Olga Koloba es una espía rusa del GRU, la inteligencia militar del Kremlin, que se hacía pasar como una joyera peruana que se codeaba en los círculos más influyentes de Italia. Su nombre falso era María Adela Kuhfeldt Rivera y su objetivo era infiltrarse entre personal militar de la OTAN. Pero poco después de la invasión a Ucrania desapareció. Había cruzado la frontera por Bielorrusia para regresar a Moscú.
Viktor Muller Ferreira, o en realidad Sergey Vladimirovich Cherkasov, también es espía del GRU, pero fingía ser un brasileño que estudió Relaciones Internacionales en Estados Unidos. Había postulado para una pasantía en la Corte Penal Internacional en La Haya, pero antes de llegar a los Países Bajos, en abril pasado, fue detenido por la policía de ese país.
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Estos dos casos son solo una muestra de que las tácticas del espionaje ruso no han dejado las viejas prácticas de la Guerra Fría. Agentes que adquieren otras identidades para obtener secretos militares y estratégicos de países enemigos no son solo buenas historias para libros y películas. Su trabajo es de largo aliento y construirles una identidad paralela toma tiempo y mucho presupuesto.
Y Rusia no ha escatimado esfuerzo en ello. No solo con la inteligencia tradicional sino también con la proliferación de hackers y programas espías, algo en lo que el Kremlin ha invertido mucho en los últimos años. ¿Pero les está resultando en el contexto de la guerra con Ucrania? Ocho meses después de la invasión, queda claro que Rusia y el resto del mundo subestimó a los ucranianos, y que la ‘guerra relámpago’ le explotó en la cara a Vladimir Putin.
Las estrategias de espionaje han variado y las agencias de inteligencia ya no son solo los grupos herméticos que comparten documentos con el rótulo de ‘top secret’. Las redes sociales han puesto de su parte, y la información está más al alcance, un factor que los gobiernos implicados en este conflicto -y sus aliados- no han dejado de lado.
Por ejemplo, cuando William Burns, el director de la CIA, dijo públicamente que estimaba que las bajas rusas en la guerra hasta julio sobrepasaban los 15 mil. O cuando Jeremy Fleming, jefe de la GCHQ, la agencia británica de inteligencia cibernética y seguridad, dijo a inicios de octubre que las fuerzas rusas en Ucrania “están sobrecargadas y agotadas” y que el presidente Putin está cometiendo “errores estratégicos de juicio”.
Así, las agencias de inteligencia occidentales -que están colaborando estrechamente con Ucrania- han adoptado una estrategia inusual de compartir información con el fin de apoderarse de la narrativa, así como disuadir o adelantarse a los planes rusos.
De hecho, desde noviembre del 2021 se empezó a conocer en los medios del despliegue de las tropas rusas cerca de la frontera ucraniana gracias a informaciones de la inteligencia estadounidense entregadas a Ucrania.
Fuentes abiertas
“La recolección de inteligencia se ha democratizado”, señala a El Comercio Román Ortiz, experto en seguridad y analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid), quien explica por qué se ha dado una explosión de información de fuentes abiertas en temas de inteligencia.
“Ahora hay medios para recolectar información de mucha calidad que están disponibles, y que no son confidenciales. Hay muchos centros de pensamiento o think-tank que utilizan esas herramientas para elaborar su propia información de inteligencia. Por ejemplo, ahora ya se puede tener acceso a fotografías por satélite de bastante calidad, o a través de redes sociales se puede recolectar información. Tradicionalmente esa era información de inteligencia, pero ahora está disponible para cualquiera. Hay una especie de privatización de la inteligencia”, comenta.
Ortiz señala que la administración de Joe Biden utilizó esa información de inteligencia de manera muy hábil para revelar anticipadamente cuáles eran las intenciones de Rusia.
“Estados Unidos ha estado desclasificando inteligencia y compartiéndola con sus aliados desde los atentados del 11S, de manera significativa y deliberada”, comenta Douglas London, veterano condecorado del Servicio Clandestino de la CIA y profesor adjunto del Centro de Estudios de Seguridad de la Universidad de Georgetown.
“En este caso, no creo que la intención fuera impedir que los rusos invadieran sino galvanizar una respuesta de consenso unificada. Entonces creo que eso ha tenido un impacto dramático en la resolución de los socios occidentales y que estos den un paso adelante para tomar medidas, como Polonia y Alemania. Incluso el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, ya había compartido información de inteligencia sugiriendo que Irán iba a proporcionar drones a Rusia”, agregó en una entrevista a New Lines Instituto de Estrategia y Política, un think tank de Washington DC.
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Los errores y aciertos
En medio de este mar de información de inteligencia disponible, tanto rusos como ucranianos y occidentales han jugado sus fichas. Pero en este juego de espías, el Kremlin ha mostrado más errores que aciertos.
“En el caso ruso, muchos diplomáticos han sido expulsados de embajadas europeas”, recuerda Ortiz.
Solo este año, unos 500 funcionarios rusos desplegados en capitales occidentales han sido retirados por sospechas de espionaje o por estar sujetos a sanciones.
“Los agentes funcionan a dos niveles: aquellos con cobertura diplomática que trabajan en las embajadas, pero que suelen ser agentes de inteligencia encubiertos; y los ilegales, que no están protegidos con un estatus diplomático y operan bajo una identidad falsa”, explica.
En este último grupo están los dos agentes del GRU ruso que contábamos al inicio de la nota.
“Al expulsar a estos diplomáticos, se ha reducido la capacidad de la inteligencia rusa para recolectar información. Esto ha hecho que tengan que confiar más en sus agentes ilegales, pero esos son pocos y caros”, señala Ortiz.
Andrés Gómez De la Torre, especialista en seguridad e inteligencia, no considera que hubo errores en las técnicas de intrusión y espionaje de parte de Rusia: “Los rusos llegaron a tener un buen ratio de infiltración en el aparato público ucraniano, tanto en términos de inteligencia humana como en inteligencia tecnológica. Si bien es cierto que las estimaciones fallaron, lo real es que los rusos demostraron su capacidad intrusiva desde hace varios años atrás. De hecho, las operaciones de los hackers empiezan con una guerra silente unas dos semanas antes de que formalmente empiece la operación militar”.
Y agrega: “La falla estuvo en la estimación estratégica, porque Rusia pensó que habría una caída rápida del régimen de Zelensky. Pero por la cantidad de colaboradores e informantes que están siendo fusilados en Ucrania, nos damos cuenta de que los rusos penetraron muy agresivamente el aparato público ucraniano”.
De hecho, el presidente ucraniano destituyó al propio Ivan Bakanov, director del servicio de seguridad interna del país (SBU), que además era su amigo de la infancia, ante la cantidad de saboteadores rusos que estaban en la agencia.
Para Román Ortiz, sin embargo, la inteligencia rusa no ha estado a la altura de las circunstancias. “A la inteligencia le pasa lo mismo que a las fuerzas armadas, son un reflejo de la sociedad de la que forman parte. Como en Rusia hay un sistema autoritario donde Putin concentra todo el poder, la inteligencia le daba datos que estaban dirigidos a confirmar sus propios prejuicios y le hizo creer que Ucrania era mucho más débil”.
Un extenso informe de “The Washington Post” de agosto pasado revela que la unidad del FSB, el poderoso Servicio Federal de Seguridad de Rusia, destacado en Ucrania tenía una amplia red de agentes infiltrados en ese territorio, pero debido a la corrupción institucionalizada varios de sus espías se fugaron con el dinero que recibían del Kremlin.
Con ocho meses de guerra a cuestas, y sin perspectiva de terminar en el corto plazo, el trabajo de espionaje y contraespionaje continuará al mismo tiempo que la información clasificada se seguirá difundiendo. ¿Ganará quién la aprovecha mejor?