Augusto Garay González. (Video: Ismael Monzón / El Comercio)
Ismael Monzón

En sus 20 años como miembro del coro de la Capilla Sixtina, el barítono peruano Augusto Garay ha deleitado con su voz a Juan Pablo II, Benedicto XVI y al papa Francisco.


Garay, que es soprano, se fue del país en 1989. 

Recuerda que su primer contacto con el papa Francisco fue en la misa donde le pusieron el anillo del pescador. “Es un momento muy solemne, de gran esperanza”, afirma.

Garay conversó con El Comercio en el 2013 de su experiencia en los muros del Vaticano y sobre la renuncia de Benedicto XVI, de la que fue testigo.

ENTREVISTA

Por: Juan Aurelio Arévalo

"Después del anuncio nadie habló. Salimos de la sala en silencio y compungidos"

Fueron los años de crisis y no la fe religiosa los que llevaron a Garay a vivir en Roma. Nuestro compatriota llegó a la capital italiana en 1989 con 150 dólares y una agenda. Primero trabajó como obrero, en base a esfuerzo logró graduarse en Sociología e hizo un doctorado en Filosofía Política. Ingresó en el Pontificio Instituto de Música Sacra y desde 1999 integra uno de los coros más selectos del mundo.

—Cuénteme cómo fue el ambiente en la sala cuando renunció el Papa [Benedicto XVI]
Habíamos terminado de recitar la hora media con el Papa en la sala del sínodo. Normalmente, el pontífice hace la última oración y canta la bendición final. Con el Salve Regina terminaba la función, pero de pronto vimos que el Papa se sentó y su secretario le alcanzó el discurso…

—¿Logró entender el latín?
Nosotros los cantores tenemos cierta familiaridad con el latín. Escuché palabras claves que se referían a la edad. El director del coro, monseñor Palombella, se dio cuenta y ya se pasó la voz entre todos. Muchos cardenales no saben latín, pero pasaron dos minutos y se enteraron. La cara de estupor, de desconcierto y los rostros de tristeza de los prelados se expandió en toda la sala.

—¿Cómo hizo para no desafinar después de un anuncio como ese?
Menos mal que después del anuncio no teníamos que cantar. Salimos todos en silencio y compungidos. No dijimos nada. No había nada que decir. Me impresionó mucho el rostro del Papa. Se notaba cuán costosa había sido esa decisión para él. Es un hecho insólito porque el Papa no ha muerto, solo ha renunciado al trono de Pedro.

—Ud. lo ha acompañado 8 años en primera fila. ¿Qué siente ahora?
Esta experiencia ha sido un gran privilegio porque me ha permitido escuchar en directo sus homilías, en las que se notaba su reflexión personal y su gran vuelo intelectual. Nosotros hemos visto al Papa abatido últimamente. Los escándalos de la pedofilia, los insultos de los que ha sido objeto en sus giras han sido una fatiga muy grande. Cuando escuché la noticia, en el fondo pensé en la tranquilidad que este anciano estudioso podrá sentir. Podrá pasar sus últimos años sin el rigor del protocolo. Me dije a mí mismo: qué bueno por el Papa, ahora podrá estar más tranquilo.

—Ayer usted estuvo en la audiencia y cantó en la misa…
Sí, había un grupo de peruanos y el Papa los saludó. También a México. Yo soy muy sentimental…

—¿Cuál es el ambiente hoy en el Vaticano tras la renuncia?
De tristeza, pero hay mucha gente que piensa que el Papa ha dado un gran ejemplo, sobre todo a los políticos que se atan a la silla de gobierno.

—¿Se rumoreaba su salida?
Cuando Juan Pablo II murió fue tremendo. Era el Papa que sufría, de la mirada perdida, el rostro fijo, que seguía hablando hasta el final. El comentario que hicimos cuando vimos a Ratzinger en ese balcón caminando fue: este Papa alemán no va a reducirse a eso…

—No toleraría ese sufrimiento…
Sí. Es otra mentalidad. No es mejor o peor. Ratzinger es un hombre sobrio y renunció por el bien de la Iglesia. Seguramente vendrá un Papa joven. Se calcula que para el Domingo de Ramos ya estará el nuevo Papa.

—¿Ustedes ya han recibido instrucciones para preparar el cónclave?
En realidad, la música del cónclave es simple, porque se invoca el Espíritu Santo, cantando el Veni Sacte Spiritu. Después, el director del ceremonial anuncia el Extra Omnes (fuera todos), así el cuerpo cardenalicio se reúne en cónclave en el recinto de la Capilla Sixtina para elegir al nuevo pontífice.

—Su historia es muy curiosa. Empezó como locutor de Radio Miraflores, pasó por ATV, Panamericana y hoy está en el Vaticano…
Respecto a la radio, en Italia también he colaborado con Radio Vaticana conduciendo un programa de música clásica y adaptando en versión radiofónica el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

—¿Por qué dejó el Perú?
Cuando salí en el 89, la situación estaba muy mal. Recuerdo que me vine porque me obligó el maestro Leopoldo La Rosa. Me dijo: “Acá no tienes nada más que hacer”. Llegué sin saber nada de italiano. Yo en Perú era locutor, trabajaba en Panorama, trabajé con Guillermo Giacosa, en Italia no podía hacer lo mismo y mi primer trabajo fue lavar autos en una cochera. Yo era ilegal, debía trabajar a escondidas, pero fue bueno tener la dignidad de un sueldito.

—¿Cómo llega al coro de la Capilla Sixtina?
Yo estudié canto en el Conservatorio Nacional de Música del Perú y canto coral en el Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma, allí conocí a monseñor Domenico Bartolucci que era mi profesor de formas musicales y también era el director del famoso coro pontificio.

—¿Cuán difícil es llegar al coro?
A la Sixtina se accede como a toda institución coral, con una audición de dos tipos, musical y vocal. Pero se insiste mucho con la música sacra, o sea todo el mundo del canto gregoriano ( la modalidad) y la polifonía (tonalidad). Ensayamos todos los días, dos horas. El repertorio se elige según la división del año litúrgico y los períodos más intensos son el Adviento y la Pascua de Resurrección.

—¿Los miembros del coro llegan a conocer personalmente al Papa?
Todos los años, en enero, el Papa recibe el coro de la Capilla Sixtina en audiencia privada, le ofrecemos un concierto, solo para él y su hermano Georg (grande ex maestro de capilla de la Catedral de Regensburg). El Papa agradece al coro por todos los servicios prestados en el año y ofrece regalos, especialmente a los niños cantores que son unos 40. De Alemania llega un container de caramelos y chocolates que le mandan de su diócesis para los niños. Así les agradece por estar con él cuando podrían estar de vacaciones. Una vez el Papa se me acercó y en español me dijo: “¿Y usted de dónde es?”. Le respondí: “Del Perú, santidad”. “¡Ah!, conozco su país, ¡he estado en el Cusco!”. Le pregunté cuándo iba al Perú y me respondió: “Ojalá, ojalá”.

—¿Hay más peruanos ahí?
En el Vaticano no muchos, yo conozco unos cinco, entre laicos y religiosos. En la Sixtina hay dos niños cantores hijos de peruanos.

—Ud. llegó al coro en el 99. ¿Tiene alguna anécdota con Juan Pablo II?
Soy miembro de rol de la Sixtina desde hace 13 años, de los cuales cinco estuve con Juan Pablo II y ocho con Benedicto XVI. Conocí al Papa polaco ya en la fase de declive de su salud. Cantamos en su funeral con un nudo en la garganta. Recuerdo que sobre su féretro había una gran Biblia y sus hojas iban de un lado al otro por el viento. Los del coro veíamos eso y cuando terminó la misa, en ese instante, la Biblia se cerró de golpe. Fue una cosa impresionante.

—¿Se imaginó llegar donde está?
Yo soy como cualquier peruano, con la vida tan dispareja. La música fue un oficio tardío, pero grato porque me ayudó a sobrevivir espiritual y materialmente. Tengo una magnífica familia con una esposa, Linda, que es juez en el campo de derecho canónico en el Tribunal de Apelación del Vicariato de Roma y dos hijas.

He grabado un disco como solista y me gustaría terminar cuanto antes un par de publicaciones. Cuando a veces reflexiono sobre todo lo vivido y el bien que me rodea, no puedo dejar de pensar con estupor que no todo es solo obra nuestra, sino de una mano maestra: la providencia.

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