Las acusaciones de encubrimiento contra Benedicto XVI tuvieron respuesta. El martes, el papa emérito decidió hablar y pidió perdón por los abusos sexuales contra menores cometidos por miembros del clero durante su carrera como funcionario de la Iglesia Católica, pero negó haber protegido a sacerdotes.
“Una vez más solo puedo expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi gran dolor y mi sincera petición de perdón. He tenido una gran responsabilidad”, escribió en una carta y como respuesta a una investigación que da cuenta que él sabía de estos hechos y optó por voltear la cara.
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Quienes señalan a Benedicto XVI, de 94 años y pontífice entre el 2005 y 2013, son un equipo de abogados que trabaja por encargo de la arquidiócesis de Múnich, de la que Joseph Ratzinger fue arzobispo entre 1977 y 1982. En el documento entregado, se recogen cientos de casos de abusos sexuales que se sucedieron durante décadas. Pero no es lo único.
Según la agencia EFE, la investigación acusa a “las sucesivas jerarquías eclesiásticas” de no tomar cartas en el asunto o, simplemente, encubrirlos.
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Son cuatro los casos que se desarrollaron durante la gestión de Ratzinger, “presuntamente cometidos por dos clérigos que prestaban asistencia espiritual y contra los cuales no se actuó en absoluto”. Y, como conclusión, los abogados sostienen que el papa emérito estaba “muy probablemente” al tanto de lo que sucedía.
El historiador y especialista en la Iglesia Católica, Juan Fonseca, opina que el escándalo y la misiva afectan el legado de Benedicto XVI. “Durante su pontificado, quiso demostrar que hubo un cambio de actitud de la jerarquía en relación a la pederastia, que se dejaba la cultura del secretismo, de pasar por agua tibia estos casos, para ser mucho más agresivos contra los sacerdotes pedófilos”.
Pero las conclusiones de la diócesis de Múnich lo dejan mal parado. “Su carta es una especie de acto de penitencia pública”.
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La condena del pasado
Fonseca es de los que reconoce que, en los últimos años del pontificado de Benedicto XVI y ahora con el papa Francisco, hay intentos concretos para mejorar los procedimientos con respecto a los casos de abusos sexuales.
“Ratzinger planteó reformas interesantes para facilitar que las diócesis denuncien a los sacerdotes, trató de abrir posibilidades para que los curas pedófilos fueran retirados de la Iglesia en colaboración con las autoridades civiles. El tema es que, en muchos casos, no se aplicaron por las mismas tradiciones del clero”, dice a El Comercio.
Pero las conclusiones de la investigación dan cuenta de una realidad más compleja: que aun cuando se intenta reformar a la Iglesia, “el pasado pesa”.
“Esto muestra las contradicciones de la Iglesia, por lo menos de las altas jerarquías. Es decir, no siempre fueron así: aquí se evidencia que, en otros momentos de la historia personal de Ratzinger y de la historia contemporánea de la Iglesia, no hubo esa actitud que ahora tratan de tener”.
¿Cómo juzgará la historia a Ratzinger? Para Fonseca, este período será visto como un punto de inflexión. “Él está asumiendo los pecados que la Iglesia cometió durante tanto tiempo, a pesar que él mismo fue quien más intento combatirlos”.
“Así como otros, yo soy de los que sostiene la tesis de que parte de las motivaciones de su renuncia fue la comprobación de que no tenía la fuerza moral, espiritual o física para combatir lo que él mismo llamó ‘porquería’”.
“En ese sentido, él será recordado como uno de los papas que, finalmente, decidió enfrentar al monstruo, aunque él mismo fue parte del monstruo”.
El camino de las reformas
El papa Francisco transita por el sendero que abrió Ratzinger. Se recuerda que, en octubre del año pasado y a razón del destape de varios casos de abuso sexual en una iglesia francesa, dijo: “deseo expresar a las víctimas mi tristeza y mi dolor por los traumas sufridos y también mi vergüenza, nuestra vergüenza, por la incapacidad de la Iglesia durante mucho tiempo para ponerlos en el centro de sus preocupaciones”.
A ello habría que sumarle que, en un documento del Vaticano, se sostuvo que la Iglesia debía “afrontar su falta de fe interna y la corrupción” y no olvidar “el sufrimiento” de las víctimas de abusos sexuales, “de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas”.
¿Empezarán a gestarse más investigaciones para perseguir los casos de pederastia dentro de la iglesia? “Ojalá fuera así”, comenta Fonseca.
Por lo menos, cuenta el especialista, la iglesia alemana, considerada como una de las más progresistas del mundo, está dando el ejemplo. El problema, dice, es la “cultura” de siglos que hace que sacerdotes y jerarcas vean los casos de abuso sexual “como un pecado moral y no un delito”.
“Como diría Slavoj Zizek, la pederastia ha sido el ‘obsceno suplemento secreto’ de la Iglesia, algo que se sabía, pero que no se señalaba porque, de alguna manera, era lo que sostenía al sistema”.
“Hay algunos sectores de la Iglesia Católica que ya están dando pasos para alejarse de eso, pero eso puede tomar décadas, hasta siglos. Los cambios en la iglesia son muy lentos”.
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