Era la primera vez que Saad Belhaj, de 20 años, buscaba departamento en Almería, en Andalucía (España). Vivía en un pueblo de la ciudad con sus padres y quiso mudarse más cerca de su trabajo, que desempeña como empleado en una tienda deportiva. La búsqueda no fue fácil, pero finalmente encontró el alojamiento ideal: a un precio accesible, bien ubicado y con tres compañeros de piso de su misma edad. Pero, luego de firmar el contrato de alquiler y con las llaves en su poder, una de las inquilinas lo llamó para decirle que no quería convivir con él por un insólito motivo.
Saad nació en Marruecos, pero sus papás se mudaron a la ciudad andaluza cuando él tenía apenas tres meses. “Pasé toda mi vida aquí. Me encanta y soy feliz”, expresó el joven, quien advirtió que nunca había sufrido racismo por sus orígenes. Hasta el momento en el que decidió alquilar este piso, el 9 de septiembre pasado.
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“Luego de firmar el contrato de alquiler, entregar el depósito [de 150 euros por la habitación] a la dueña del departamento y tener las llaves, una de mis futuras compañeras me llamó para comunicarme algo ‘urgente’. Fui hasta el departamento y allí me dio la noticia de que no iba a ser posible alquilar con ellos: su padre no quería que viviera con moros ni gitanos”, contó a LA NACION.
La palabra “moro” se usa de forma despectiva para designar a las personas racializadas, de origen o ascendencia marroquí o árabe. “Entramos al living y le costaba hablar, se trababa y tenía los ojos llorosos. Me dijo que su madre no tenía ningún problema, pero que cuando le contó a su padre que me iba a mudar a la casa, no quiso. Tuvo malas experiencias y no quería que su hija viviera con moros ni con gitanos”, relató.
Saad se quedó estupefacto. “Me quedé impactado, helado. Nunca viví algo similar. No supe cómo reaccionar y le pedí una oportunidad, que me conocieran. Ahora lo pienso y yo no tengo que pedirle ninguna oportunidad a nadie por ser de donde soy”, apuntó.
El joven trató de insistir, pero la inquilina fue contundente: “Me dijo que intentó que su padre entrara en razón, que me conociera y viera que tengo un buen trabajo, que soy un buen chico y que visto bien. ¿Es que por ser marroquí no puedo tener un buen trabajo y vestir bien? Aluciné”.
A pesar del mal trago, Saad defiende la lucha contra el racismo: “No hay que agachar la cabeza. Los marroquíes no somos ladrones ni asesinos, no matamos a nadie. Sigo sin asimilar que esto pase hoy en día”.
La organización española SOS Racismo, que atiende a las víctimas de discriminación racial o xenofobia y ofrece asesoría jurídica para ellas, señaló en su informe anual de 2018 que se registraron 359 denuncias por este tipo de violencia en nueve provincias.
“No entendía nada”
Junto a la joven, estaba presente otro de los tres inquilinos, quien le dijo a Saad que no podían involucrarse porque son amigos y tenían decidido vivir todos juntos. “Me agobié mucho porque no entendía nada y me quedé en blanco. Así que me fui, como llegué, y ella misma me dio el dinero del depósito. Me duraron dos horas las llaves del piso”, relató.
Al cruzar la puerta del edificio fue cuando empezó a analizar todo lo que acababa de vivir. “Asimilé todo, aunque aún trato de entenderlo. Me dio mucho bajón, me sentí muy decepcionado con la humanidad y me quedé roto”, agregó.
“Racismo puro y duro”
Su compañera de trabajo, Elena, relató el episodio de racismo que vivió Saad a través de un hilo en su cuenta de Twitter y se viralizó. “Racismo puro y duro”, sentenció. “Se me viene el alma al suelo (...). Saad estaba nerviosísimo cuando me lo contó y le temblaba hasta la boca”, apuntó en la publicación.
Y agregó: “Twitter, por favor, haz tu magia y ayúdame a encontrarle una habitación donde lo traten con el respeto que todo el mundo merece y lo hagan sentir como en casa”.
El tweet superó los 28 mil me gusta en dos semanas y, gracias a la publicación de su compañera, muchas personas se contactaron con Saad para ofrecerle alojamiento. “Después de la viralización del tuit, mucha gente me habló con una habitación disponible, pero ahora mismo estoy en proceso y recuperación de lo sucedido. Pero tuve muchas ofertas”, destacó. Por el momento, paralizó la búsqueda de departamento y continúa en casa de sus padres.
También lo contactaron personas que aseguraron haber vivido experiencias similares de racismo: “Me contaron que tuvieron el mismo problema en Almería y me dieron mucho apoyo. Cuando consultan por un alquiler, les preguntan su nacionalidad o se echan para atrás cuando ven su nombre o su color de piel”, concluyó.
“Ojalá el racismo se acabe algún día”, apuntó una usuaria de la red social. “Los padres poseen una profunda ignorancia”, argumentó otro. Mientras que un tercero confió: “Hace unas semanas, denuncié un anuncio que buscaba solo inquilinos europeos, pero hay total impunidad en el ámbito de la vivienda”.
Por Sandra Rodríguez Ramos