La capital británica es una ciudad acostumbrada a las epidemias. A lo largo de los siglos, Londres ha soportado todo tipo de plagas que ha acabo con la vida de millones de personas. La reciente confirmación de la aparición de una nueva variante del coronavirus, en medio de un rebrote de COVID-19 que ha forzado a nuevas restricciones en plena Navidad, los ha puesto en alerta otra vez e hizo recordar las décadas y siglos en que las enfermedades los confinaban y los cadáveres eran enterrados en fosas comunes.
Aunque esta nueva variante ya ha aparecido en otras partes del mundo -como en Francia, España e incluso en Australia- siempre es pertinente recordar la historia para conocer cómo, pese a los avances médicos y tecnológicos, el combate a las epidemias sigue teniendo muchos puntos en común.
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Estas son algunas de las epidemias más mortales que ha vivido Londres:
La peste negra (1348-1350)
La peste bubónica o peste negra se propagó por toda Europa alrededor de 1330 y acompañó a la población del viejo Continente durante varios siglos. Tuvo su mayor impacto entre 1346 y 1353 y se calcula que entre esos años la población europea se redujo de 80 millones a 30 millones.
Los médicos atribuían a las ‘miasmas’, el aire contaminado que expulsaba un enfermo, al rápido contagio, y la población medieval creía fervientemente que se trataba de un castigo divino por los pecados de la humanidad.
Recién en el siglo XIX se descubrió que el origen fue la bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas y se transmitía a través de los parásitos que vivían en ellos, sobre todo las pulgas, las cuales infectaban a los humanos. Los barcos que llegaban de Asia habían traído ratas infectadas, pero las pésimas condiciones de higiene y salubridad de entonces hizo que la plaga se esparciera tan rápido.
La peste negra azotó Londres alrededor de 1348. Entonces, era una ciudad de 100 mil habitantes, pero en solo un año murió cerca de la mitad de la población.
Aunque para 1350 el embate mitigó, la peste no se fue de la ciudad y estuvo presente durante tres siglos. Como relata el Museo de Londres, cada 20 años se daba una nueva oleada de contagios que provocaba hasta un 20% de mortandad.
El contagio era sencillo porque las ratas corrían con normalidad por las calles y convivían con los seres humanos, sobre todo en las zonas más pobres
La gran peste de Londres (1665-1666)
La plaga fue la misma: la peste bubónica transmitida por las ratas. Pero esta vez se focalizó de manera particular en Londres, donde se calcula que murieron unas 70 mil personas, aunque se estima que la cifra real fue más de 100 mil, casi una cuarta parte de la población de la ciudad en ese entonces en un período de 18 meses.
Se trató, además, del último brote de peste bubónica en Inglaterra, después de tres siglos de soportar la enfermedad que diezmó a la población europea.
La peste se extendió sobre todo en los extramuros de la ciudad, la zona más pobre, pues no existía alcantarillado y solo había desagües abiertos. La basura y los desechos eran arrojados a las calles, y estas generalmente estaban fangosas y plagadas de ratas y moscas.
La gente más adinerada huyó de la ciudad, e incluso el propio rey Carlos II se fue con la corte real hacia Salisbury y luego a Oxford.
Los que se quedaron y resultaban infectados eran encerrados en sus casas y morían horriblemente sin ninguna asistencia. “Señor, líbranos de todo mal y perdona nuestros pecados”, eran los mensajes que dejaban en las puertas de sus casas. También se ordenó sacrificar perros y gatos y prohibir reuniones multitudinarias, como asambleas públicas, bailes, funciones de teatro o funerales.
Para diciembre de 1666 la enfermedad empezó a remitir y no hubo otro brote. Meses antes, en setiembre, se desató un terrible incendio sobre la ciudad que destruyó hasta el 80% de la zona amurallada de Londres. El fuego mató a 6 mil personas, pero también acabó con miles y miles de ratas, lo que habría contribuido al fin de la plaga. Tras el desastre se comenzaron a implementar mejoras en la sanidad pública.
El cólera (1854)
La ciudad también soportó varias epidemias de cólera, pero fue la tercera la que es considerada histórica y fundamental para la historia de la medicina. A inicios de setiembre de 1854 hubo un brote mortal en una zona de Londres llamada Golden Square. En apenas 10 días murieron cerca de 500 personas.
El médico John Snow era contrario a las teorías vigentes de la época que seguían responsabilizando a los ‘miasmas’ los contagios pues señalaba que la diarrea y la deshidratación no se relacionaba con las anteriores epidemias de plaga. Tampoco creía que el cólera se adquiría por cualquier contacto con el enfermo, que provocaba que los enfermos fuesen puestos en estrictas cuarentenas y todos sus vestidos y pertenencias terminaban incinerados.
Snow observó que las más altas tasas de mortalidad por cólera se relacionaban con el agua que estas personas consumían, la cual venía de zonas del río Támesis muy contaminadas. Tras el brote de 1854 investigó que los vecinos de Golden Square tomaban agua contaminada de la bomba de uso público ubicada en Broad Street e insistentemente pidió a las autoridades locales que la cerraran. El número de muertes empezó a disminuir y así comprobó su hipótesis sobre las causas de la enfermedad. Gracias a esto es considerado el padre de la epidemiología moderna.
La influenza de 1918
La llamada gripe española fue la primera pandemia del siglo XX y acabó con la vida de entre 50 y 100 millones de personas en todo el planeta. La mortal influenza apareció casi a finales de la Primera Guerra Mundial y se esparció en el Reino Unido -y a otras partes del mundo- a través de los soldados que regresaban de las trincheras.
Londres fue una de las ciudades más afectadas por la pandemia y mató a más de 18 mil personas entre 1918 y 1919, aunque en todo el país perecieron cerca de 228 mil.
La mayoría de las víctimas fatales fueron personas entre los 20 y los 40 años, y los hombres eran los más afectados.
Una crónica de la BBC relata las impresionantes procesiones de cadáveres por las calles de Londres. “Las funerarias no podían hacer los ataúdes lo suficientemente rápido y mucho menos pulirlos”, escribió en una carta un hombre de Stepney, en el este de la ciudad. “Los cuerpos cambiaban de color tan rápido después de la muerte que tuvieron que atornillarlos mientras esperaban el entierro”.
Ya en esos años se empezó a implementar a nivel global las mascarillas como método de protección y el constante lavado de manos como la mejor prevención. Tuvieron que morir millones para que la primera vacuna contra la gripe estuviera disponible recién en los años 40.
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