El presidente francés, Emmanuel Macron, enfrentó desde su llegada al poder en 2017 duras protestas contra sus reformas y una pandemia mundial, con el mismo ímpetu con que opta ahora a su reelección en plena guerra en Ucrania.
Meses antes de llegar al Elíseo, ya advirtió que sería un “presidente jupiterino”, una expresión que, según el diccionario Larousse, evoca el “carácter dominador y autoritario” del dios romano Júpiter. Y no defraudó.
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La crisis de los “chalecos amarillos” fue su máximo exponente. Esta protesta, surgida en 2018 por el alza de los precios del combustible, se extendió por Francia para denunciar las medidas hacia las clases populares de este exbanquero.
La movilización apuntaló su imagen de “presidente de los ricos” y desconectado de la realidad, que se granjeó con polémicas frases como cuando dijo que en las estaciones de tren “te cruzas con gente que ha tenido éxito y personas que no son nada”.
“Creo que llegué [al poder] con una vitalidad, que espero seguir teniendo, y con una voluntad de sacudir” el sistema, se justificó en diciembre durante una entrevista sobre su mandato, en la que reconoció “errores”.
A partir de 2020, la pandemia de coronavirus acabó con estas protestas en una nueva Francia de confinamientos y mascarillas e impulsó el perfil más “jupiterino” de Macron: “Estamos en guerra” contra el covid-19, subrayó entonces.
“Movilización general”
Su gestión personalista de la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial le valió los ataques de la oposición y, pese al recelo inicial de la población, supo ganarse su confianza e imponer polémicas medidas como el pasaporte sanitario.
“Las crisis requieren una hiperpresidencialización (...) En esos momentos, Macron está como pez en el agua”, a diferencia de cuando el “mar está en calma”, analizaba durante la campaña la periodista Corinne Lhaïk en el diario L’Opinion.
La actual ofensiva rusa en Ucrania representa otra crisis que sacó a relucir el hiperliderazgo del presidente centrista que, pese a fracasar en su intento de evitar la guerra, vio su intención de voto aumentar en los sondeos.
Sin embargo, el reciente auge de la ultraderechista Marine Le Pen --su principal rival en 2017-- amenaza con arrebatarle una victoria que parecía asegurada, en plena polémica sobre el uso masivo de consultorías por parte del gobierno.
“Desde el Brexit pasando por tantas elecciones, lo que parecía improbable ha sucedido, así que les digo con mucha fuerza esta noche que nada es imposible”, alertó Macron durante su único mitin, llamando a la “movilización general”.
Este hombre elegante, de esbelta figura y ojos azules era poco conocido hasta su nombramiento como ministro de Economía en 2014 por el entonces presidente francés, François Hollande, tras ser su consejero económico.
Tres años después, Emmanuel Macron, nacido en 1977 en Amiens (norte) en el seno de una familia de clase media, se convirtió en el presidente electo más joven de Francia, con 39 años, al término de un ascenso meteórico de un hombre con prisa.
“Brillante y carismático”
En 1995, se graduó con honores en el prestigioso liceo parisino Henry IV, tras lo cual obtuvo una maestría en Filosofía. Durante sus años universitarios trabajó como asistente editorial del reconocido filósofo francés Paul Ricoeur.
En su época de estudiante ya era “brillante y carismático”, “buen orador”, “con un perfil a la Barack Obama”, dijo en 2016 Julien Aubert, su compañero de la Escuela Nacional de Administración (ENA), el otrora centro de formación de élites.
Para entonces, ya había encontrado al amor de su vida. Con 16 años, se enamoró de su profesora de teatro, Brigitte Trogneux, 24 años mayor y madre de tres hijos, que acabó divorciándose. La mediática pareja que rompe moldes se casó en 2007.
De resultar elegido, el dirigente europeísta deberá completar su ambicioso programa de reformas interrumpido por la pandemia, en la línea de lo recomendado por la Comisión Europea para estabilizar su economía.
Entre sus promesas para transformar Francia figura el “renacimiento” de la energía nuclear, alcanzar la neutralidad de carbono para 2050 y atrasar la edad de jubilación a los 65 años, una reforma contra la que ya se manifestaron miles de personas en 2019 y 2020.
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