Por Cecilia Rosales Ferreyros / 12 de setiembre del 2001
El reloj marcaba las 7:45 de la mañana cuando el secretario de Estado norteamericano Colin Powell llegaba a Palacio de Gobierno para un desayuno de trabajo con el presidente Alejandro Toledo. El encuentro se inició con normalidad pues a esa hora nadie siquiera imaginaba lo que estaba por ocurrir en Nueva York y Washington.
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Por la parte peruana estaban el presidente del Consejo de Ministros Roberto Dañino, el canciller Diego García Sayán y el zar antidrogas Ricardo Vega Llona. A Powell lo acompañaban los embajadores John Hamilton y John Maisto y los secretarios asistentes Lino Gutiérrez, Anthony Wayne y Rand Beers.
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El ilustre personaje y su comitiva disfrutaban con sus anfitriones, en uno de los comedores de la residencia presidencial, de un desayuno en el que no faltaron los tamalitos, huevos revueltos, jamones y quesos.
De pronto, a las 8:10 a.m., un funcionario de la Embajada Estadounidense le alcanzó una nota. Powell la leyó y se llevó las manos a la cabeza en señal de preocupación: se estaba enterando del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. De inmediato transmitió a los presentes la terrible noticia. Un ambiente de consternación y preocupación se apoderó de la reunión. A pesar de ello se continuó con los asuntos previstos en la agenda. Aunque la reacción de Powell fue de preocupación, en todo momento mantuvo la serenidad. No en vano es un veterano de la guerra del Golfo Pérsico que ha sido condecorado y ha afrontado situaciones bastantes difíciles.
Fuera del salón, funcionarios de la Embajada Estadounidense realizaban, una tras otra, llamadas telefónicas; mientras el secretario de Prensa de Palacio de Gobierno, Guillermo González Arica, se repartía entre entregar información actualizada de lo que sucedía al mandatario y atender a unos treinta periodistas que desde temprano seguían la cita ubicados en el Salón Dorado de Palacio a la espera de la foto oficial.
Una segunda nota le llegó a Powell: otro ataque, esta vez al Pentágono. El término de la reunión se aceleró. No obstante, fuentes palaciegas comentarían después que el encuentro entre Powell y Toledo había sido exitoso, pues se habían abordado importantes asuntos.
Segundos después ambos ingresaron al Salón Dorado y, aunque la preocupación del secretario norteamericano era evidente, aceptó saludarse con el mandatario peruano para los fotógrafos. Cuando se le pidió un comentario acerca de lo ocurrido, sólo hizo un gesto negativo con la mano.
De inmediato enrumbó hacia el Hotel Los Delfines donde debía iniciarse la Asamblea Extraordinaria de la OEA.
MINUTO DE SILENCIO
En el hotel de San Isidro [Los Delfines, en donde se llevaba a cabo la Asamblea General Extraordinaria de la OEA] corrían todo tipo de rumores. Algunos decían que Powell partía de inmediato a su país y que no participaría en la sesión, pero poco después el canciller García Sayán adelantó que se harían algunas modificaciones para facilitar el retorno de Powell a Estados Unidos.
Pasadas las diez de la mañana se inició la sesión y lo primero fue un minuto de silencio por los terribles sucesos ocurridos en Estados Unidos.
El canciller de Colombia, Guillermo Fernández de Soto, pidió que la Asamblea aprobara una declaración expresando su más enérgica condena a los actos terroristas. “La Asamblea General expresa su plena solidaridad con el gobierno del presidente George Bush y con el pueblo de los Estados Unidos”, señala la declaración.
Luego se aprobó por aclamación que el canciller peruano Diego García Sayán presidiera la asamblea. Sus primeras palabras fueron: “Estamos aquí para promover y defender la democracia frente a amenazas como los actos terroristas”.
Powell fue el primer orador: “Una terrible tragedia ha afectado a mi nación, pero también a todos los países que creen en la democracia. Una vez más vemos el accionar de los terroristas. Gente que no cree en la democracia, que cree que, con la destrucción de edificios, con el asesinato de personas pueden lograr un objetivo político. Pueden destruir edificios, matar gente y nosotros vamos a sentirnos afligidos por esta tragedia, pero nunca se les permitirá matar el espíritu de la democracia. No podrán destruir nuestra sociedad, nuestra creencia en el mundo democrático. Pueden estar seguros de que Norteamérica encarará esta tragedia de una manera que traiga a los responsables ante la justicia. Pueden estar seguros de que este terrible día vamos a pasarlo porque somos una nación fuerte que cree en sí misma. El espíritu norteamericano prevalecerá por encima de esta tragedia”.
Invocó a sus colegas aprobar cuanto antes la Carta Democrática Interamericana. Su pedido se concretó poco después con la aprobación por aclamación del documento. Los presentes se pusieron de pie para aplaudir largamente la decisión adoptada.
Una vez más Powell intervino para señalar que la Carta será una fuente de inspiración y de fortaleza para su país en los difíciles días que se aproximan. De inmediato abandonó el hotel y se dirigió, fuertemente escoltado, por tierra y por aire, al Grupo Aéreo Número Ocho. De allí inició el largo retorno a su país.
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