En un tuit, el eurodiputado del partido español Vox, Hermann Tertsch, dejó en claro a qué se refieren sus correligionarios cuando sostienen que los ucranianos son genuinos refugiados: “En Ucrania son refugiados de verdad. Son refugiados cristianos y blancos”. Como si esos fueran criterios relevantes para explicar su situación: los soldados rusos que los forzaron a convertirse en refugiados son tan cristianos y blancos como ellos.
Y el conflicto armado que dio origen a la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (es decir, la Segunda Guerra Mundial), también tuvo a cristianos blancos entre sus principales víctimas como entre sus principales victimarios. Porque las fuentes de identidad que propiciaron esa guerra fueron el nacionalismo étnico o la ideología política, no la religión o el color de piel.
De cualquier modo, ser ‘blanco’ es algo relativo incluso para los supremacistas raciales: aunque hoy nadie pondría en duda que los ucranianos lo son, en su libro “Mi lucha”, Hitler denominaba a los pueblos eslavos (como los rusos o ucranianos) “inferiores masas soviéticas”.
Pero la derecha radical del mundo desarrollado sigue anclada en la tesis del “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington, pese a que, como vemos, no puede explicar buena parte de los conflictos políticos contemporáneos. Por ejemplo, Huntington subestimó el riesgo de, en sus palabras, “un conflicto violento entre Rusia y Ucrania”, precisamente porque eran parte de una misma civilización: “Si la civilización es lo que importa, sin embargo, la probabilidad de violencia entre ucranianos y rusos debería ser baja. Son dos pueblos eslavos mayoritariamente ortodoxos que han tenido una relación cercana durante siglos”.
Y es por seguir aferrados a la tesis de Huntington que personajes como Tertsch carecen de categorías para conceptualizar lo que ocurre en Ucrania (que, para él, sería una inverosímil y fratricida guerra entre cristianos blancos). Por lo demás, no había necesidad de esperar hasta la guerra en Ucrania para que la tesis de Huntington mostrara sus falencias: en la misma época en que aparecen tanto el artículo original de 1993 como el libro de 1996, tuvimos amplia evidencia de ello. De un lado, la OTAN (cristianos occidentales) intervino en la guerra de Bosnia Herzegovina en favor de la coalición entre musulmanes y croatas (cristianos católicos), y en contra del bando serbio (cristianos ortodoxos). Por cierto, los musulmanes, croatas y serbios de Bosnia Herzegovina calificarían todos como eslavos blancos. Unos años después, en 1999, la OTAN intervino en favor de los kosovares (mayoritariamente musulmanes), contra la Yugoslavia de Milosevic (compuesta por una mayoría de cristianos ortodoxos).
De hecho, poco antes de que Huntington publicara los textos en los que esboza la tesis del choque de civilizaciones, también tuvimos evidencia de sus potenciales falencias. Por ejemplo, durante la ocupación soviética de Afganistán, un pueblo mayoritariamente cristiano y blanco (como el soviético), enfrentó a una insurgencia musulmana de raigambre fundamentalista (que incluía a personajes como Osama Bin Laden), la cual fue respaldada por un Gobierno Estadounidense (el de Reagan) que tenía al fundamentalismo cristiano como una parte importante de su base política. De hecho, un argumento esgrimido para justificar una alianza tan inusual fue que, después de todo, musulmanes y cristianos creían en el Dios del antiguo testamento (texto que, en su origen, era exclusivo de la religión judía), lo cual los confrontaba con el comunismo ateo que regía la Unión Soviética.
Si el que calificara a la OTAN como una alianza entre “cristianos occidentales” le pareció una alusión desenfocada, entonces está de acuerdo conmigo: la religión no fue la causa principal de la guerra en ninguno de los casos mencionados. Y al disparar contra sus rivales, lo último en lo que se fijaban los contendientes era en su color de piel. Las alianzas, por lo demás, se definieron con base en criterios políticos, no con base en pruebas de pigmentación o fervor religioso.