la muerte de George Floyd el pasado mayo, las protestas contra el racismo y el abuso policial se esparcieron por todo el país, que estaba en la peor etapa de la pandemia. El video del asesinato del afroamericano a manos de un policía blanco que le presiona el cuello hasta asfixiarlo indignó a los estadounidenses. Miles, hartos de los abusos contra las minorías, salieron a las calles exigiendo incluso desmantelar la policía. Algunas protestas se convirtieron en violentos saqueos, y de ello se agarró el presidente para señalar su nuevo mensaje: “ley y orden”.
Movilizó a la Guardia Nacional en algunos estados y señaló que los “anarquistas y radicales”, apañados por los demócratas, estaban detrás de las protestas. Cuando las aguas parecían amainar, esta semana las manifestaciones regresaron en Kenosha, Wisconsin, tras el ataque contra otro afroamericano, Jacob Blake, quien fue baleado por un policía siete veces por la espalda.
Las protestas ocurrieron mientras se realizaba la convención del Partido Republicano, que sirvió para mostrar la agenda de Trump: los demócratas son socialistas e izquierdistas extremistas mientras que el presidente debe proteger la seguridad de los estadounidenses.
“Acá se está viviendo una guerra cultural, y en esta situación Trump ha sabido jugarla muy bien, sobre todo en estados como Wisconsin, que es un ‘swing state’ y tiene un alto porcentaje de gente blanca”, explica Gamarra. “El temor de la población blanca es el desorden, y por eso la campaña de Trump se ha centrado en ’la ley y el orden’”.
¿El voto afroamericano y latino no importa?
Gamarra apunta que el 95% de los afroamericanos ya son demócratas, pero para poder hacer la diferencia en esta elección deben ir a votar. La comunidad latina es otro elemento a tomar en cuenta. Sin embargo, pese a que se trata de la primera minoría del país, su voto aún no pesa la suficiente.
“Las encuestas de Pew Research indican que Biden tiene la mayoría del apoyo entre votantes latinos y afroamericanos. La pregunta es qué porcentaje de los dos grupos irá a votar. En el 2016, el número de votantes afroamericanos cayó en comparación del 2012. Y la tasa de participación entre votantes latinos cayó también en el 2016”, señala a este Diario Mark Hugo López, director de Migración Global y Demografía del Pew Research Center.
Sin embargo, en una carrera tan estrecha todos los votos cuentan. “En Carolina del Norte, que es un ‘battleground state’, los latinos representan menos del 5% de los votantes, pero en una elección cerrada ellos pueden ser importantes. En Arizona y Texas el voto latino también puede ser relevante”, agrega López.
Aún faltan dos meses para saber si Trump se queda cuatro años más o si la Casa Blanca vuelve al poder de los demócratas. El presidente, que es experto en sacar ventaja de situaciones desfavorables, sabe que la pandemia y la economía han golpeado su mandato. Pese a ello, darlo por derrotado sería volver a pecar de arrogancia.
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