(Foto: AFP)
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Defender la existencia de nazis buenos elevó a a un grado de imbecilidad mayor que el de la semana pasada cuando amenazó con iniciar una guerra nuclear mientras estaba de vacaciones en su club de golf.


Este nuevo momento cumbre de la insensatez llega acompañado de la pregunta: ¿Es Trump un racista?, que se responde sin necesidad de ningún análisis. Basta con revisar los hechos.

La primera vez que apareció el nombre Donald Trump en “The New York Times” fue el 16 de octubre de 1973 bajo el titular: “Acusan a terrateniente de ser antinegro”. Tanto él como su papá, Fred, cuyo debut en la prensa fue en 1927, cuando fue arrestado en una manifestación del Ku Klux Klan, fueron denunciados por discriminación racial por el Departamento de Justicia, que los acusó de vetar a negros como inquilinos de sus propiedades.

Un informe de 400 páginas del FBI recoge decenas de testimonios de afectados que cuentan, entre otras perlas, cómo los Trump obligaban a marcar con una C (de persona de color), las solicitudes de afroamericanos. Padre e hijo lograron zafar del asunto tras un arreglo extrajudicial sin negar los hechos.

Hay que matarlos

En 1989 una joven blanca fue violada cuando practicaba jogging por el Central Park de Nueva York. La policía detuvo a cuatro adolescentes negros y a un latino.

Antes de que empezara la investigación, Trump publicó anuncios en los periódicos para pedir pena de muerte para los chicos que tenían entre 14 y 16 años. La presión fue tal que pasaron entre 7 a 13 años presos por un ataque que no cometieron.

En el 2002 apareció el verdadero culpable y la ciudad de Nueva York tuvo que pagar US$41 millones para reparar el daño. Pese a la evidencia, Trump sigue diciendo que fueron ellos.

No toquen la plata

A inicios de los 90 apareció el libro “Trumped!” escrito por John O’Donnell, ex presidente del casino-hotel Trump Plaza en Atlantic City. La obra, de 320 páginas, presenta al actual presidente de EE.UU. como un empresario torpe que perdió 800 mil dólares por no saber negociar con los Rolling Stones y excesivamente temeroso de contraer enfermedades.

También revela qué dijo cuando se enteró de que tenía un contador negro en su casino. “¡Negros contando mi plata! Lo odio. La única clase de gente que quiero contando mi dinero son tipos bajitos que usan yarmulkes (en referencia a la kipá judía) todo el día. Creo que este tipo es un vago. Y probablemente no es su culpa porque ser vago es un rasgo de los negros. Realmente lo es. Lo creo. No es algo que puedan controlar”.

En mayo de 1997 Trump dio una entrevista en la revista “Playboy” y reconoció que lo que escribió O’Donnell “es probablemente cierto”.

También es cierto, porque él mismo lo afirmó, que en julio del 2005 evaluó la idea de formar dos equipos, uno de blancos y otro de negros, para su ‘reality’ “The Apprentice USA”. Tres años antes, Kevin Allen, uno de los concursantes, lo acusó de haberlo eliminado porque “a Trump no le gustan mucho los negros educados”.

La acusación de Allen parecía exagerada hasta que llegó la campaña presidencial del 2011. Trump acusó a Barack Obama de haber nacido en otro país y contrató un equipo de investigadores para averiguar si realmente su partida de nacimiento estaba en Hawái. También ofreció 5 millones de dólares a quien le demostrara que Obama se había graduado en Harvard.

Fue así que el conductor de televisión Bill Maher le ofreció la misma cantidad si le demostraba que no era el hijo de un orangután. Porque, según Maher, el único ser vivo con el mismo color de pelo que Trump es el orangután de Sumatra. Unos días después el abogado del magnate le envió una carta junto con un certificado de nacimiento que dejaban claro que Donald era hijo de Fred Trump y no de un simio.

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