En esta época del año, los españoles suelen estar en la playa o camino a ella. Es verano en el hemisferio norte y, entre julio y agosto, es tiempo de vacaciones. Pero para los españoles, serán unas vacaciones diferentes. Y cruciales. Este domingo van a las urnas, en un momento atípico para unas elecciones, pero con la consigna de que se trata de comicios decisivos de carácter casi plebiscitario: o se queda Pedro Sánchez en el Gobierno o se le baja el dedo.
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El presidente socialista decidió adelantar las elecciones, que debían realizarse a fines de año, ante los pésimos resultados que su agrupación, el PSOE, consiguió en las autonómicas y municipales de mayo pasado. Prefirió no prolongar su agonía política y convocó antes de tiempo a comicios generales. Una apuesta que puede costarle cara, o lo puede reivindicar y dejarlo más años en el poder.
Las encuestas indican una victoria del Partido Popular, el rival histórico de los socialistas, liderado ahora por Alberto Núñez Feijóo, pero que no sería suficiente para conseguir una mayoría absoluta en el Parlamento, sino que necesitará de los votos del ultraderechista partido Vox, liderado por Santiago Abascal.
El PSOE va en segundo lugar en el promedio de sondeos, pero si logra remontar este domingo la tendencia también necesitará de los escaños que consiga Sumar, un nuevo partido encabezado por Yolanda Díaz, actual ministra de Trabajo y Economía Social, quien ha logrado aglutinar en tiempo récord a 15 agrupaciones de izquierda, incluyendo Podemos, que cogobernó con Sánchez en la primera etapa de su mandato.
Así, esta campaña se ha caracterizado una vez más por una pugna entre bloques: la derecha versus la izquierda, con un elemento que ya se ha vuelto común: la polarización de la sociedad.
“En estos cinco años ha habido una gran polarización, un enfrentamiento entre dos modelos de país, dos visiones de España”, comenta a El Comercio el analista político Ángel Valencia Sáiz, catedrático en la Universidad de Málaga. “Pese a la pandemia, pese a las consecuencias de la guerra en Ucrania que han repercutido en la economía, no ha habido un esfuerzo de consenso por parte de los políticos españoles de distintas ideologías. Entonces, ha imperado una vida política muy polarizada, muy ideologizada”, agrega.
Pero, sobre todo, la campaña de estas últimas semanas ha girado en torno a los políticos que lideran estas opciones, pero con un personaje en el meollo del asunto: el jefe de Gobierno, Pedro Sánchez.
El sanchismo
Sánchez llegó al gobierno en el 2018 como líder del PSOE luego de una moción de censura al entonces líder del Ejecutivo, el conservador Mariano Rajoy. No pudo llegar al final de la legislatura, prevista para el 2020, y debió convocar a elecciones en abril del 2019, las cuales ganó, pero sin la mayoría necesaria. La falta de acuerdos para formar un gobierno de coalición hizo que el país estuviera en una especie de limbo político, con Sánchez como presidente interino. Finalmente, se repitieron los comicios en noviembre de ese año. El PSOE volvió a ganar y Sánchez -mostrando su capacidad de reinvención- consiguió armar una coalición con Unidas Podemos, la formación de izquierda de Pablo Iglesias, quien se convirtió en vicepresidente.
Esta alianza política le terminaría pasando factura a Sánchez en estos últimos tres años, llevando al PSOE más a la izquierda de lo que hubieran pensado.
“La coalición con Podemos fue tremendamente incómoda y radicalizó el discurso del gobierno, pese a que el PSOE era más moderado, porque buena parte del discurso político de los últimos años tuvo que ver con la agenda de Podemos, y no con la agenda de los socialistas. Esto hizo que el propio gobierno sea incapaz de transmitir sus logros, sobre todo en la economía”, explica Valencia.
“Sánchez consiguió que el tema del independentismo catalán se desinfle y deje de ser tan importante, y lo logró a través de pactos”, señala a este Diario Javier Carbonell, profesor asociado del Sciences Po de París e investigador doctoral en la Universidad de Edimburgo. “Pero mucha gente en el país no está en posición de pactar para querer salvar a España y haya menos tensión, y argumentan que no se puede negociar con independentistas”.
Para sus detractores, estos pactos o acuerdos lo pintan como un político sin escrúpulos capaz de hacer lo necesario para mantenerse en el poder. Es lo que ahora el PP y, sobre todo Vox, definen como el “sanchismo”.
“Se ha importado esta forma de hablar de los sistemas presidencialistas, como América Latina, y ahora el debate se ha centrado más en los políticos que en los partidos o las propuestas. Entonces, según la derecha, en el sanchismo no hay ideología, sino falta de compromiso y de valores pues señalan que Sánchez haría cualquier cosa para retener el poder”, comenta Carbonell.
“Ha sido más una campaña de conflictos de personas, de Feijóo versus Sánchez. No ha habido una polarización entre el PP y el PSOE a nivel de propuestas, pero sí una polarización de las personas, de las cabezas de los partidos”, añade.
Pese a las críticas hacia Sánchez, las cifras macroeconómicas de su gobierno muestran una recuperación del país.
La inflación se ubicó en 1,9% el pasado junio, lo que ubicó a España como la primera gran economía europea con un Índice de Precios al Consumidor (IPC) por debajo del 2%.
La tasa de empleo registró el récord de 20,87 millones de ocupados en junio.
Sin embargo, el poder adquisitivo ha decrecido y España es el único país de la UE que no ha recuperado el PBI de antes de la pandemia, pese a las ayudas comunitarias recibidas.
Hacia la derecha
Pero si bien la campaña se ha centrado en Sánchez y Feijóo, tanto Santiago Abascal, de Vox, como Yolanda Díaz, de Sumar, se han convertido también en protagonistas, sobre todo el líder de la ultraderecha que podría ser el dueño de la llave para poder asegurar la gobernabilidad en los próximos años, si es que el PP gana las elecciones.
Vox irrumpió hace una década en el escenario político español, pero reforzó su posición en las recientes elecciones autonómicas y municipales, donde ya gobierna en 10 grandes ciudades del país y en casi un centenar de ayuntamientos.
Aprovechando los anticuerpos que genera la figura de Sánchez en la población, Vox ha sabido posicionar su agenda, basada sobre todo en las críticas a las leyes de género, la defensa de la familia tradicional, el rechazo a la inmigración y a cualquier iniciativa considerada progresista. Sus baterías las ha enfilado hacia leyes muy sensibles aprobadas recientemente, y mal manejadas por el gobierno según los expertos, como la llamada ‘ley trans’ o la ‘ley del solo sí es sí’. La primera permite que adolescentes de 16 años puedan cambiar de sexo con solo una declaración administrativa; mientras que la segunda legisla el consentimiento sexual y penaliza las agresiones, pero en el camino también permitió rebajas de penas a varios condenados por violación, lo que generó una ola de indignación en el país.
“Es un partido que tiene ideas muy contradictorias, porque en el plano económico son muy liberales, y hay un temor de un retroceso en las políticas sociales, pues tienen una visión de España que corresponde a otra época. Pero lo más grave, y que es inconstitucional, es que no aceptan el actual modelo territorial, que es descentralizado y autonómico, pues buscan un modelo centralista, y eso es incompatible con la Constitución”, señala Valencia.
Para Carbonell, la principal consecuencia de tener a Vox controlando los hilos del próximo gobierno estará en el conflicto territorial, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, donde quieren ilegalizar a los partidos independentistas, lo que podría generar mucha tensión y reavivar los vientos separatistas. “No creo que se aprueben leyes especialmente dramáticas, porque hasta cierto punto el PP va a moderar a Vox, pero en el tema territorial sí se pudieran vivir momentos de mucho conflicto”.
Si se siguen las tendencias de las encuestas, el camino hacia la derecha estaría casi definido para los españoles. Pero Sánchez siempre ha terminado resucitando cuando ya le creían muerto. Esta no podría ser la excepción. O quizá sí.
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