Roma. [EFE]. Un día después de haber aprobado las medidas más drásticas tomadas en cualquier país occidental para evitar el coronavirus, Italia reacciona con una mezcla de resignación, confusión y miedo a la prohibición de movimientos en el interior del país y a la limitación de todos los contactos sociales.
En Roma, cientos de personas se han dirigido a la estación ferroviaria central, la de Termini, para volver a sus ciudades y pueblos de origen, conscientes de que esta situación irá para largo y así poder pasar el aislamiento "cerca de la familia", cuenta a Efe Melissa, estudiante procedente de Fondi, en el centro del país.
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Se han cancelado entre un 60% y un 70% de los trenes por baja demanda, explican fuentes de Trenitalia, especialmente los que van a ciudades del norte como Milán o Venecia, más afectadas por el coronavirus, mientras que en la estación aparece insólitamente vacía y con controles policiales y militares.
La gente llega algo desorientada a los controles, donde los agentes, cubiertos con guantes y mascarillas, reparten el módulo de autocertificación que deben rellenar para viajar y en el que indican su lugar de origen, destino y el motivo del viaje.
Muchos pasajeros agradecen el trabajo de la policía y el Ejército, como Roberto, que al enterarse de la noticia tuvo que volver de Verona (norte) a Roma y asegura que no ha tenido “ningún problema”. “Los chicos son muy buenos”, agrega.
El tradicional tráfico caótico de Roma ha dado paso a unas avenidas casi vacías, en las que los buses circulan sin apenas pasajeros, mientras que en el metro hay muchos más asientos vacíos que un día normal y los pasajeros procuran mantener una amplia distancia entre ellos.
Los supermercados están bien abastecidos, aunque los reponedores se afanan en llenar baldas de aceite, pasta, harina o pan, algunos de los productos más solicitados y que se van agotando periódicamente.
En un establecimiento cercano al Vaticano, los clientes deben esperar fuera y separados por dos metros entre cada uno, mientras que los empleados van llamándoles para entrar en pequeños grupos.
Lo mismo ocurre una farmacia del barrio del Esquilino, en el centro de la ciudad, donde incluso los farmacéuticos atienden a los clientes en la calle.
La pregunta más repetida es cuándo llegarán más mascarillas, agotadas desde hace tiempo, por lo que la farmacéutica debe repetir cientos de veces "el próximo sábado por la tarde", ante la impaciencia de la gente.
"Yo tengo mucho miedo, estoy preocupada", contesta Elisa, quien habla de un "cambio de vida difícil", ya que no sabe cómo podrá realizar su trabajo de comercial, en una situación en la que la gente ya no abre las puertas de sus casas.
Las restrictivas medidas de aislamiento, que ayer entraron en vigor en toda Italia, son tomadas por la población “con filosofía”, como dice Romana, una jubilada milanesa cuyo vuelo a la ciudad del norte fue cancelado y tuvo que aterrizar en Roma.
"Si hay que hacerse se hace, es justo, aunque las noticias me parecen muy exageradas", comenta Patricia, de Florencia y pasajera del mismo avión desviado, algo en lo que coincide Roberto: "son medidas médicas, yo las cumplo porque no soy médico".
El país, especialmente las ciudades del centro y el sur hasta ahora sin medidas de aislamiento, van poco a poco acostumbrándose a una situación inédita, que ha llevado a cancelar cualquier evento deportivo, al cierre de museos, teatros, cines, misas y cualquier aglomeración pública.
"Cuando salió la noticia no sabíamos cuál era la gravedad, ahora nos estamos dando cuenta y cada persona busca seguir el protocolo a su manera", según Melissa, quien compró el billete nada más vio la comparecencia del primer ministro ayer por la noche en la televisión.
Conforme van pasando las horas desde que las drásticas medidas entraron en vigor, Italia empieza a adaptarse a este cambio de vida que afecta hasta a las tradiciones más arraigadas, como darse dos besos o pedir un café en la barra del bar, ahora también descartadas.
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