Las elecciones primarias en Estados Unidos son un abanico de estrategias de largo aliento. Es la primera parte de una maratón, donde los precandidatos pelean en un proceso complejo por ser los representantes de sus partidos y finalmente tener la chance de llegar a la Casa Blanca.
Pero, sobre todo, es un juego de números donde la clave está en cuántos delegados consigue cada candidato para conseguir la nominación. Cada partido tiene sus propias leyes y se rigen de acuerdo a normas internas que van puliendo en cada proceso. El Partido Republicano asigna 2.472 delegados y el Partido Demócrata 4.764. Esos delegados son los que asisten a las convenciones nacionales, representando a la gente que sufragó en cada estado. Son los depositarios del voto.
Siendo así, para conseguir ser el nominado deben conseguir la mitad más uno de esos delegados. Es decir: 1237 en el caso republicano, y 2.383 en el lado demócrata.
Pero este juego numérico no es suficiente. También existen superdelegados, una figura especial que tiene un peso importante en la votación y que podría inclinar la balanza en las elecciones primarias que se vienen realizando cada semana.
¿Qué son?
Los superdelegados constituyen, en resumen, la dirigencia de los partidos, el ‘establishment’, las figuras más prominentes de cada una de las organizaciones políticas que votan directamente en las convenciones.
En el proceso hay que diferenciar entre republicanos y demócratas. Para estas elecciones, los republicanos decidieron quitarle peso a los superdelegados y solo han asignado a 168, es decir el 7% del total de delegados. Ellos son los tres máximos representantes del partido en cada estado y deberán votar en las convenciones por el candidato que tuvo mayor votación en sus estados. Es decir, no pueden apoyar a un candidato diferente al que la gente eligió.
Pero en el lado demócrata, el tema ha devenido en pugna entre los seguidores de Hillary Clinton y Bernie Sanders, los dos precandidatos que quedan en carrera.
El asunto es que los superdelegados demócratas –que incluyen al presidente, vicepresidente, senadores, diputados y altos dirigentes del partido en cada estado- suman 712, es decir el 15% de todos los delegados. Ellos tienen la potestad de apoyar al candidato de su preferencia, sin sentirse presionados por el voto popular.
Su objetivo es evitar que sea elegido un candidato que no tenga las condiciones idóneas para llegar a la Casa Blanca. “Si pasara en nuestro partido lo que estamos viendo en el bando republicano, con candidatos renegados como Trump a quien el partido no quiere, estas personas actuarían de contrapeso”, señala Al From, uno de los impulsores de esta figura en 1980.
Por ejemplo, si Sanders consiguiera la mayoría de delegados por una escasa diferencia, los superdelegados podrían elegir a Clinton y decidir que sea la nominada. La posición interna del partido pesaría más que el sufragio ciudadano.
Dos posturas
Dado que Clinton es una alta representante del establishment demócrata, los superdelegados están apostando mayoritariamente por ella. Por eso, los seguidores de Bernie Sanders han emprendido una campaña para convencer a los dirigentes del partido para que no tuercen la voluntad de la gente.
El movimiento MoveOn.org, que apoya a Sanders, está circulando una petición en Internet para que los superdelegados se comprometan a apoyar al ganador del voto popular nacional. “La clave para ganar la presidencia en noviembre será la movilización del entusiasmo popular. Eso no será posible si el nominado demócrata termina siendo elegido solo por la dirigencia del partido”, explica Ben Wikler, director de la organización en Washington.
¿Cómo surgieron?
La figura de los superdelegados en el Partido Demócrata se creó en 1981 luego de consecutivas derrotas electorales. Los líderes del partido decidieron que el ‘establishment’ pudiera contrarrestar la presencia de un candidato que no fuese “elegible”.
Como cuenta Stephen Voss, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Kentucky, hasta 1972 las élites del partido escogían a sus nominados. A partir de ese año, hubo elecciones primarias libres. La consecuencia de ello fue la nominación de George McGovern, quien perdió con muchísima diferencia ante el republicano Richard Nixon. En 1976, los ciudadanos también eligieron a Jimmy Carter, quien no pudo conseguir la reelección ante Ronald Reagan en 1980. “Carter construyó pocos puentes con los líderes del partido y chocó con muchos miembros del Congreso. Por eso Ted Kennedy quiso quitarle la nominación en 1980, lo que debilitó más a Carter”, explica Voss en “The Washington Post”.
Ante ello, en 1981 el ‘establishment’ decidió crear la figura de los superdelegados, para que haya una confluencia entre el voto popular y los intereses internos del partido. “La idea fue proteger el derecho de los demócratas registrados a escoger el candidato que mejor los represente”, añade. Aunque desde esos años, su presencia no ha hecho la diferencia y han respetado la votación de las primarias, su figura siempre es una sombra que puede empañar la decisión de los ciudadanos.