En la Premier League hace tiempo que el inglés dejó de ser el idioma predominante, al menos a nivel dirigencial. Actualmente, los dueños de solo 5 de los 20 equipos que conforman la famosa liga son locales. En su lugar, los cuadros han pasado a depender de fondos extranjeros, principalmente estadounidenses, seguidos cada vez más de cerca de las ingentes fortunas árabes.
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El caso más reciente es el del Newcastle United, comprado el 7 de octubre por el Public Investment Fund (PIF), el fondo de inversión y ahorro que se define como independiente pero es sostenido por el reino saudí, para ser más específicos por el cuestionado príncipe heredero Mohamed bin Salman.
La operación se pactó en 405 millones de dólares, una cifra que no le hizo ni cosquillas a los 406 mil millones de dólares con los que se estima que cuenta el PIF como fortuna.
La operación, que se venía cocinando desde finales del 2019 pero se vio frustrada en el 2020, ha generado una serie de críticas, principalmente por las violaciones a los derechos humanos que se cometen en el enorme país ubicado en el Golfo Pérsico.
Una de las principales voces que se hizo oír tras la compra fue la de Amnistía Internacional, la organización defensora de derechos humanos ha solicitado una reunión con el presidente ejecutivo de la Premier League para abordar el tema.
Hatice Cengiz, prometida del periodista Jamal Khashoggi, asesinado en el 2018 en la embajada de Arabia Saudí en Estambul por orden, según los servicios de inteligencia turcas y estadounidenses, del príncipe Bin Salman, también expresó su molestia.
“Estoy realmente triste. Supongo que el dinero es más importante que todo en esta vida”, dijo tras calificar la operación como “una vergüenza para el fútbol inglés”.
La Premier, por su parte, se ha defendido a través de un comunicado en el que aseguran que la transacción no implica que el Newcastle pasará a ser propiedad de Arabia Saudí. La dependencia del PIF del petróleo saudí, sin embargo, hace dudar sobre la certeza en las palabras de los representantes de la liga.
TRASFONDO GEOPOLÍTICO
El del Newcastle es apenas el último, en una lista cada vez más grande, de grandes equipos europeos que han pasado a ser propiedad de inversores árabes. En ese sentido, los casos más conocidos son los del Manchester City, comprado en el 2008 por el Abu Dhabi United Group, y el del Paris Saint-Germain (PSG), en manos de Qatar Investment Authority desde el 2011.
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“Estamos hablando de pequeños países con muchísimos recursos naturales. El gas para Qatar. El Petróleo y el gas para los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Pero desde hace años las familias reales de esos países tienen la voluntad de diversificar sus ingresos, porque saben que los recursos naturales se acabarán eventualmente. Entonces, prefieren invertir en empresas de diferentes sectores industriales y culturales para protegerse a futuro”, comenta a El Comercio desde Dubái, Mohamed Badine El Yattioui, profesor de Relaciones Internacionales en la American University in the Emirates (AUE).
“La ventaja de un club de fútbol es que la inversión es importante al inicio, pero en materia de imagen ¿quién sabía dónde se ubicaba Qatar antes de la compra del PSG o de organizar el Mundial de Fútbol? Sobre los EAU, todos conocen a Dubái como el paraíso del turismo y las finanzas, pero Abu Dhabi es la capital federal y es menos conocida. Esto es una estrategia de ‘soft power’”, agrega.
“El fútbol a nivel mundial da mucha visibilidad. Qatar lo consiguió con el PSG, el Mundial y poniendo a su aerolínea en la camiseta del Barcelona. Arabia Saudita también quiere eso”, señala el historiador y profesor de la UPC, Jorge Illa.
El académico español resalta también el impacto social que conlleva la llegada de estos nuevos inversores. “Hay un artículo académico sobre el Liverpool donde analizan los mensajes en redes sociales del club, comparándolo con otras ciudades y clubes. El estudio gira en torno a la figura del futbolista egipcio Mohamed Salah. En él demuestran cómo entre la ciudadanía de Liverpool habían menos mensajes islamofóbicos desde que Salah jugaba ahí. El odio al islam bajó en Liverpool gracias a un jugador. Imagina la simpatía que podría generar Arabia Saudí si saca al Newcastle campeón de la Champions”, señala.
En ese sentido, la llegada de los fondos saudíes al fútbol europeo parecía inevitable. Pero entonces, ¿por qué demoró casi una década más que los otros en aparecer en escena?
“El caso de Arabia Saudí es interesante porque es el país más grande de los seis en el Golfo Pérsico. El tema es que hasta el 2015, con la llegada al poder del príncipe Bin Salman, en el reino no tenían como estrategia la diversificación ni la inversión en el extranjero. Bin Salman tiene una visión totalmente distinta, sabe que esos recursos se acabaran, es un hombre joven y sabe que el deporte más popular es el fútbol. La ventaja del Newcastle es que es un equipo histórico, aunque ha tenido malos resultados -lejos de sus tiempos con Alan Shearer o David Ginola- su estadio siempre ha estado lleno. La población de Newcastle ama a su club. Para los saudíes eso era importante. Además, se debe entender como una competición entre los países del golfo: ‘tú tienes un club, yo también tengo al mío’. ‘¿Eres rico? Yo también’”, explica El Yattioui.
Pero esta demostración de poder no solo estaría dirigida a sus vecinos regionales sino también al Viejo Continente.
“Hay dos partes: el interés árabe, pero también el de Europa por dejar que se haga eso. Desde el punto de vista árabe, hay una rivalidad regional. Qatar tiene el Mundial de Fútbol, Arabia Saudí había conseguido llevar la Supercopa de España y la de Italia. Hay una rivalidad entre quienes pueden tener al mejor”, dice Illa.
“Entre ellos es una manera de demostrar su competencia. El otro elemento es demostrarle a Europa que pueden comprar todos los sectores. En Grecia, el puerto del Pireo es propiedad al 51% de chinos; en Barcelona los chinos invirtieron. Los emiratíes, qataríes o sauditas están invirtiendo en todas las empresas del sector cultural e industrial. Esto revela que además de los intereses financieros, en el fútbol hay juegos geopolíticos muy fuertes y fuera de Europa. No hablamos de países europeos o de Estados Unidos, hablamos de una región que no tiene una tradición histórica de fútbol”, señala El Yattioui.
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“Esto demuestra la capacidad financiera de esos países, la presión geopolítica que pueden ejercer y el cambio que existe. Fuera del caso saudí, vemos que el PIF ahora quiere comprar al Inter de Milán, que era propiedad de un inversor chino. Es una prueba más del cambio de perspectiva geopolítica de que el futuro será en el Oriente: Medio Oriente y Extremo Oriente. Nadie se lo habría imaginado hace pocos años, pero la compra del Newcastle refleja el cambio de paradigma”, añade.
¿INVERSIÓN O LAVADO DE CARA?
Más allá de los intereses comerciales y la intención de demostrar quién puede mostrar mayor músculo financiero, la adquisición del Newcastle ha sido interpretada como un intento por mejorar la imagen de Arabia Saudí, cuestionada por su precaria defensa en temas de derechos humanos.
“Son gobiernos con grandes carencias en derechos humanos, en libertades y más. Es un lavado de cara para ellos, porque quedan simpáticos para los millones de aficionados al fútbol”, comenta Illa.
Pero, ¿será capaz el fútbol de anular cuestionamientos internacionales que recaen sobre la corona saudí?
“Tienes el Mundial de Mussolini del 34, las Olimpiadas de Hitler del 36, en 1978 el Mundial de las Juntas Militares de Argentina. Históricamente el deporte en general, y el fútbol en particular, han servido para eso”, argumenta el historiador.
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Para El Yattioui, sin embargo, ambos aspectos no estarían tan relacionados como se presume. “Obviamente (la prometida de Khashoggi) tiene derecho a emitir esa crítica, pero creo que son dos cosas totalmente distintas. La imagen, en ese sentido, no les importa tanto (a las cabezas detrás de los fondos de inversión). Los chinos invierten en todos lados y nadie se los niega pese a la persecución contra los uigures. Los países con capacidad financiera actualmente no son democracias en el sentido liberal, eso es algo nuevo. Desde 1945 las potencias promocionaban los derechos humanos junto al modelo capitalista. Hoy tenemos gente poderosa con un modelo capitalista pero sin democracia ni derechos humanos. Eso es muy difícil de aceptar para una parte de la opinión pública y los intelectuales occidentales”, explica.
Para entender mejor este punto es necesario analizar los últimos años en Arabia Saudí, específicamente desde que Bin Salman fue designado como príncipe heredero del reino, lo que rompió con la tradicional sucesión entre hijos del rey fundador.
“El príncipe tiene la confianza total del rey Salmán. Inició una serie de reformas económicas, sociales, educativas y en el sistema político enmarcadas en la denominada Visión 2030. Desde que el reino se fundó en 1932, el rey gobernaba con sus hermanos. En su sistema, todos los reyes han sido los hijos del rey fundador Abdulaziz bin Saúd. Eso generaba un consenso porque los hijos, nietos y sobrinos de estos gobernantes sabían que no serían reyes, pero había una división del poder entre ellos. Esto permitía que miles de príncipes vivieran muy bien gracias al dinero del petróleo”, explica el profesor de la AUE.
“Bin Salman dijo que la reforma del país debía ir acompañada de un nuevo sistema político, metió en la cárcel a muchos de sus tíos y primos por considerarlos corruptos. Pero también se produjo el caso Khashoggi, quien era una persona cercana a la familia real. Cuando el periodista comenzó a ser crítico chocó con el carácter oscuro de Bin Salman. Si bien el príncipe tiene una visión moderna de la sociedad, política y economía, es una visión autoritaria, una modernización a marcha forzada”, agrega.
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