La guerra no perdona, ni siquiera a los más fuertes, ni a los mejores. La humanidad ha sido terca en este tema, pues han sido recurrentes las situaciones de conflicto bélico a lo largo de la historia.
Los relatos de muertes, violaciones a los derechos humanos, tragedias familiares, crisis, líderes autoritarios, humillaciones, simbolismos y muchas balas derramadas a lo largo y ancho del mundo parecen escritas por creadores literarios especializados en el horror.
Mira: Los tres primos hermanos que desencadenaron la Primera Guerra Mundial
Era el año 1915, en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial. El imperio alemán fue una de las fuerzas beligerantes más importantes de este conflicto armado que llegó a casi todo el planeta, pero que se desarrolló principalmente en Europa.
Uno de los objetivos más codiciados de los alemanes durante la guerra fue la fortaleza de Osowiec, punto estratégico del ejército del imperio ruso, pues les permitía avanzar con mayor propiedad hacia el este. Sin embargo, no fue fácil para los germanos, pues ya habían intentado tomar la edificación un año atrás sin éxito.
Los rusos sabían perfectamente que no podían perder en Osowiec, por lo que la fortaleza fue guarnecida por aviones, infantería, cañones y muchas armas.
No obstante, ante el desespero de ganar, los alemanes idearon una forma de golpear primero en dicha zona para así tomar la fortaleza con menor resistencia eslava. Se trató del gas de cloro, un elemento químico presente en la naturaleza, pero que su uso en la guerra generaba escozor. Este gas tenía la capacidad de corroer la piel, quemar los ojos, generar vómitos incontrolables e irritar el esófago.
Otro gas utilizado fue el bromo, de color rojizo, que era capaz de destruir órganos fundamentales del cuerpo humano como los pulmones y los riñones. Estas fueron las cartas de los alemanes aquel 6 de agosto de 1915.
El tan esperado día por el ejército alemán llegó. Estaban dispuestos a tomarse la fortaleza a como diera lugar, y con la suerte de que ese día sus tropas superaron en cantidad y con mucha diferencia a las guarniciones rusas que se encontraban custodiando Osowiec. 7000 alemanes contra 500 rusos; la victoria teutona parecía asegurada.
Sin titubeos, los alemanes lanzaron de golpe sus armas químicas, las cuales hicieron efecto inmediato en los efectivos eslavos. Se podía apreciar cómo se les derritió la piel mientras que buscaban la forma de no inhalar esos gases tóxicos, tapándose con sus ropas untadas de agua y orina, pues sus máscaras de gas estaban viejas y obsoletas.
Pesadilla en la fortaleza del infierno
Ya cuando los alemanes apreciaron que los rusos no hacían resistencia, decidieron entrar en Osowiec para asegurarse de que nadie quedase vivo. No obstante, se vieron sorprendidos por los rusos, quienes parecían que habían vuelto de la muerte.
Vladimir Voronov, periodista ruso, describió los hechos en el año 2009, durante el 95. ° aniversario del inicio de la ‘Gran Guerra’:
“Cuando los alemanes se acercaron a las trincheras, una espesa niebla de color cloro los golpeó […]. Un contraataque de la infantería rusa. La vista era aterradora: los soldados cargaron la bayoneta con la cara envuelta en harapos, con una tos terrible, escupiendo literalmente trozos de pulmón ensangrentados”.
“Eran los restos de la 13ª Compañía […], poco más de 60 personas. Pero causaron tal horror en el enemigo que la infantería alemana se retiró entre pisotones. La batalla pasaría a ser conocida como el ataque de los muertos” dijo Voronov en una entrevista.
No era de esperar el terror que generó esa escena para los germanos. Ver las caras corroídas, ensangrentadas y chamuscadas de los rusos era una situación digna de una pesadilla. Inmediatamente, en vez de combatir, salieron corriendo, despavoridos ante el horror que les generó ver a esos ‘muertos vivientes’.
Un total de setenta hombres eslavos, entre estos el teniente segundo y líder del escuadrón, Vladímir Kotlinski, repelieron a los alemanes mientras caminaban y disparaban de forma agonizante y terrorífica.
Uno de los testigos, Aleksandrovich Khmelkov, relató en su libro ‘The struggle of Osovets’ cómo vio los hechos de primera mano, asegurando que los soldados enemigos esperaron durante diez días a que el viento les favoreciera para poder hacer el ataque químico.
“Todos los seres vivos fueron envenenados y la artillería rusa sufrió graves pérdidas. Aquellos que no participaban en la batalla escaparon de los refugios, edificios y casas. Cerraron las puertas y las ventanas con fuerza, empapándolas con abundante agua. A 12 kilómetros del lugar de producción de gas […] 18 personas fueron gravemente envenenadas. Se dieron casos de envenenamiento de animales: caballos y vacas”, explicó Khmelkov en su texto.
Sin embargo, los alemanes sabían que era cuestión de tiempo para que los rusos cayeran muertos. Era imposible que lograran sobrevivir en ese estado, por lo que simplemente se alejaron y esperaron a que la Parca pasara para recoger a sus enemigos.
Finalmente, los alemanes tomaron la fortaleza de Osowiec ante la caída en cuenta del imperio ruso sobre la poca importancia que tenía seguir defendiendo ese lugar.
Las guerras no solo aseguran muerte, destrucción y miseria; así como también dejan en evidencia la desidia y egoísmo del ser humano. También son escenarios propicios para relatar historias fantásticas, casi increíbles, que pueden dejar boquiabiertos a más de uno.
Sin embargo, lo mejor es no repetir estos escenarios, pues la vida es muy valiosa como para que el ego de algunos pocos afecte la vida y bienestar de todo el mundo. En las guerras, los ganadores no existen.