Ocho años después de llegar a Italia, Arellano abrió su zapatería cerca de El Vaticano. Poco después de ello empezó a recibir visitas de obispos y cardenales, entre ellos Joseph Ratzinger. (Ismael Monzón / El Comercio)
Ismael Monzón

En el 2013 medios como The Washington Post o El Huffington Post recogieron la historia del peruano encargado de diseñar los zapatos del entonces papa Benedicto XVI. Pronto, decenas de medios de todo el mundo se sumaron.

Antonio Arellano, trujillano que en 1998 emigró a Roma sabiendo poco italiano pero mucho sobre el oficio de zapatero, se convirtió así en la celebridad del momento. Ahora los recortes de esos diarios se mezclan en su tienda con tiras de cuero, zapatos y cuadros en los que aparece junto al Papa Emérito. 

"Acá me conocen como el zapatero del Papa", le cuenta a El Comercio. "Benedicto XVI venía cuando aún era cardenal y así poco a poco me fueron conociendo". 

Y si bien en la actualidad Arellano no fabrica los zapatos de Francisco, su tienda sigue luciendo repleta.  

Hace dos años Arellano conversó con El Comercio y su historia fue publicada en la sección Posdata. Conózcala a continuación.

ENTREVISTA

Por: Ismael Monzón

“Los nietos de mis nietos sabrán que fui el zapatero del Papa”

En abril del 2005, Joseph Ratzinger visitó a Antonio en su taller de Roma. Le pidió que le reparara unos zapatos rápidamente porque debía entrar al cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo II. Unas horas más tarde su cliente se convirtió en el nuevo Papa.

Con el taller ya cerrado y los dedos agrietados por la faena, accede a una entrevista más. A sus 47 años, el empeñoso artesano de Trujillo apareció en la prensa de medio mundo por fabricar los famosos zapatos rojos del papa Ratzinger. Una réplica permanece en un estante del negocio, junto a varias fotos en las que Antonio aparece entregándoselos a Benedicto XVI. Asegura que el secreto de su éxito se debe al cariño que emplea y a la originalidad de sus creaciones. Aunque los recortes de prensa, con el sobrenombre del ‘zapatero del Papa’, lucen en su tienda a la vista de todos sus clientes.

—¿La llegada de Francisco ha supuesto un retroceso para su negocio?
Un retroceso, no. Trabajo con muchas personas y a quien le gusta lo que hago, vuelve. Ya no se trabaja para el Papa, pero sí para mucha gente del Vaticano.

—Entonces ha aumentado el número de clientes...
Me conocen muchos cardenales. Me recuerdan muchas veces que trabajé para Benedicto y a mí me da mucha alegría que una persona como él esté siempre presente. Son muchos los que pasan por aquí y me dicen: “Ciao, zapatero del Papa”.

—Aquello le cambió la vida.
No es que me cambiara la vida. Gracias a Dios tuve suerte de tener un cliente como él. Pero yo intento darle todo lo que puedo a la gente. Hago las cosas con mucho amor y por eso me conocen tantos.

—Aunque usted siempre será el zapatero del Papa.
Sí, salí en todos los periódicos. Esto me acompañará hasta el final de mis días. Mis nietos y los nietos de mis nietos sabrán que fui yo quien hizo esos zapatos.

—¿Cuántos periodistas lo han entrevistado?
Perdí la cuenta. Todavía en los últimos meses han venido tres o cuatro. Les suelo tener que dar cita, porque aquí el trabajo no para.

—¿Le ha sentado bien la fama?
Es muy bonito que te conozcan. Pero cuando eres conocido debes dar más en tu trabajo para no perder la oportunidad que te han dado en la vida.

—¿Han venido a verlo desde el Perú?
No, del Perú no ha venido nadie. Ni siquiera el cónsul, que está aquí en la Santa Sede. Acá me conocen tantos clientes y eso a mí me basta. Quienes vienen pocos días al Vaticano no tienen tiempo para visitarme.

—¿En el Perú ya se dedicaba a esto?
Yo soy de Trujillo, la ciudad del zapato. Con 14 años ya era un maestro, me dedicaba a fabricarlos en casa. Hacía unos 12 pares al día.

—Y en Roma cómo se vive.

Abrí mi negocio en el año 98. Tengo este taller de reparaciones y el laboratorio donde hacemos nuevos modelos. Mi hijo trabaja allí conmigo. Siempre me ha ido bien, en Italia se está bien y ya no pienso en regresar.

—Si tuviera que hacerle un zapato a Francisco, ¿como sería, austero?
El zapato se hace con piel de vaca y basta. No sería la vaca de un rey ni nada por el estilo. Lo haría como a cualquier otro, yo siempre trabajo con material de primera calidad para todo el mundo. Hacerle un zapato a Francisco sería maravilloso, pero he leído que él utiliza zapatos ortopédicos y quien tiene que usar ese calzado no cambia de fabricante.

—Ah, entonces guarda una buena opinión de él…

El Santo Padre es una fantástica persona. Es como si fuera el padre de todos, yo les tengo respeto a todos.

—Tiene el zapato rojo en su escaparate. ¿Cuánto me costaría si le pidiese uno parecido, del número 42, para un pie normal?
Entre 280 y 350 euros. El zapato más caro que tengo en toda la tienda, que tiene un diseño muy especial, cuesta 600 euros.

—¿Ha seguido fabricando el modelo Benedicto?
Me han pedido varios con ese mismo color. He hecho alguno parecido, pero ninguno igual.

—Está descatalogado…
El de Benedicto es el de Benedicto.

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