Carta de una de las mujeres deportadas. (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).
Carta de una de las mujeres deportadas. (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).
BBC News Mundo

En la localidad alemana de Ravensbrück, a 90 kilómetros de , los nazis hicieron construir en 1939 el único campo de concentración destinado exclusivamente a mujeres.

Ravensbrück significa en alemán “puente de los cuervos”, y en aquel campo de concentración se escuchaba siempre el graznido de esos pájaros negros, que acudían al lugar atraídos por el olor a carne quemada que salía de sus cuatro hornos crematorios.

Aunque transcurrido un tiempo la mayoría de mujeres que entraban en Ravensbrück eran trasladadas a otros campos, unas 50.000 prisioneras perecieron allí a causa de las durísimas condiciones a las que estaban sometidas y otras 2.200 fueron asesinadas en sus cámaras de gas.

En total, unas 132.000 mujeres procedentes de 40 países padecieron humillaciones y atrocidades varias durante su estancia en el campo de concentración de Ravensbrück. Entre ellas, un grupo de 400 españolas.

La escritora y periodista española Mónica G. Álvarez, que lleva una década dedicada a la investigación del Holocausto y tiene varios libros sobre ese tema, ha reconstruido la historia de once españolas que llegaron a Ravensbrück a causa de su lucha por la libertad, que padecieron ese infierno y lograron sobrevivir.

En “Noche y niebla en los campos nazis” (editorial Espasa), aparecen mujeres excepcionales como Olvido Fanjul Camín, Elisa Garrido Gracia, Neus Català Pallejà, Braulia Cánovas Mulero, Alfonsina Bueno Vela, Elisa Ricol López, Constanza Martínez Prieto, Mercedes Nuñez Targa, Conchita Grangé Beleta, Lola García Echevarrieta y Violeta Friedman.

“Aquellas mujeres fueron capturadas tras luchar en España contra el fascismo y huir principalmente a Francia para participar en la Resistencia como miembros destacados. Su función fue fundamental para que sus camaradas masculinos pudieran operar”, destaca Álvarez.

“En su lucha no les hizo falta empuñar un arma, pero sí saber combinar una vida cotidiana que les permitiera pasar desapercibidas con la complejidad de trabajar en la Resistencia”.

Ficha policial de Costanza Martínez Prieto al ser detenida en Nantes en 1942. (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).
Ficha policial de Costanza Martínez Prieto al ser detenida en Nantes en 1942. (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).

“No eran espías, tenían trabajos normales y corrientes y pasaban información cuando obtenían algo, hacían de correo, ocultaban en sus casas a enemigos de Hitler o hacían labores de mecanógrafas y escribían a máquina la documentación primordial para la Resistencia”, resalta la periodista.

En “Noche y niebla en los campos nazis”, la autora traza los retratos de esas once luchadoras desde su infancia hasta su vejez.

Nacht und Nebel(NN, noche y niebla en alemán) es como los nazis denominaban a un tipo de prisioneros de los campos de concentración que, además de estar privados de libertad, tenían prohibida cualquier comunicación con el exterior, vivían en condiciones extremadamente precarias y estaban condenados literalmente a desaparecer, porque su destino final era la cámara de gas.

Varias de las españolas cuyas biografías se narran en el libro estaban catalogadas así, como prisioneras NN, pero lograron sobrevivir.

“Lo único que empujó a esas mujeres a sobrevivir fue su creencia acérrima en la democracia, en la justicia social y, sobre todo, en la igualdad. Lejos de amilanarse ante las torturas sufridas a manos de los nazis, se rebelaron para luchar contra la opresión y el totalitarismo y, una vez libres, la mayoría dedicó gran parte de su vida a levantar la voz para que nadie olvidase la tragedia del Holocausto. Su voz fue y sigue siendo un ejemplo de heroicidad”, señala la autora.

Jornadas de trabajo extenuantes y exámenes ginecológicos

Ravensbrück estaba custodiado por guardianas nazis ataviadas con látigos, pistolas y perros, para las que las prisioneras no eran personas, sino meros números de identificación que eran agrupados según sus “delitos”: ser judías, gitanas, lesbianas, testigos de Jehová, delincuentes comunes o presas políticas.

En Ravensbrück las prisioneras vivían en deplorables condiciones de higiene, eran obligadas a extenuantes jornadas de trabajo de hasta 16 horas y soportaban la brutal violencia de las guardianas de las SS. Pero las once españolas no sólo no se rindieron, sino que en muchos casos siguieron luchando contra el nazismo.

“Usaron el sabotaje. Reducían la producción de material armamentístico que tenían que fabricar diariamente y hacían de todo para adulterar la calidad de la pólvora. Sabían que ese material sería usado contra los aliados y que, si evitaban que esas armas funcionasen, estaban salvando las vidas de los suyos. Era una forma muy inteligente de combatir al enemigo desde dentro”, subraya la autora.

Ficha de prisionera de una de las españolas. (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).
Ficha de prisionera de una de las españolas. (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).

Además, en Ravensbrück las mujeres crearon profundas redes de solidaridad que proporcionaron a muchas el empuje necesario para vencer la depresión, soportar el trabajo esclavo y las torturas a las que eran sometidas. Torturas que en muchas ocasiones estaban relacionadas con el hecho específico de que fueran mujeres.

Entre las vejatorias situaciones que las internas padecieron en Ravensbrück estaban los exhaustivos controles ginecológicos efectuados sin ninguna higiene y en condiciones vergonzosas. “Con un mismo utensilio examinaban y tomaban muestras de las vaginas de todas las presas. Poco importaba si algunas tenían tuberculosis o sífilis”, subraya Álvarez.

Y eso era sólo el principio. A Elisa Garrido la violaron y le sacaron el feto que llevaba dentro.

“Vaciaban a todas las mujeres para que no tuviesen hijos, les dejaban con el vientre abierto para que muriesen, pero a ella la volvieron a coser”, recuerdan sus sobrinos Pilar Gimeno y Clemente Arellano. “Le abrieron para sacarle un feto, como hacían con todas las mujeres que quedaban embarazadas por los abusos y las violaciones a las que las sometían los soldados alemanes, y sobrevivió”.

“A todo mi grupo nos pusieron una inyección para eliminarnos la menstruación con la excusa de que seriamos más productivas. Ocurrió en 1944, no la volví a tener hasta 1951(…). Se salvaron muy pocas; los bebés nacidos eran automáticamente exterminados, ahogados en un cubo de agua, o los tiraban contra un muro o los descoyuntaban. Ellas agonizaban por las malas condiciones del parto o se volvían locas por la importancia de presenciar tales asesinatos”. Son palabras de Neus Català Pallejà, otra de las españolas que pasaron por Ravensbrück y que al salir del campo de concentración pesaba sólo 35 kilos.

Los nazis consideraban a los niños una carga, así que en los campos de concentración todos los bebés y los menores de ocho años eran directamente asesinados.

“Mataban al hijo cuando nacía. Los ahogaban en un balde de agua... o las SS los cogían de los pies y los tiraban contra un muro. Se decía que a muchas mujeres les ponían inyecciones para retirar la menstruación. A nosotras no, quizás porque éramos el último convoy en llegar. Pero, eso sí, nos revisaron a todas ginecológicamente de arriba abajo, sin ninguna higiene, con los mismos utensilios. Era humillante y repugnante”, contó Conchita Grangé Beleta.

Ella misma fue testigo de un suceso abominable que la marcaría para siempre: presenció el asesinato a manos de una guardiana —según todos los indicios Dorothea Binz, la supervisora en jefe de Ravensbrück durante una época— de tres niños.

“Lo recuerdo perfectamente. Uno de ellos, el más pequeño, tenía sólo tres o cuatro años y corría por la calle de los barracones. Una de las Aufseherinnen (guardianas en alemán) le gritó, pero el niño no la escuchó y ella le lanzó al perro. Lo mordió y lo destrozó. Después, ella le remató dándole palos con la porra”.

A partir de los 9 años a los niños se les perdonaba la vida, pero eran destinados a trabajos forzados, obligándoles con frecuencia a manipular ácidos. La mayoría moría por las durísimas condiciones de vida.

La periodista y escritora Mónica Álvarez, autora de "Noche y niebla en los campos nazis". (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).
La periodista y escritora Mónica Álvarez, autora de "Noche y niebla en los campos nazis". (FOTO CEDIDA POR LA AUTORA MÓNICA G. ÁLVAREZ).

Y luego estaban los supuestos estudios científicos con las mujeres como cobayas. Los doctores Karl Gebhardt, presidente de la Cruz Roja de Alemania y director de enfermería de Ravensbrück, y Carl Clauberg, ginecólogo investigador, eran los encargados de realizar insólitos y dolorosos experimentos médicos a las reclusas.

Tanto Neus como Conchita Grangé y Alfonsina Bueno fueron víctimas de los estudios realizados por esos médicos de las SS.

Neus también fue testigo de los terribles tratamientos a los que se sometía a algunas jóvenes polacas, las denominadas Kaninchen (conejillos de indias). A algunas las realizaban horribles mutilaciones, a otras las inoculaban bacterias para analizar el proceso de infección.

En una ocasión incluso inyectaron semen de chimpancé a una interna francesa para ver si se quedaba embarazada. La chica acabó quitándose la vida.

Tras ser liberadas, las once heroínas españolas arrastraron durante toda su vida graves secuelas físicas y psíquicas de su paso por los campos de concentración nazis. “Alguna se quedó en silla de ruedas, pero las peores secuelas eran las psicológicas, son las que nunca se curan. Nadie puede superar el Holocausto, sólo se sobrelleva”, dice Álvarez.

Las once españolas sufrieron todas depresión, terrores nocturnos e insomnio hasta el final de sus días.

La mayoría de ellas, como Neus Català, Mercedes Nuñez Targa o Violeta Friedman, dedicaron buena parte de su vida a contarle al mundo el infierno por el que habían pasado, para que no se olvidara el Holocausto y, sobre todo, para que nunca jamás pudiera volver a repetirse algo así.

Otras, como Olvido Fanjul, nunca encontraron las fuerzas necesarias para hablar públicamente del horror que habían sufrido. Cuando intentó contárselo a sus hijos muchos años después, estos no la creyeron, pensaron que eran invenciones suyas y que a su madre comenzaba a fallarle la cabeza.

“Las voces de esas once mujeres son las voces de la democracia y de la libertad. Esas supervivientes del Holocausto lucharon por la libertad de todos los ciudadanos, no sólo por la suya. Querían una sociedad mejor, un mundo. Sus voces no se pueden silenciar”, concluye Álvarez.

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