La venganza, dicen, es dulce. Pero es difícil saber si la de Vladimir Putin tendrá sabor alguno, luego que anunciara que como represalia a las sanciones internacionales a Moscú por su rol en la crisis en Ucrania su gobierno prohibió con efecto inmediato la importación de carnes, verduras, frutas y productos lácteos provenientes de la Unión Europea, EE.UU., Noruega, Canadá y Australia durante un año. En otras palabras: un boicot alimentario a Occidente.
¿Castigo a la UE y no a EE.UU?
Según datos de Eurostat, las exportaciones agroalimentarias de los países de la UE a Rusia–su principal socio en este rubro–ascendieron el año pasado a 11.865 millones de euros, poco menos del 10% del total, y se estima que será difícil para los proveedores hallar tan rápido mercados sustitutos.
A EE.UU., en cambio, la jugada del Kremlin le afecta mucho menos, ya que Rusia figura apenas en el lugar 23 como comprador de sus alimentos. Legisladores rusos, sin embargo, están buscando fórmulas para golpear los intereses de firmas simbólicas estadounidenses tales como McDonald’s o Coca-Cola.
La decaída economía rusa
El efecto bumerán de las sanciones parece inevitable. Rusia es el quinto mayor importador de alimentos en el mundo, con unos US$30.000 millones en importaciones, y prescindir de mercados tan importantes aunque sea para comprar finos quesos holandeses o manzanas polacas podría disparar la inflación.
La economía rusa, además, ya enfrenta durísimas sanciones por unos 10.000 millones de euros que restringen su mercado financiero y sus estratégicos sectores militar y energético, por lo que el FMI estima para este año un crecimiento casi nulo, de solo 0,2% y la recesión se asoma a la vuelta de la esquina en la medida en que la inversión ya ha caído 6,1% y las importaciones 3% durante este año. El panorama se ve más sombrío aun si se considera el talón de Aquiles de Rusia: su fuerte dependencia del capital exterior.
Putin no usa el arma del gas
Putin puso en la mira el sector alimentario pese a que tenía un arma de chantaje mucho más fuerte: el gas.
Europa todavía es sumamente dependiente del gas ruso –39% del total–, sobre todo los países del este (Lituania, Estonia y Letonia compran la totalidad de su gas a Gazprom), pero también Austria (60% de su matriz), Grecia (56%) o Alemania (37%). Sin embargo, Putin, quien es duro pero no loco, sabe que el negocio es simplemente demasiado importante, representa su principal entrada de divisas y hacer pagar a Europa con el gas podría llevar al rublo a un colapso. Por mientras habla de frutas y quesos. O quizás está esperando que llegue el frío invierno a Europa para cortar el gas.