El 23 de junio, el estadio Allianz Arena de Múnich tenía previsto iluminarse con los colores del arcoíris, el símbolo mundial de la comunidad LGTB. Esa noche se enfrentaban las selecciones de Alemania y Hungría por la Eurocopa y el gesto era en protesta por una ley húngara discriminatoria hacia los homosexuales.
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Pero el imponente estadio no se iluminó. La UEFA lo impidió argumentando que la política no se debe mezclar con el deporte, como si algo así fuese posible. Lo que consiguió la UEFA, en cambio, fue amplificar lo que pasa dentro de Hungría y sobre todo con su primer ministro, el nacionalista y ultraderechista Víktor Orban.
Días después, en la cumbre de la Unión Europea en Bruselas, los líderes del bloque continental no solo recibieron con caras largas a Orban sino también con una carta firmada por 17 de los 27 países del bloque, la mayoría de Europa occidental, criticando la ley y señalando que no se ajustaba a los derechos humanos ni a los valores europeos.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo que la norma era “una vergüenza”, mientras que el primer ministro de Holanda, Mark Rutte, fue más allá y señaló que Hungría debería pensar si quiere permanecer en la UE mientras consideren “que los valores europeos no son sus valores”.
La polémica ley, que se había discutido en el Parlamento húngaro durante semanas, en un inicio tenía un objetivo claro: criminales indefendibles como los pedófilos. Todos los partidos mostraron su acuerdo, pero en el último momento el partido de Orban, el oficialista Fidesz (Unión Cívica Húngara), y que controla casi todo en el país, agregó una enmienda: “La pornografía y los contenidos que representan la sexualidad o promueven la desviación de la identidad de género, el cambio de sexo y la homosexualidad no deben ser accesibles a los menores de 18 años”.
Gracias a la mayoría que tiene en el Congreso, la ley fue aprobada. Con lo cual, los cursos de educación sexual en Hungría tendrán que ser impartidos por organizaciones autorizadas por el Estado y cualquier contenido en escuelas y medios de comunicación -sean canales públicos o Netflix- no podrán mostrar temas vinculados a la homosexualidad.
Orban -islamófobo, antiinmigrante y euroescéptico- ha defendido su ley señalando que no es contra los homosexuales sino en defensa de los derechos de los niños. Si ya Orban no estaba en el club de favoritos de la UE debido a su extremismo y autoritarismo, la homofóbica ley lo ha puesto casi al margen del bloque. Situación que, por lo demás, no le incomoda.
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“Orban utiliza sus desacuerdos con la UE para aumentar la polarización y la división en casa. Describe estos conflictos con el argumento de que ‘la valiente Hungría que se enfrenta a los extranjeros’. Eso hace que sus seguidores estén emocionados y entusiasmados. Por el momento, la división trabaja principalmente a su favor”, señala a El Comercio la periodista estadounidense Anne Applebaum, ganadora del Premio Pulitzer y autora de libros como “Gulag”, “Cortina de Hierro” y el reciente “El ocaso de la democracia”.
“En estos 11 años, desde que Orban volvió al poder en el 2010, empezó a reformar el país a su imagen y semejanza. Y cada año que pasa, la democracia en Hungría sufre más y las acciones autoritarias son mayores”, comenta a este Diario Luis García Prado y autor de “Crepúsculo en Budapest. Hungría en los tiempos de Orban”. “Hungría ya no es una democracia plena”, agrega el analista español que vive en la capital húngara desde hace cinco años.
¿Batalla este-oeste?
Como comentamos antes, la carta que recibió Orban en Bruselas fue firmada por 17 países: 15 de Europa occidental, además de los bálticos Estonia y Letonia. El resto de países de la exórbita soviética que ahora están en la UE prefirieron mirar de lado o apoyar abiertamente a su colega húngaro.
El gobierno de Polonia es uno de los que más afinidad tiene con Hungría y está bajo la lupa de la UE por sus políticas ultraconservadoras. De hecho, el presidente polaco, Andrzej Duda, ha definido a la homosexualidad como una “ideología neobolchevique”
Entre tanto, el primer ministro de Eslovenia, Janez Jansa -que esta semana recibió la presidencia rotativa de la UE- ha señalado que se pretenden “imponer ideas LGTB en las escuelas”.
Y el presidente de la República Checa, Milos Zeman, no tuvo reparos en decir el domingo pasado en una entrevista televisiva que las personas transgénero “son intrínsicamente asquerosas”, además de apoyar la ley homófoba de Orban.
“En parte es solo solidaridad regional. Pero también es cierto que las actitudes hacia los temas LGTB son diferentes en muchos países de Europa del Este, donde la liberalización social comenzó más recientemente”, comenta Applebaum.
Orban, que gobierna Hungría de manera consecutiva desde el 2010 -aunque ya lo había hecho antes entre 1998 y 2002- busca erigirse como el líder de Europa del este, defensor de las tradiciones cristianas y opositor de las democracias liberales. De hecho, él se considera un ‘demócrata iliberal’.
“Es completamente cierto que hay una división este-oeste muy acentuada en Europa, que está muy basada en cuestiones económicas. Aunque la antigua Europa soviética fue incorporada a la UE desde el 2004, hasta ahora no se ha puesto a la par económicamente que la franja occidental de la UE”, comenta García Prado.
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Sin embargo, pese a que la economía no avanza al mismo ritmo y que muchos de los países de la otrora Cortina de Hierro se sientan alejados de los dictados de Bruselas, no significa que funcionen como un bloque unitario. “Aunque a Orban le ha salido este intento de retratar a toda Europa oriental como culturalmente diferente de Europa occidental, también ha recibido apoyos y condenas repartidas en el Parlamento Europeo”, agrega el autor español.
Además, hay un tema clave que sigue siendo divisivo: Rusia. Desde el 2010, Orban se volvió prorruso y muy cercano a Vladimir Putin, algo que obviamente tensa los nervios en la Unión Europea y en algunos países del Este. “Hungría es el país dentro de la UE que está más cómodo con Rusia actualmente, pero Polonia nunca va a entenderse con Rusia”, comenta.
Orban se salió con la suya al promulgar la ley a sabiendas de que eventualmente el tribunal de justicia europeo la hará derogar. Sin embargo, su objetivo va más allá: dividir a la oposición de cara a las elecciones legislativas del próximo año y movilizar a su fiel base electoral para que vote por él por cuarta vez consecutiva.
Para Applebaum, Orban es un populista autocrático. “Es un líder elegido democráticamente que busca desmantelar las instituciones de la democracia. Ahora, la verdadera pregunta es si realmente dejaría el cargo si perdiera una elección”.
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