La imagen del satélite mostraba un punto brillante, en aguas del Mar Negro cercanas a Odesa. Olas encrespadas, lluvia que nublaba la vista, corrientes de viento. Un reporte del clima que deja poco a la imaginación, y que complicó seguramente las labores de rescate. Pero volvamos al satélite, un momento: en torno al punto brillante, la imagen es inequívoca. Uno, dos, tres navíos se acercan con precaución. Quieren ayudar, socorrer, salvar vidas. El pesado crucero ha estallado en una bola de fuego. ¿Y los centenares de sus marinos? Sorprendidos y prisioneros. Un final digno de una pesadilla.
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El hundimiento del Moskva, buque insignia no sólo de la flota del Mar Negro, sino de toda la Armada de Putin (junto al Almirante Kuznetsov), marca un hito en la guerra en el este de Europa. En principio, porque implica una pérdida insustituible para las fuerzas navales de Rusia (habida cuenta de la negativa de Turquía de permitir el ingreso de navíos militares a través de los Estrechos). Y, además, porque da muestras no solo de la letalidad del armamento que opera actualmente Kiev; sino, también, porque aclara la disposición, cada vez más evidente, con que las fuerzas estratégicas de la OTAN han asistido a Ucrania para castigar a Rusia ahí donde se consideraba invulnerable.
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Y es que, como apuntan diversos análisis de inteligencia, el ataque al Moskva (un crucero recientemente modernizado, capaz incluso de hundir portaviones y que contaba con sofisticados mecanismos de defensa antimisiles) no puede haber sido realizado sin un complejo apoyo satelital y de tecnología electrónica. Más aún si el arma que acabó con el crucero es un misil Neptuno de manufactura ucraniana, del que apenas existirían una docena en servicio, y que por primera vez fue puesto a prueba contra un crucero de estas proporciones. ¿Resultado milagroso? Para Ucrania, quizás; para la OTAN, nada del otro mundo.
El rumbo del conflicto
¿A dónde se dirige entonces el conflicto entre rusos y ucranianos tras el hundimiento del Moskva? Fracasada la ofensiva de Putin en el norte de Ucrania –Lukashenko pareciera haber librado a Bielorrusia de asestar el golpe de gracia– es probable que la apuesta de Kiev se
redoble. Londres y Washington, conscientes de la debilidad incluso del armamento más sofisticado de Moscú, apoyan este giro estratégico. La consigna es una: Putin no solo no alcanzará su objetivo principal, sino que acabará la guerra con la OTAN más cerca de sus fronteras. Tendrá esta vez ante sí un frente realmente peligroso. Y no solamente Ucrania, que tras la destrucción sufrida estará enemistada con Moscú por varias décadas, sino también Suecia y Finlandia estarían llanas a consumar la pesadilla del Kremlin: el nacimiento de un frente unificado que, desde las aguas heladas del norte hasta la península cálida de Crimea, supondrá el peor balance geopolítico contra el que jamás tuvo que lidiar en su historia –y vaya si tiene historia– Rusia.
En coherencia con este objetivo, y siguiendo las disposiciones de Joe Biden, Boris Johnson ha anunciado el envío de armamento letal a Kiev: tanques pesados y, en un guiño amenazante a los navíos restantes de Rusia, modernos misiles antibuque. Gran Bretaña será la espada a través de la cual se canalizará el apoyo de la OTAN. Pero todavía hay más. La neutral Suecia, que no combate una guerra desde 1814, ya anunció su disposición para unirse a la OTAN en el más breve plazo, pues en palabras de la primera ministra Magdalena Andersson, la agresión rusa marca “un antes y un después” en la historia de su país.
Amenaza desde el norte
El caso que más golpea a Rusia, sin embargo, es el de Finlandia. Apresurada para unirse a la OTAN antes incluso de que concluya el mes de junio, según anunció la ministra Pekka Haavisto, Finlandia puede jactarse de poseer unas fuerzas armadas diseñadas exclusivamente para contrarrestar a Moscú. Formidables piezas de artillería, y a la vanguardia de la vigilancia aeroespacial y en la tecnología de sus misiles, Finlandia es capaz de movilizar hasta a 900 mil soldados en caso de guerra. Y, a pesar de que tiene una población de apenas 5.6 millones de habitantes, en comparación por ejemplo a los 83.2 millones con que cuenta Alemania, Helsinki tiene más blindados que Berlín; además de aviones norteamericanos F-18 y, muy pronto, los F-35 que componen la punta de lanza de la OTAN. ¿La cereza del pastel? Este arsenal se encontrará a unos 320 kilómetros de San Petersburgo, la ciudad natal de Vladimir Putin.
Quizás, por tal motivo, se ha anunciado que, en el caso de que Suecia y Finlandia se unan efectivamente a la OTAN, Rusia se verá forzada a desplegar su armamento nuclear en el Báltico. Una amenaza que, aunque creíble, pareciera ser cada vez menos efectiva para evitar la radicalización defensiva de los países que ven, en el espejo del sufrimiento ucraniano, un indicio de su destino eventual. Después de todo, decenas de miles de jóvenes están pereciendo en esta aventura que cuenta ya más de cincuenta días. ¿Y las madres, y las esposas, y los huérfanos que ha sufrido –no solo Ucrania– sino también Rusia? Ha desaparecido a tal extremo la opinión pública bajo el régimen de Putin que apenas y podemos imaginar su sufrimiento. Como en el caso de los marineros del crucero Moskva, de cuyo número e identidad sabremos algún día.
(*) Rodrigo Murillo es historiador, analista de política internacional y novelista