(Foto:AP)
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Redacción EC

Cuidándose de no soltar los tubos que tiene en las venas, Natalie Vanderstay se coloca una almohada sobre el estómago, en el sitio por donde le penetró la bala. Una manta cubre la pierna que resultó destrozada. Los médicos creen que por fuego de metralla.

Esta enfermera de Los Ángeles de 43 años no puede creer que esté viva. En las últimas 48 horas, cuenta, su vida cambió para siempre.

Vio cadáveres y gente que se moría mientras trataba de escapar de la masacre que tuvo lugar en la céntrica avenida de Las Vegas conocida como Las Vegas Strip. Recuerda que fue pisoteada, recibió un balazo y que a esa altura primó su instinto de supervivencia. Pasó por encima de otras personas con tal de salvarse y dice que eso es algo que jamás podrá olvidar.

“Me dije, ‘no puedes quedarte aquí, vas a desangrarte’. Me dolía mucho”, relató Vanderstay entre lágrimas el martes en su cama del Centro Médico Universitario. “Sabía que no quería morir. No estaba lista para morir”.

Más de 500 personas sufrieron heridas de distinta magnitud en el ataque del domingo en que murieron 58 personas y el atacante. Algunas heridas son sencillas, como fracturas de huecos, y otras más complicadas, que requerirán múltiples operaciones y tal vez trasplantes. Todas van acompañadas de traumas psicológicos asociados con la matanza más grande en la historia moderna de Estados Unidos.

Vanderstay es una de al menos 130 personas que permanecen hospitalizadas, 48 de ellas con estado grave. Tan solo en el Hospital y Centro médico Sunrise fueron atendidas 120 personas que recibieron balazos.

La rehabilitación de los heridos más graves puede tomar mucho más de lo que ellos se imaginan.

“Años”, dice el doctor Thomas Scalea, de la Universidad de Maryland, Baltimore. “No estamos hablando de días ni semanas”.

Vanderstay, que es enfermera, sabe que sus heridas tardarán muchas semanas, si no más, en cicatrizar. Ya se sometió a una operación para que le extrajeran partes del colon y los intestinos delgados.

A las lesiones físicas se suman las sicológicas.

“La gente gritaba desesperada”, relata. “Sentí algo en el estómago y supe que había recibido un balazo”.

“Sentí como que una pelota de béisbol me atravesaba el estómago”, afirma. Dice que se dio cuenta de que su pierna había sido “rebanada” y que se sacó su camisa de franela y se la ató apretada a la pierna.

A medida que relataba lo sucedido Vanderstay se alteraba y la voz se le quebraba al pensar en la gente por la que no pudo hacer nada.

“Había gente muerta. Vi un tipo al que le había volado un ojo y no pude ayudarlo”, señala.

La gente improvisó camillas con postes de vallas y lonas, y usó cinturones como torniquetes. En los hospitales de la zona la actividad era frenética.

“Llegaban uno tras otro”, cuenta el doctor Jay Coates, del Centro Médico Universitario de Nevada del Sur, que operó a tres personas con heridas de bala. “Tratábamos de que la gente no se nos muriera”.

Para sobrevivir, Vanderstay saltó como pudo sobre una valla y escapó del sector del concierto. Luego se agazapó junto a varias personas y todos esperaron que dejasen de llover las balas.

Cuando cesaron los disparos, Vanderstay vio un taxi y se subió a él. Ya había tres personas adentro. Le dijo al chofer que estaba herida y que necesitaba ir a un hospital. El chofer se dio cuenta de que no convenía llevarla al hospital más cercano sino al Centro Médico Universitario, que es el único del estado con una unidad de traumatología de Nivel 1.

“De no haber sido por el chofer del taxi, no estaría aquí”, expresó entre sollozos. “Y no sé quién es. Hizo de todo para traerme aquí”.

Las perspectivas de recuperación de los heridos de bala dependerán de por dónde penetraron los proyectiles.

“Es una cuestión de milímetros o centímetros”, indicó Jack Sava, director de traumatología del Centro Hospitalario de Washington MedStar.

Vanderstay dice que se despertó con un sentimiento de enorme gratitud hacia todos los buenos samaritanos que ayudaron a mantenerla con vida y a todos los médicos y enfermeras que le salvaron la vida.

“Recuerdo que me desperté y mis amigos me dijeron ‘ya pasó lo peor, todo está bien´”, dijo Vanderstay, quien asegura estar consciente de que “la recuperación va a ser algo duro, tanto en la parte física como en la mental”.

Fuente: AP

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