Esta noche será el último programa de Jon Stewart al frente de “The Daily Show”, y con él se va de la televisión un referente de la cultura y la política estadounidense. ¿Cómo un programa de sátira política se convirtió en algo tan relevante? ¿Cómo un comediante de stand up pasó a ser la persona con mayor credibilidad en las pantallas? ¿Por qué es más influyente que el periodista de mayor peso en CNN?
Hoy se termina una era en la televisión estadounidense y eso es algo que Stewart, un judío nacido en Nueva Jersey, se ha ganado a pulso en los 16 años que estuvo al frente de “The Daily Show”.
“No me voy a morir aún. No es el fin del mundo”, ha dicho, pero en las redes sociales los lamentos no cesan. Desde que en febrero anunció su salida de la televisión, los columnistas más renombrados no han dejado de analizar el aporte sustantivo de Stewart a la cultura norteamericana. “Ha expuesto nuestro bizarro civismo. En una noche cualquiera, un montaje rápido de videos sacados de noticieros, mezclados con sus reacciones de vodevil, puede desinflar diez veces más la autoestima de los poderosos que cualquier solemne editorial”, ha escrito David Remnick, editor de “The New Yorker”.
En la media hora diaria emitida a través del canal de cable Comedy Central, Stewart ha puesto el dedo en la llaga en los asuntos más serios y vergonzosos del país intercalándolos con comentarios ácidos sobre cómo los medios cubren las noticias. Stewart ha tenido el talento, con humor y mucho sarcasmo, de poner un espejo para que la sociedad estadounidense reconozca sus debilidades y fortalezas, y desnudar los intereses políticos en los medios de comunicación (o los intereses políticos de los medios).
Stewart, hoy de 52 años, se hizo cargo del programa en 1999. No fue hasta el 11 de setiembre del 2001, con los atentados contra el World Trade Center, cuando su humor se volvió más crítico y afilado. Cuando la mayoría de medios televisivos en la era Bush avalaba las intervenciones militares y se comía el cuento de las armas de destrucción masiva en Iraq, Stewart, el comediante, decidía poner en evidencia la torpeza del presidente una y otra vez y las oscuras motivaciones de su gabinete.
La delgada línea entre la burla y la información se reforzaba con corresponsales que, además de ser meros actores haciendo de comediantes que fingían ser periodistas, elaboraban efectivos reportajes que servían para poner en evidencia la estupidez de los políticos de turno. Fue así como Stewart se volvió el semillero de futuras estrellas como Stephen Colbert, Steven Carell, Olivia Munn y John Oliver.
Pero si algo hizo imprescindible a Stewart ante su audiencia –la mayoría de tendencia liberal– fue su crítica sistemática hacia Fox News, el canal de noticias abiertamente ultraconservador desde donde se fomentó la aparición del Tea Party; así como las agudas burlas hacia CNN por “su falta de compromiso”. A estas alturas, Stewart ya era más que un comediante. Era un analista político que escudriñaba la realidad rodeándola de bromas.
“Con los medios hipnotizados por el chisme y la política de carrera de caballos, Stewart entendió la necesidad de exponer la hipocresía y entender los motivos que estaban detrás de ella. Por eso no sorprende que un comediante se haya convertido en un líder. Es así como la cultura salva a la política”, comenta Bill Curry, ex consejero de Bill Clinton y columnista de Salon.com.
Dos horas antes de que esta noche se despida de la televisión, empezará el primer debate de los precandidatos republicanos. Muchos coinciden en que Stewart se está yendo en el momento en que más se necesita de la sensatez de su comedia para tolerar lo que ya se avizora como una campaña electoral muy sucia. Para él, su momento frente a las pantallas ya terminó. Al menos, por ahora.