"Grecia nunca morirá, pero los griegos se mueren, es así". Andreas, en la calle desde hace seis meses, es una de las muchas víctimas de una crisis que duplicó el número de personas al borde de la pobreza.
Junto a Michalis, otro sin techo, Andreas ve pasar las horas en un parque de Atenas. Por encima del banco que comparten, al lado de una iglesia ortodoxa, una bandera griega ondea y, detrás de ellos, la librería "Tiempos modernos" echó el cierre.
"¿Qué les digo de la situación?", se pregunta, fatalista, este obrero de la construcción de 45 años, que perdió su trabajo antes de que el sector se hundiera.
"Sin casa, sin baño, sin vida", resume Michalis, en una mezcla de inglés y de griego. Este barbudo de dulce sonrisa duerme en la calle desde hace tres años.
En su mochila guarda algunas pertenencias. Un libro del poeta Yorgos Seferis, primer griego en ganar el premio Nobel de Literatura en 1963 y portavoz de la resistencia durante la dictadura de los coroneles, y un trozo de papel en el que Michalis escribe con bolígrafo rojo sus propios pensamientos bajo el título "Soledad".
Desde el estallido de la crisis en Grecia en 2010 y la aplicación de los sucesivos planes de austeridad, los salarios y las pensiones cayeron en picada. En cambio, el desempleo aumentó hasta alcanzar un cuarto de la población activa y la mitad de los jóvenes.
A menudo, la solidaridad familiar toma el relevo, pero Andreas y Michalis, quienes se pasan un porro en su banco, dicen poder contar únicamente con ellos mismos y con las crecientes iniciativas solidarias de las iglesias, empresas, asociaciones y simples particulares.
Como en el barrio de Monastiraki, bajo la Acrópolis, donde un pequeño grupo de voluntarios de un comedor social, entre ellos varios sin techo, prepara una enorme olla de espagueti. Desde hace cuatro años, ofrecen comidas calientes, pero también compañía y un poco de esperanza.
Dimitris Furaski, de 50 años, pasó tres años en la calle tras perder su trabajo en una fábrica de neumáticos, pero ahora encontró techo en un inmueble vacío y quiere mantener las esperanzas en el futuro.
- Todavía en caída libre -
"Creo en Dios, pero no espero nada de él", asegura. Furaski también quiere creer al primer ministro de izquierda radical Alexis Tsipras, quien acaba de lograr la aprobación del parlamento a una dura serie de reformas exigidas por los acreedores de Grecia para otorgarle al país un nuevo rescate europeo.
Para Yianis Kondogianakis, de la ONG Praksis, estas nuevas medidas de austeridad podrían hacer "todavía más difícil" la situación de los más necesitados.
"Tenemos grandes lagunas en los servicios públicos básicos", explica Kondogianakis, quien dirige un centro de día con servicios médicos, lavandería, ducha y alimentación.
Su centro acoge actualmente hasta 130 personas por día y, aunque anteriormente la mayoría de ellas eran migrantes, ahora casi un 50% son griegos, precisa.
Un poco más lejos en el centro de Atenas, Foteini Kyzuli muestra lo que ha recibido de un centro gestionado por el ayuntamiento y la iglesia ortodoxa: guisantes, patatas y pan.
Esta mujer de 62 años, quien no hace mucho tiempo repartía en la calle octavillas a los más necesitados con información sobre los centros de ayuda, nunca imaginó encontrarse en la misma situación. "Vivía en la ilusión de que la crisis no me afectaría", asegura.
En su banco, Andreas y Michalis mantienen una agitada discusión sobre política y se indignan contra un mundo donde "el dinero es Dios" y contra una economía "fascista", antes de hacer cola para obtener un plato de comida caliente.
"No hemos tocado el fondo de la crisis. Todavía estamos en caída libre. ¿Dónde terminará esto?", se pregunta Andreas.
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