Con su declaración ante el Congreso en la investigación del impeachment al presidente Donald Trump, el embajador Gordon Sondland lanzó un torpedo que dejó un enorme agujero en la línea de flotación de la Casa Blanca.
El barco se inunda y ahora es cuestión de ver si la mayoría republicana en el Senado, que decidirá en el juicio político al mandatario, volverá a dar un bote salvavidas a Trump antes de que su presidencia desaparezca entre las olas.
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Sondland, embajador ante la Unión Europea, aseguró que trabajó con Rudy Giuliani, abogado personal de Trump, en la política hacia Ucrania bajo la dirección del presidente.
Hubo “quid-pro-quo”. Y, según Sondland, la visita a la Casa Blanca del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, estaba condicionada a que abriera una investigación que pudiera ayudar al presidente políticamente.
Sondland también llegó a convencerse de que la ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania estaba siendo retenida por esa misma razón.
Y todo el mundo en la Casa Blanca “estaba al tanto”. Lo sabían el jefe de gabinete, Mick Mulvaney, el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton.
De la palabra “bombazo” se ha abusado últimamente, pero el testimonio de Sondland marca un antes y después en la investigación que puede terminar con la remoción de Trump.
Con Sondland diciendo en directo en televisión que sus actividades en Ucrania las hizo bajo instrucciones directas de Trump y en coordinación con Giuliani, resulta muy complicado para el presidente insistir en que “apenas sabía” o negar que tuviera contactos con el embajador.
Sin embargo, el presidente insistió en esa idea.
“Es un hombre al que apenas conocía”, dijo Trump.
El presidente también destacó que Sondland dejó claro que le había dicho que de Ucrania no quería nada y que no había “quid pro quo”.
El problema para Trump es que mientras eso puede servirle en su defensa, el resto del testimonio de Sondland fue extremandamente dañino para él.
Mientras el presidente puede no haber dicho directamente que condicionaba la ayuda militar o la visita a la Casa Blanca a las investigaciones del exvicepresidente Joe Biden, para Sondland estaba claro que eso era lo que realmente quería.
Resulta casi imposible para Trump y sus partidarios pintar a Sondland, quien estaba hablando de quid pro quo, como un “freelancer” de la política internacional que operaba por iniciativa propia.
Quienes defienden al presidente pueden sugerir que Sondland se lo está inventando todo o que le falla la memoria, aunque haya proporcionado los documentos que avalan lo que dijo y otros testigos hubieran dicho lo mismo.
Por ejemplo, otros han testificado, y Sondland confirmó, que el propio embajador habló por teléfono con el presidente donde discutieron las “investigaciones” a Biden.
La única defensa real que le queda al presidente puede que sea basarse en sus amplios poderes para dirigir la política internacional, incluido presionar a los líderes extranjeros para que investiguen a quien quiera.
Si el presidente quiere que los ucranianos investiguen las denuncias de que las injerencias en las elecciones que ganó en el 2016 vinieron de Ucrania a favor de Hillary Clinton y no de Rusia a su favor, puede hacerlo usando las palancas de la política exterior de su país. Y lo mismo para investigar a la familia Biden.
Lo de “siempre va a haber intereses políticos en la política exterior y no debe haber problema con eso” lo puso sobre la mesa (y luego lo retiró) el jefe de gabinete Mulvaney en octubre.
Empieza la cuenta atrás para que la Casa Blanca retome esa idea. El daño, sin embargo, ya está hecho.