Hace 70 años, un grupo de mujeres estadounidenses hicieron historia al cubrir una de las noticias más importantes de su generación. Las llamaron las damas del Día D.
"Es necesario que informe sobre esta guerra", escribió una molesta Martha Gellhorn en una carta a las autoridades del ejército. "No creo que haya ninguna necesidad de suplicar como un favor el derecho a servir como los ojos de millones de estadounidenses que tienen una desesperada necesidad de ver, pero que no lo pueden hacer por ellos mismos".
La escritora mandó la carta en junio de 1944 desde Londres, donde ella y otras mujeres corresponsales de guerra se reunieron en anticipación al desembarco de Normandía en la costa francesa, que marcó el inicio de la mayor ofensiva contra Alemania.
Al igual que muchos eventos noticiosos importantes de la actualidad, había una agitación extraordinaria entre los periodistas que esperaban en la ciudad, en hoteles como el elegante Dorchester, en el corazón de Londres.
Un grupo de corresponsales de EE.UU., glamorosas y con agallas, formaban parte del grupo, con la diferencia que ellas luchaban su propia batalla en cada frente para superar la prohibición de mujeres que había en la línea de guerra de la Segunda Guerra Mundial.
"Se observaban unas a las otras y había un gran sentido de la competitividad", escribió la biógrafa de Martha Gellhorn, Caroline Moorehead. "Incluso Martha, que no estaba muy interesada en exclusivas, estaba contagiada por esta increíble sensación de entusiasmo".
Gellhorn tuvo su exclusiva -una extraordinaria- cuando se metió como polizón en un barco hospital para llegar a Normandía. Se encerró en un baño y se convirtió en la primera mujer en informar sobre la invasión.
"Cuando cayó la noche, las ambulancias flotantes todavía estaban removiendo la playa, en busca de heridos. Caminamos hacia la orilla con el agua en la cintura", escribió.
Gellhorn se hizo camino en Europa desde temprana edad. "Deseaba ser corresponsal extranjera y me pareció que lo más natural del mundo era irme con US$50, o algo así", dijo. "Tenía 21 años y en esos días 21 años era más joven de lo que es ahora".
Su primera experiencia como periodista de guerra fue en los años 30 en España, donde cubrió la guerra civil con quien sería su futuro esposo, Ernest Hemingway.
Como lo describe Moorehead: "Hemingway le preguntó 'por qué no estás escribiendo sobre la guerra', a lo que ella le contestó 'no sé nada sobre armas y batallas', y él le respondió 'escribe sobre lo que sabes, y eso es la gente'".
DULCE VICTORIA
Para cuando llegó el Día D, el matrimonio ya estaba roto. Hemingway intentó bloquearla obteniendo su acreditación de guerra de Colliers, la revista para la que Gellhorn trabajó durante mucho tiempo.
Pero logró enviar su primer informe de Normandía a Colliers, con su estilo de reporterismo, centrado en los civiles y en las bajas de guerra.
El éxito se sintió todavía más dulce cuando se enteró que Hemingway no logró llegar a la costa, a pesar de que él estuvo en uno de los barcos de invasión.
Este fue un período histórico que marcó un cambio en las mujeres como periodistas de guerra. Llegaron a los frentes de batalla, enviaron reportes desde Normandía, entraron a la recién liberada París y más tarde visitaron los campos de concentración en toda Europa.
Una de las contemporáneas de Gellhorn, Lee Miller, tomó otro camino en el periodismo de guerra. Empezó su carrera en los años 20 como modelo, pero no contenta con sólo ser fotografiada, decidió convertirse en fotógrafa. Aburrida de la moda, salió a las calles de Londres durante el bombardeo aéreo de la ciudad, conocido como el Blitz y documentó la terrible devastación causada.
"Para empezar, nos echaron a pique, como cangrejos con caparazones blandos", dijo. "Con frecuencia tenía miedo, pero el trabajo se convirtió en un asunto de orgullo y continué".
Y en un golpe de suerte, cuando fue a fotografiar al locutor estadounidense Ed Murrow para la revista Vogue, quien debía escribir la historia no se presentó, así que ella escribió lo que terminó siendo un ingenioso artículo.
En 1942 fue acreditada como corresponsal de guerra para Vogue y estaba emocionada con tener a su propia reportera que podía contar la historia de las mujeres y la guerra.
Miller fotografió a mujeres ejerciendo muchísimos roles, incluyendo enfermeras, voluntarias y en el servicio naval.
Pero uno de los reportajes más vívidos fue en agosto de 1944 en Saint Malo, Francia, donde le habían dicho que la lucha se había terminado, pero no era así.
"Me refugié en un búnker alemán en cuclillas, bajo las murallas. Mi tacón se enterró en una mano suelta y maldije a los alemanes por la horrible y sórdida destrucción que habían conjurado a una otrora hermosa ciudad", escribió para Vogue.
"Tomé la mano y la lancé hacia atrás y corrí, haciéndome daño en los pies y estrellándome en una pila inestable de piedras y resbalándome en la sangre. Dios, fue horrible".
MUJER CON AGALLAS
Otra pionera fue Helen Kirkpatrick, quien muchos años antes del Día D ya estaba en Londres. En 1944, era jefa de la oficina del 'Chicago Daily News'.
Ella llegó a Europa y entonces "atada a su nuevo esposo, no regresó", escribe Nancy Caldwell en el libro 'Las mujeres que escribieron la guerra' (The Women Who Wrote the War).
Cuando dijeron que las mujeres no pertenecían a las zonas de guerra porque no podían excavar letrinas, un editor estadounidense en Londres respondió que Kirkpatrick "podía ganarle a cualquiera de la sala en esa actividad particular".
Hubo muchas mujeres estadounidenses memorables: Margaret Bourke White, Ruth Cowan para Associated Press, Katherine Coyne del Herald, Lee Carson, Mary Welsh y muchas más.
Las mujeres "hicieron que el trabajo se viera fácil, pero hubo una constante batalla contra el pesado prejuicio, una misoginia, y la incredulidad de que las mujeres pudieran hacer algo útil", señaló años más tarde el hijo de Miller, Antony Penrose.
Incluso bajo los estándares de nuestro tiempo, estas mujeres periodistas mostraron una determinación de hierro y proeza.
Fue un logro extraordinario, pero muchas pagaron un duro precio personal por su tenacidad y compasión.
"Hoy en día entenderíamos que sufría de estrés postraumático", explica Penrose al hablar de su madre, quien en un momento de la guerra estuvo bajo fuego cruzado por 30 días. "Entró en una espiral de depresión que tardó 20 años en superar con mucha garra".
Y para algunas, también quedó algo de amargura.
"Con demasiada frecuencia tengo la impresión de que las mujeres corresponsales de guerra eran una molestia irritante", escribió Gellhorn en una carta a las autoridades del ejército. "Deseo señalar que ninguna de nosotras tendría nuestros trabajos si no supiéramos cómo hacerlo, y este curioso tratamiento condescendiente es tan ridículo como indigno".
El espíritu indomable y estilo de las damas del Día D le dio al mundo algunas de las crónicas más distintivas y osadas de un período épico de la historia.
Y ellas lo hicieron, no sólo porque eran mujeres excepcionales, sino porque fueron excelentes periodistas.