El próximo 26 de noviembre es la fecha de estreno en los Estados Unidos de una de las películas más esperadas del año: La casa de Gucci (House of Gucci). El filme, dirigido por el legendario Ridley Scott, narra la historia detrás del asesinato de Maurizio Gucci, nieto del creador del imperio de la moda Gucci, que fue ultimado a balazos en 1995, en Milán, por un sicario enviado por su propia exesposa, Patrizia Reggiani.
Cuanto más próximo está el día del presentación de esta película -que en la Argentina será el 2 de diciembre, de acuerdo al sitio Cines Argentinos- crecen más las expectativas por ver las interpretaciones de Adam Driver en el papel de Maurizio Gucci, y de Lady Gaga en la piel de la controversial Patrizia Reggiani.
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En el trailer de esta realización ya es posible percibir el esmero puesto en recrear cada detalle del estilo y la personalidad de ambos protagonistas, una recreación que se convertirá, sin dudas, en uno de los mayores atractivos del film.
La cinta, basada en la novela del mismo nombre de Sarah Gay Forden y adaptada por el guionista cuenta también con presencias estelares de Jared Letto, Jeremy Irons, Al Pacino y Salma Hayek, entre otros reconocidos artistas hollywoodenses.
Para palpitar el estreno de la que será una de las películas más potentes del año, a continuación se desgranan los pormenores de un crimen que conmovió a Italia, al mundo y, especialmente, al universo de la moda.
El final de Maurizio Gucci
Fue en plena luz del día. Eran las 8.30 de la mañana del lunes 27 de marzo de 1995, cuando Maurizio Gucci, uno de los herederos de la firma italiana que lleva su apellido y es sinónimo de moda, distinción y lujo en todo el mundo, ingresaba al elegante edificio del número 20 de la calle Vía Palestro en el centro de Milan. La primavera flotaba en el aire y Maurizio se dirigía a su oficina para empezar otra jornada de trabajo.
Pero nunca pasó del hall.
Por el portón del edificio se asomó una mano criminal que disparó tres veces a la espalda del empresario. Y mientras Maurizio Gucci se derrumbaba sobre las escaleras del hall de entrada, el asesino gatilló un cuarto tiro que impactó en la cabeza de su víctima.
Giuseppe Onorato, el portero del inmueble de Vía Palestro, que barría la vereda en ese momento, fue testigo de la secuencia en su totalidad. Recibió también dos balazos en el brazo izquierdo por parte del malhechor, que luego emprendió una huida desesperada, se subió a un Clio verde y se perdió en las calles de Milán.
Onorato llegó hasta donde se encontraba tendido Gucci y trató de asistirlo. Pero no había nada que hacer. Segundos después, el multimillonario nieto del creador de un imperio de suntuosidad y glamour, moriría con su cabeza apoyada en el regazo del portero. Tenía 46 años.
Por supuesto que el crimen tan feroz y desprolijo de una figura rutilante del empresariado y del jet set internacional, conmovió a toda Italia. Y mucho más cuando, tiempo después, todas las sospechas sobre la autoría intelectual del asesinato recayeron sobre la exesposa de Maurizio, Patrizia Reggiani, una mujer ambiciosa y manipuladora que aparentemente nunca pudo superar la pérdida de status que significó que un Gucci se hubiera divorciado de ella.
Años después, cuando la justicia efectivamente determinó que la llamada “Lady Gucci” había promovido el crimen de su marido, la mujer dio una muestra de su corrosiva personalidad. Fue cuando los periodistas le preguntaron por qué había contratado a un sicario para matar a su esposo, y no lo había hecho ella misma. “Mi vista no es tan buena. No quería fallar”, contestó.
Una chica parecida a Elizabeth Taylor
En rigor, casi un año y medio antes de su muerte, Maurizio Gucci había vendido su parte de la compañía fundada por su abuelo Guccio Gucci a un grupo inversor de Baréin llamado Invescorp. De este modo, se alejaba de la empresa de “la doble G” el último de los miembros de esa familia.
La operación le reportó a Maurizio 150 millones de dólares -tenía el 50% de las acciones- y profundizó el odio que Reggiani sentía motivos por su exmarido. Consideraba que ella, aún alejada de su esposo, formaba parte vital de la compañía y que era, como declaró alguna vez, “la más Gucci de todos”.
En una entrevista al medio británico The Guardian que concedió en el año 2016, “Lady Gucci”, quien fuera bautizada por la prensa italiana como Vedova Nera (la viuda negra), afirmó que la venta de la compañía por parte de Maurizio la había puesto furiosa. “Fue estúpido. Fue un fracaso”, afirmó, para después agregar: “No debería haberme hecho eso”.
La historia de amor entre Maurizio y Patrizia comenzó a comienzos de la década del 70, cuando se conocieron en una fiesta en Milán. “Quién es esa hermosa chica vestida de rojo que se parece a Elizabeth Taylor?”, le preguntó Maurizio a un amigo. “Él se enamoró locamente de mí”, diría luego Patrizia al repasar su vida. Poco después, comenzaron a salir.
En el año 1972, cuando ambos tenían 24 años, se casaron. Él ya era el millonario, nacido en cuna de oro, nieto Guccio Gucci, el fundador de una firma que, para entonces ya era sinónimo de elegancia de alta gama. Los exclusivos bolsos y zapatos de la doble G eran exhibidos por estrellas de cine como Audrey Hepburn, celebridades como Jackie Kennedy y las más etéreas mujeres de la realeza europea, como Grace Kelly.
Patrizia tenía una posición económica acomodada en ese entonces, pero no era parte todavía a la elite social a la que sin dudas pertenecían los Gucci. Quizás fue por eso que Rodolfo Gucci, papá de Maurizio, se negó fuertemente a que su hijo se casara con ella. Temía que fuera una cazadora de fortunas. Antes, durante y varios meses después de la boda, le retiró la palabra a su único hijo.
El matrimonio tuvo una década de felicidad. “Éramos una pareja hermosa y teníamos una vida hermosa”, decía Patrizia en las pocas entrevistas en las que habló de su vida. Los Gucci tuvieron dos hijas, Alessandra y Alegra, y en el aspecto social, no se perdían de viajar por el mundo de organizar fastuosas fiestas donde se codeaban con lo más granado del jet set internacional.
En esos años, donde no faltó la ostentación, vieron también crecer un patrimonio pleno de lujo, integrado, entre otras cosas, por un ático en la Torre Olímpica de Nueva York, un yate de 64 metros llamado Creole, un par de Ferraris, un chalet para ir a esquiar en Saint Moritz, Suiza, una casa de vacaciones en Acapulco, México y una granja en Connecticut, Estados Unidos.
Disputas familiares
Posiblemente, el punto de inflexión de la feliz pareja se dio con la muerte de Rodolfo Gucci, en el año 1983. Con el deceso de su padre, Maurizio se quedaba con 230 millones de dólares y el 50% de la compañía como herencia. El otro 50% se repartía entre su tío Paolo y sus tres primos, y los conflictos entre todos los familiares por el control de la compañía y por la impronta que le querían dar no cesaron de surgir e incrementarse.
A principios de la década del 80, entre los tribunales de Estados Unidos y los de Italia -en ambos países la compañía era fuerte- había un total de 20 querellas iniciadas por parte de los miembros de la familia Gucci, acusándose entre sí de diversas malversaciones o evasiones de impuestos.
En términos operativos, básicamente las diferencias surgían porque el tío y los primos de Maurizio querían multiplicar las licencias de la marca -y lo estaban haciendo- a costa de una posible pérdida de prestigio, mientras que él quería volver a poner a Gucci a la altura de la jerarquía que había alcanzado en su época dorada.
Y en el medio de todas estas disputas, Patrizia insistía con darle recomendaciones a su esposo sobre lo que debía o no debía hacer para lograr sus objetivos en la empresa. De acuerdo a lo que aseguran los estudiosos de la firma, la constante intromisión de “Lady Gucci” en los asuntos de su familia política provocó el hartazgo de Maurizio. Un fin de semana de 1985, hizo una valija, dijo que se iba en un viaje de negocios a Florencia, y nunca más regresó a vivir con ella.
En paralelo al inicio de un proceso de divorcio que duró más de una década, Maurizio trataba de enderezar el rumbo de la compañía. Para deshacerse de sus familiares en el control empresarial, con la asistencia de inversores de Medio Oriente, fue comprando a cada pariente la parte de la marca que les correspondía. Finalmente, en septiembre de 1993 y harto de perder dinero, el entonces CEO de la compañía vendió todas sus acciones a Investcorp.
Gucci, la marca, volvería con el tiempo a recuperar su halo de exclusividad. Pero de ahí en más, Maurizio no pudo prosperar en ningún negocio, aunque le sobraba fortuna para vivir una existencia sin sobresaltos por muchos años más.
Cómo se fraguó el asesinato
Al rencor que llevaba consigo por el divorcio y la venta de la compañía, Patrizia le sumaría el hecho de que Maurizio estaba planificando casarse con su nueva novia, la diseñadora Paola Franchi, con quien convivía desde principios de los 90 en un departamento palaciego que Gucci tenía en el centro de Milán.
La posibilidad de que se concretara este matrimonio, lo que sepultaría para siempre las posibilidades de la futura viuda negra de recuperar su status de ser la esposa de Gucci, pudo haber sido la gota que rebalsó el vaso.
Patrizia llamaba al departamento de la pareja para amenazar a su esposo y comenzó a consultar en su entorno, casi con desparpajo, cómo podía agenciarse de un sicario para que hiciera un trabajo para ella. Hasta que, finalmente, puso en obra lo que hasta entonces eran solo palabras e imprecaciones.
Según las investigaciones posteriores y las pruebas y testimonios recogidos en el juicio contra ella, la trama del asesinato no tuvo la mínima sofisticación. Fue, más bien, bastante burda.
Obsesionada por llevar adelante su cometido, Patrizia le pidió ayuda a su amiga Giuseppina “Pina” Auriemma, una mujer afecta a las ciencias ocultas que estaba llena de deudas, a la que le pagó unos 300.000 dólares para que hiciera lo que debía hacer. La mujer, entonces, se puso en contacto con el portero de un hotel de mala muerte de Milán llamado Ivano Savioni, que a la vez contrató a Orazio Cicala -fue el chofer el día del crimen-, que arregló todo con el que apretaría el gatillo, un mecánico llamado Benedetto Ceraulo.
A pesar de los improvisados organizadores de la muerte del empresario, y de la brutalidad con la que se cometió -al principio se pensó en un ajuste de cuentas de la mafia-, el crimen permaneció totalmente impune durante dos años. Y la “viuda negra” casi estuvo a punto de salirse la suya.
Pero en enero de 1997 un individuo se comunicó con el jefe de policía de la región de Lombardía para contarle que tenía información sobre el caso Gucci. El hombre había escuchado al portero de un hotel de una estrella jactarse de haber participado en la contratación del homicida de Maurizio. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo para Patrizia.
La policía, entonces, se dedicó a investigar el caso, y el 31 de enero detuvo a todos los sospechosos por el crimen. Cuando la justicia revisó los papeles de la viuda de Maurizio, encontró en su diario íntimo que la mujer, el día del crimen de su ex, había escrito en la página solamente una palabra: Paradeisos (Paraíso, en griego).
Juicio y prisión en San Vittore
En noviembre de 1998, tras un juicio en el que ya quedaba poco por probar, Ceraulo fue condenado a cadena perpetua, Reggiani y Cicala recibieron 29 años de pena y Auriemma y Savioni, 25 y 26 años, respectivamente. Pero todos ellos, con el tiempo, recibieron rebajas en su condena.
Patrizia fue trasladada a la prisión San Vittore, de Milán. Ella aseguró que en ese lugar, al que, de acuerdo al diario italiano La Reppublica, prefería llamar Vittorre Residence, durmió mucho, cuidó sus plantas y a su mascota Bambi, un hurón que tenía por un permiso especial y que terminó de pésima manera cuando otra reclusa del penal se sentó encima de él.
Aún con todas las pruebas en contra, la mujer siguió defendiendo su inocencia. En un reportaje que dio en 2002 al programa Storie Maledette, de la Radio y Televisión Italiana, Reggiani señaló: “Tengo que admitir que, por un tiempo, realmente quería deshacerme de él, así que andaba pidiendo a la gente que lo hiciera. Pero mis intenciones terminaron ahí, una mera obsesión, un mero deseo. ¿Qué esposa nunca ha dicho: ‘Mataría a ese tipo’?”
En 2011, la mujer tuvo su chance de salir en libertad condicional, pero para ello tendría que encontrar un trabajo. “Nunca he trabajado en mi vida y no tengo la intención de empezar ahora”, le habría dicho a su abogado. Y quedó encerrada otros años más, hasta que en 2014, cambió su postura y abandonó San Vittore para iniciar un trabajo de medio tiempo en la joyería Bozart, donde se desempeñó como asesora de estilo.
Estaba contenta, porque seguía en el mundo de la moda, pero añoraba regresar a Gucci.
En 2017, la viuda de Maurizio Gucci recuperó su status de ciudadana libre. Pero siguió con algunos problemas legales. En especial, la lucha que entabló en la justicia para seguir recibiendo la compensación anual de casi un millón de dólares que había arreglado al divorciarse de Maurizio.
En este caso, sus oponentes fueron nada menos que sus hijas, Alessandra, de 43 años, y Allegra, de 39 -que viven hoy en Suiza y no quieren saber nada con su mamá- que, al heredar la fortuna de su padre, se negaron a pagar el acuerdo de divorcio. El año que recuperó su libertad, la Cámara de Apelaciones determinó que Patrizia tenía derecho a ese monto anual, pero las hijas apelaron y ahora la causa la debe resolver la Corte Suprema Italiana.
La película de Ridley Scott
Si bien el caso del crimen de Gucci y la personalidad magnética de Patrizia Reggiani siempre siguieron latentes en la opinión pública italiana y en los interesados en el mundo de la moda, la historia volverá a estar en el centro del debate en pocos meses, cuando se estrene una biopic sobre el asesinato del empresario.
House of Gucci es el título de este film que ya se rueda en Milán, que está dirigido nada menos que por Ridley Scott y que protagonizan Adam Driver, como Maurizio y Lady Gaga en la piel de Patrizia. Siempre con su actitud de prima donna, la “viuda negra” se sintió un tanto “amargada” por el hecho de que la estrella que la interpreta en el film “no quiso encontrarse con ella”, según lo que señaló el abogado de Patrizia, Daniele Pizzi al medio italiano Di Lei.
“Lady Gucci”, cuya personalidad quedó marcada en la frase que le atribuyen: “Prefiero llorar en un Rolls Royce que ser feliz en una bicicleta”, respondió de esta manera a la pregunta que le hicieron en The Guardian sobre qué le diría hoy a su exesposo: “Si pudiera volver a ver a Maurizio le diría que lo amo, porque es la persona que más me ha importado en la vida”.
La mujer, que hoy cuenta con 72 años y vive una sosegada existencia en soledad en Milán, contestó también a la pregunta sobre qué sentiría hoy su exmarido por ella: “Creo que él diría que el sentimiento no es mutuo”.
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