Han pasado 20 años desde que Irlanda se disculpara por primera vez por los abusos a niños cometidos por la Iglesia católica, a mediados del siglo pasado.
Y 10 años desde que el primer informe comisionado por el gobierno ofreciera la dimensión real de este escándalo, donde se investigaron miles de casos entre los alrededor de 170.000 niños que entraron a las instituciones implicadas.
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Según las investigaciones, los abusos (tanto físicos como sexuales) fueron perpetrados por sacerdotes, monjas y otros laicos.
Ya no quedan muchas víctimas vivas y un gran número de ellas sigue reclamando justicia y siente que no han recibido un apoyo que reconforte los traumas vividos.
Este es el testimonio que ofreció a la BBC uno de los tantos sobrevivientes, que hasta hoy permanecen luchando.
- William -
La peor experiencia de William Gorry sucedió cuando tenía 10 años.
Había ingresado en la escuela industrial de Monte de Carmelo en Moate, en el centro del país, junto a su hermano pequeño.
Ambos sufrían discapacidad. Su hermano padecía la enfermedad osteogénesis imperfecta -debilidad en los huesos- y él una severa deficiencia visual.
“Para mí, los abusos que sufrí y presenciar cómo se abusó de mi hermano, especialmente teniendo esa grave discapacidad, fue horroroso”, comenta.
Su hermano, Thomas Gorry, apenas tenía 6 años. Los niños habían sido enviados a la escuela industrial donde sufrirían los abusos, tras ser abandonados por su madre en 1974.
En Irlanda, estas escuelas se establecieron para cuidar a niños huérfanos, abandonados o descuidados.
La escuela industrial donde estudiaron los hermanos Gorry estaba regida por la orden de las Hermanas de la Piedad Católica, y algunas monjas les pegaban con palos y cucharones de madera hasta hacerles sangrar.
Si te llamaban para ver a la monja principal, dice William, un escalofrío te bajaba por el cuerpo.
“Sabías que irían por ti. Que acabarías con la nariz sangrando y el rostro hinchado”.
El primer abuso sexual que sufrió sucedió durante unas navidades, cuando le pidieron que subiera a la habitación de uno de los laicos para ayudarle con la decoración.
La debilidad visual de William hizo que no fuera consciente del momento en que el hombre le derramó “accidentalmente” agua encima.
Entonces, le pidió que se quitara la ropa y le comenzó a lavar, luego empezaron los toqueteos y finalmente le masturbó.
“Me dijeron que si decía algo lo iba a lamentar”, confiesa.
El segundo abuso tuvo lugar durante un curso de primeros auxilios en el cual participó y que estaba dirigido por los clérigos. “Siempre pasaba cuando estaba solo. Una vez me caí, se me rasgaron los pantalones y me los quitaron”.
Quien lo violó fue un sacerdote.
Cuando intentó denunciar lo ocurrido, le prohibieron hablar del tema.
Al salir de la escuela a los 21 años, William no podía lidiar con sus vivencias. Se sentía “sucio, avergonzado, culpable e inútil”.
“No sabía si era homosexual, heterosexual o bisexual. Quería encontrar mi propia identidad”, dice. En busca de respuestas, terminó huyendo a Dublín.
No fue hasta cumplir los 30 años que se decidió a hablar del abuso que había sufrido y, aunque ahora reconoce vivir mejor, no supera el trauma por completo.
- La responsabilidad de las instituciones -
William es uno de los 170.000 niños que entre 1936 y 1970 ingresaron en cerca de 50 escuelas industriales.
Su historia y la de otros estaban contenidas en el Reporte de Ryan, el informe más completo donde se revela que los abusos físicos y sexuales eran “endémicos” en las escuelas industriales de Irlanda.
Este informe fue lanzado hace 10 años, y dentro de sus 2.500 páginas detalla el clima de miedo creado por los castigos generalizados, excesivos y arbitrarios en estas escuelas.
El reporte también revela que el abuso sexual era especialmente habitual en las instituciones para varones.
Estos centros se crearon en el siglo XVIII para mitigar una serie de problemas sociales como el gran número de niños huérfanos, fugitivos e indigentes.
“Si alguna vez has leído a Charles Dickens, este es el escenario de ‘Oliver Twist’”, dice Daithí Ó Corráin, historiador de la Universidad de la Ciudad de Dublín.
Después de que Irlanda se independizara de Reino Unido, se dividiera y se creara este Estado independiente en el sur, la nueva república atravesó un momento económico difícil.
Sin embargo, las escuelas industriales subsistieron debido a las ayudas que la Iglesia católica ofreció al Estado, interesada en “propagar la fe católica”, explica Ó Corráin.
En 1920, Irlanda acababa de salir de la Guerra de Independencia y “la Iglesia católica era muy importante para el nuevo estado. Le ofrecía continuidad, estabilidad y una extensa infraestructura organizativa”, continúa el historiador, y agrega:
"A cambio, el gobierno casi en bancarrota permitió que la Iglesia católica se consolidase y extendiese su presencia institucional en la educación, salud y bienestar. Y ese patrón persistió hasta los años 60".
Pero estos colegios no son los únicos con un pasado siniestro.
- Las lavanderías -
Los asilos de las Magdalenas de la orden Hermanas de la Misericordia, conocidos como lavanderías, y otros centros de acogida para madres y niños continúan siendo objeto de extensas investigaciones.
Se remontan a mediados del siglo XVIII y proliferaron entre 1920 y 1930, cuando se sembró el pánico en el clero ante el crecimiento de la tasa de hijos “ilegítimos”; es decir, hijos de mujeres solteras, hacia las que había un gran estigma en esa época.
“Estas instituciones para madres solteras carecían de un mecanismo para permitir que mantuvieran a sus hijos”, cuenta Ó Corráin.
“Así que a los niños los mandaban a orfanatos administrados por las mismas órdenes religiosas o a las escuelas industriales”, prosigue el historiador.
A veces, los niños también eran adoptados.
“Existía la noción de que con la adopción o al colocarlos en una escuela industrial, se les daba una vida mejor”, dice Ó Corráin.
Mary Smith, de Newmarket (suroeste de Irlanda), fue uno de esos niños.
- La historia de Mary Smith -
“Me dejaron sin nada, sin casa, sin madre y sin hermano”, dice Mary.
Desde su casa en Dublín, cuenta sus vivencias sin separarse de la foto de su hermano Christy Smith.
A este lo enviaron a una escuela industrial mientras a su madre, embarazada de ella, la internaron en una de las lavanderías de las Magdalenas en 1952 y después murió, con 34 años.
De Mary no hay registros, ni siquiera del día de su nacimiento. Solo se conoce que nació en Cork.
Ella recuerda cómo desde muy chica la pusieron a trabajar. “Teníamos que lavar toallas sanitarias y ni siquiera sabía lo que eran. Si parabas, las monjas te pegaban para que continuaras”.
A pesar de que Mary no iba a la escuela, debía limpiar junto a otras niñas las habitaciones del colegio de internos que quedaba cerca.
Una de las peores golpizas que recuerda sucedió cuando una monja la descubrió hablando con otro chico sobre qué se sentía al ir a la escuela.
Con una vara en la mano y un cinturón de cuero en la otra, la monja le propinó tal golpiza que Mary creyó que moriría. Y “solo por hablar con otras personas”, recuerda.
Al llegar la pubertad, las monjas le cubrían los senos para que no abultaran y le ponían una barrera alrededor del cuello para impedirle ver su cuerpo mientras se duchaba.
A los 14 años, ese centro cerró y la transfirieron a otro, donde el ambiente era mejor y comenzó a ir a clases.
Una vez, durante unos carnavales a los que le permitieron asistir, conoció y se enamoró de un chico que la invitó a un helado, un gesto que siempre recordaría. Dice que fue uno de los momentos más felices de su vida.
Sin embargo, la nueva vida duraría menos de un año y “lo peor estaba por venir”.
Una mujer que vivía a unos 43 kilómetros de la escuela se acercó a ofrecerle un trabajo que en principio rechazó, pero terminó por aceptar.
La llevaron a una casa grande, pero su habitación era el cuarto de las escobas.
La mujer le dijo que “ahora sería su esclava”.
Mary continuó la relación con su novio a través de una correspondencia postal hasta ser descubierta por la casera quien, alarmada, recurrió al “hombre de la crueldad”.
También conocido como “hombre de la pobreza”, así se les llamaba a los funcionarios que trabajaban para la Sociedad Irlandesa de Prevención de la Crueldad de los Niños (Ispcc, por sus siglas en inglés).
Tras una charla donde este hombre le dijo a Mary que acabaría como su madre (soltera y embarazada), la mujer de la casa decidió enviarla de vuelta a la lavandería de las Magdalenas en Cork.
El “hombre de la crueldad” dejó a Mary en la lavandería y, tras cerrar las puertas, sintió que jamás superaría el volver a estar en un sitio así.
“Tuvieron que amarrar mis manos a la espalda para hacerme comer. Me quería morir. ¿Qué propósito tenía vivir si debía permanecer allí por el resto de mi vida?”, recuerda.
Tras casi un año en la lavandería, la misma mujer que se había encargado de ella volvió a recogerla.
Pero a los tres meses la mujer volvería a llamar al “hombre de la crueldad”. Esta vez, por sorprender a Mary hablando con el panadero.
El hombre metió a Mary en su camioneta y la llevó a un campo en el medio de la nada donde, por un momento, creyó que era la oportunidad perfecta para escapar. Mientras corría, el hombre la derribó golpeándola.
“Entonces, me bajó las medias y me violó”.
Después de esa experiencia, Mary se quedó mendigando en las calles de Cork.
- La Comisión del Abuso Infantil -
A mediados de los años 90, la sociedad comenzó a liberalizarse y todas esas historias de niños ya adultos salieron a la luz.
Irlanda se enteró del escándalo en 1999 gracias al documental States of Fear (Estados del miedo), difundido por un medio nacional.
Poco después, Bertien Ahern, el primer ministro de entonces, pidió las primeras disculpas a las víctimas en nombre del Estado.
Un año después se estableció la Comisión del Abuso Infantil, pero la perspectiva de enfrentar una gran cantidad de casos legales significaba un problema para la administración, porque la cuantía de las compensaciones ascendían a millones y millones.
En el 2002 se creó la Junta de Reparación de Instituciones Residenciales para compensar a las víctimas.
Según Corry Smith, abogado especialista en derechos humanos, el Estado organizó audiencias en vez de procesos judiciales para que las “víctimas no tuvieran que someterse a un juicio”.
Los afectados fueron categorizados según el daño recibido y de acuerdo a ello recibieron compensaciones.
“Ofrecieron a la víctimas cantidades más pequeñas de dinero de las que recibirían como resultado de un proceso judicial. De esa forma, las víctimas renunciaban de cierto modo a sus derechos de demandar al Estado o cualquier responsable de sus abusos”, analiza Smith.
En total, la Junta pagó 970 millones de euros (alrededor de US$1.000 millones) a 3.565 personas como Mary o William.
Pero muchos de los involucrados creyeron que el proceso fue deficiente.
Los resultados de la Comisión
En el 2009, dada la gravedad del resultado de la investigación, el entonces primer ministro Brian Cowen se disculpó por la fallida primera intervención del gobierno.
En noviembre de ese año, otro informe concluyó que el bienestar de los niños y la justicia de las víctimas se subordinaron a “la protección de la Iglesia católica”.
El entonces ministro de Educación de Irlanda, Ruairí Quinn, solicitó US$514 millones de las órdenes religiosas porque el plan de compensación ascendió a US$1.500 millones.
De las 18 órdenes a las que se les solicitó el pago, 15 de ellas acordaron contribuir US$385 millones en efectivo, propiedades, exenciones de alquiler y asesoramiento.
En el 2014, William, una de las víctimas de este reportaje, recibió US$40.000 de la orden de Caranua. Sin embargo, terminó devolviendo el dinero porque consideró inapropiadas todas las trabas del proceso de solicitud.
Para las mujeres víctimas de las lavanderías de la Magdalena, las compensaciones llegaron más tarde.
No fue hasta el 2013 que Enda Kenny, primer ministro, se disculpó por los hallazgos del primer informe sobre la participación del gobierno irlandés en el sistema de lavanderías.
Entonces se creó un método de compensación para las afectadas, según el tiempo que vivieron en los centros donde sufrieron los abusos.
Sin embargo, un grupo de sobrevivientes consideró que lo ofrecido no cumplió las expectativas y algunas de las víctimas ni siquiera fueron elegidas para la compensación.
- “Acción decisiva” -
En el 2013, el papa Francisco comenzó su papado pidiendo una “acción decisiva” contra el abuso sexual a manos de los clérigos.
Y en el 2018 fue incluso más allá y condenó las “atrocidades” del abuso de niños y la forma en que se ocultó por el clero en una carta dirigida a todo el catolicismo.
La carta fue publicada precisamente el día antes de visitar Irlanda, donde se reunió con un grupo de víctimas.
Ahora la Iglesia católica, a través de una junta especial creada en el 2006 por distintas organizaciones eclesiásticas, intenta asesorar a los afectados, entendiendo que aún pueden ocurrir más denuncias y que los efectos de los abusos son a largo plazo.
Teresa Devlin, la directora ejecutiva de esta junta, insiste en su independencia a pesar de estar controlada por la Iglesia y reconoce los avances en la gestión de casos por parte de los miembros del clero.
- ¿Qué pasó con los hermanos de Mary y William? -
Los dos afectados que dejan su testimonio en este reportaje perdieron a sus hermanos.
El de Mary terminó también en una escuela industrial, pero nunca le conoció de pequeña. De hecho, desconocía su existencia hasta que se lo contó una mujer de Cork que había conocido a su familia.
Cuando Mary cumplió 37 años, y sin saber cuándo o dónde había nacido, decidió buscarle hasta encontrarle en 1990, en un centro psiquiátrico de Cork.
Mientras conversamos, nos muestra las fotos de los 17 años que alcanzaron a pasar juntos, entre ellas la que ha sostenido durante toda la conversación.
Mary nunca entendió por qué su hermano había recibido cuidados psiquiátricos, ya que era inteligente y recordaba todo lo que había vivido en la escuela industrial.
Por ello contactó a autoridades sanitarias, políticos, hospitales y medios para intentar sacarle de allí.
Pero en el 2007 Christy murió y su cuerpo fue enterrado junto a la tumba para indigentes donde está sepultada su madre. La lucha de Mary continúa y todavía hoy busca justicia para su hermano.
Para William, sin embargo, la muerte de su hermano Thomas será siempre un misterio.
En 1983 se fue a Lourdes, en Francia, como parte de un programa voluntario de una organización católica. Pero Thomas regresó a Irlanda dentro de un ataúd y William jamás supo la causa de su fallecimiento.
A los dos les habían pedido ir, pero William se negó porque presintió que “algo iba a ocurrir”.
Preguntó a la Iglesia, al grupo voluntario, al registro de muertes de Lourdes, a la aerolínea y a la empresa funeraria y nunca obtuvo respuestas. Jamás pudo ver el cuerpo de su hermano.
El único documento que tiene es el certificado de defunción de las autoridades francesas donde el lugar de nacimiento es incorrecto y el espacio del nombre de los padres está vacío.
Seguir hacia adelante
William y Mary tienen historias diferentes, pero el mismo problema: la necesidad de resolverlos.
En el caso de William, ha pasado muchos años ayudando a otras víctimas a rellenar sus declaraciones y acompañarles en el sistema burocrático que les atiende.
No le ha sido posible contar el número de víctimas que aún siguen vivas en Irlanda.
Sus cálculos rondan los 12.125.
El temor de William es que para el momento en que se consiga la justicia absoluta, muchos de estos ya habrán fallecido.