En sus días más ajetreados, detrás de las rejas de la cárcel de Guantánamo había casi 800 prisioneros, todos presuntos terroristas acusados de pertenecer a Al Qaeda, o estar vinculados a la organización, haber planeado los atentados del 11 de setiembre del 2001 o en algún momento haber cometido algún ataque contra un objetivo estadounidense.
La mayoría eran iraquíes, pakistaníes o afganos que fueron trasladados a la base naval en Cuba, sin cargos y solo con el rótulo de ser sospechosos o parecerlo.
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Claro que entre los encerrados había varios prisioneros de alto perfil, como Khalid Sheikh Mohamed, el considerado cerebro de los ataques del 11S, y cuatro de sus cómplices, los cuales siguen detenidos y todavía no son sometidos a juicio.
Veinte años después, y tras varias promesas de cierre, Guantánamo sigue abierta y alberga a apenas 39 reos, y se sigue convirtiendo en una gran mancha para Estados Unidos, sobre todo por las acusaciones de torturas, traslados clandestinos y detenciones arbitrarias, que incluía a menores de edad.
Pero no solo eso, la cárcel representa un gasto anual de 540 millones de dólares para Estados Unidos y es considerada la cárcel más cara del mundo. Sin embargo, el cierre tantas veces prometido continúa postergado y está lejos de concretarse.
Intereses políticos
¿Por qué dos décadas después no ha sido posible cerrar Guantánamo pese a las denuncias de abusos y los continuos pedidos de la comunidad internacional?
El analista Mohamed Badine El Yattioui, profesor marroquí de Relaciones Internacionales en la American University in the Emirates de Dubai, señala dos motivos principales: uno de política interna estadounidense, y el otro de política exterior.
“La cárcel se abrió durante el gobierno de George W.Bush después de los ataques del 11S. El presidente Obama, durante sus ocho años de mandato, intentó cerrarla varias veces, pero el Congreso de mayoría republicana no lo permitió porque si algunos de esos presos eran transferidos a territorio estadounidense, la justicia federal los podía liberar por la falta de evidencias en contra de muchos de ellos. Y segundo, ha sido un problema enviar a los presos a sus países de origen, porque estos países no han querido recibirlos o no han podido”, explica.
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Un problema particular es el de Yemen, recuerda el experto, pues es un país en guerra que tiene que negociar con Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos para que reciba a prisioneros yemeníes. “Eso ha complicado muchísimo el traslado de los presos en estos años”, añade.
“El gran riesgo es que esa gente se mantenga ahí para siempre. Hay un pakistaní que tiene 74 años y está muy enfermo y aún no puede salir”, comenta Badine El Yattioui.
También está el caso de un tunecino de 56 años, que además fue de los primeros en llegar, que tiene hace años permiso para marcharse, pero se ha rehusado a cooperar en los intentos de repatriación, según explica “The New York Times”.
Un fracaso
Pese a ello, unos 760 prisioneros ya han salido de Guantánamo, y muchos de ellos han contado las historias de horror que vivieron en cautiverio, sobre todo aquellos a los que nunca se les pudo vincular con actividades terroristas, y que tuvieron la mala fortuna de estar en el lugar y momento equivocados cuando fueron capturados.
Bush permitió salir de prisión a unos 540 reos, Obama a unos 200 y Trump apenas uno. En lo que va de la administración Biden, un prisionero ya dejó Guantánamo.
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“No se puede decir que abrir la prisión fue un éxito para la imagen de Estados Unidos y su sistema judicial, ni tampoco en materia de seguridad nacional porque muchos de los que fueron encarcelados ya salieron porque no tenían vínculos con organizaciones terroristas ni relación directa con el 11S, y eso es un gran fracaso”, anota Badine El Yattioui.
Solo para dar cuenta de la ineficacia de la prisión, apenas nueve reos han sido acusados o condenados desde el 2002, según un informe de diez expertos en derechos humanos de la ONU.
Además, nueve detenidos murieron en la prisión, siete de ellos por suicidio.
¿Veinte años después, tiene sentido ahora mantener una prisión así?
Para el profesor marroquí, la respuesta es obvia: “Claro que no, porque esto sigue dañando la imagen de Estados Unidos como defensor de la democracia y de los derechos humanos”.
Aunque Joe Biden ha retomado la promesa de cerrar la cárcel, no está dentro de sus prioridades ni tampoco ha estado en la agenda del mandatario durante su primer año en la Casa Blanca.
El panel de expertos en derechos humanos de la ONU ha sido categórico: “Veinte años de practicar la detención arbitraria sin juicio acompañada de tortura o maltratos es simplemente inaceptable para cualquier gobierno que se haya comprometido a defender los derechos humanos”.
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