Hace 151 años, el Congreso de Estados Unidos intentó por primera vez destituir a un presidente. El objetivo era Andrew Johnson, considerado para muchos historiadores como el peor mandatario que tuvo el país. Un político que no ocultaba su desprecio por los negros y que, apenas acabó la sangrienta Guerra Civil, intentó restituir los derechos a los esclavistas de los estados del sur.
Johnson era un sastre del estado de Tennessee, que ascendió poco a poco en la vida política. Miembro del Partido Demócrata, su base electoral estaba entre los pequeños agricultores que lo llevaron a tener un sitio en el Senado. Pese a que él mismo tenía esclavos, Johnson fue el único senador sureño que se mantuvo fiel a la Unión, los estados del Norte que combatieron a los confederados (del Sur) y que eran liderados por Abraham Lincoln.
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Por ello Lincoln, que era republicano, escogió a Johnson como su candidato a vicepresidente en la campaña para su reelección con el fin de atraer a los sureños que no apoyaban a los confederados. “Malditos sean los negros, pero yo estoy luchando contra esos aristócratas traidores que son sus amos”, dijo alguna vez.
¿Cómo pasó de ser el escogido de Lincoln a su peor sucesor? Cuarenta y dos días después de jurar por segunda vez como presidente, el hombre que abolió la esclavitud en Estados Unidos fue asesinado y Johnson pasó a ocupar la Casa Blanca. Era 1865.
Los vientos de su mala gestión ya podían preverse. El día en que juramentó como vicepresidente, llegó borracho a la ceremonia y durante 17 minutos empezó a criticar a los miembros del futuro gabinete.
“Un país para blancos”
Una vez que llegó al poder, su racismo afloró aún más. “Este es un país para hombres blancos, y mientras yo sea presidente será un gobierno para hombres blancos”, dijo apenas fue proclamado. En una reunión con el abolicionista negro Frederick Douglass en la Casa Blanca, sugirió deportar a millones de libertos e indultó a más de 7 mil confederados, restaurando las propiedades que habían perdido en la Guerra Civil.
Johnson se llegó a comparar con Jesucristo y se consideró a sí mismo como lo único que se interponía entre los blancos y la “dominación negra”, y en algún momento sugirió que sus opositores debían ser colgados.
Aunque la retórica de Johnson no era ilegal, los llamados “republicanos radicales” fieles a Lincoln no lo soportaban pues se oponía firmemente a otorgar a los esclavos liberados protección ante la ley. “Todos deberían y deben admitir que la raza blanca es superior a la negra”, decía el mandatario.
Los cargos en el Congreso
En 1868, Johnson amenazó con despedir a cualquier miembro del gabinete que se opusiera a él, lo que llevó al Congreso a aprobar la Ley de Tenencia del Cargo que prohibía dichos despidos sin el consentimiento del Senado. Pese a ello, el presidente Johnson despidió al secretario de Guerra, Edwin Stanton.
Los legisladores encontraron el argumento perfecto para poder destituirlo. Así, la Cámara de Representantes votó a favor de acusarlo por 11 cargos. Uno de los llamados ‘artículos del impeachment’ señalaba que Johnson había llevado “desgracia, ridículo, odio, desprecio y reproche al Congreso”.
“Los republicanos lo consideraban un demagogo racista que no estaba apto para el cargo. Y por eso fue acusado”, explicó a la revista “Slate” Kate Shaw, profesora de Leyes y codirectora del Centro Floersheimer por la Democracia Constitucional.
Tras la aprobación en la cámara baja, el juicio se inició en el Senado. Un solo voto permitió que el presidente no fuese destituido del cargo. Fue el del senador Edmund Ross, quien habría sido sobornado. Johnson completó su mandato, pero llegó al final de su período casi sin autoridad. Ningún partido lo nominó para la reelección.