La historia de Eva Kor empieza como muchas de las de las víctimas del Holocausto, con un arresto por el crimen de ser parte de una comunidad condenada.
“Un día en 1944, mi familia y yo fuimos arrestados y empacados en trenes de ganado, sin comida ni agua”, le contó a BBC Ideas.
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“Nos llevaron a Polonia y nos dejaron en la plataforma de selección en el campo de exterminio nazi Auschwitz”.
Fue entonces que un guardia notó que era especial.
“Nos vio a mí y a mi hermana Miriam, aferradas a mi madre”.
Los recién llegados a Auschwitz eran clasificados: los débiles, que iban de inmediato a las cámaras de gas, y los fuertes, que serían obligados a trabajar.
Pero había otra categoría: la de aquellos que le serían útiles al doctor Josef Mengele, y sus asistentes también estaban allí.
“Nos arrancó de los brazos de mi madre”.
“Recuerdo mirar a mi madre. No lo sabía en ese momento, pero nunca la volvería a ver”.
Eva y su hermana de 10 años se salvaron porque eran gemelas y Mengele las quería para sus experimentos.
Su primera noche fue aterradora...
“En el suelo sucio estaban los cadáveres dispersos de tres niñas. Sus cuerpos estaban desnudos y sus ojos bien abiertos. Era una mirada horrible”.
“Nunca había visto a nadie muerto antes”.
“Eso me impactó fuertemente”.
“Me prometí a mí misma, silenciosamente, que haría todo lo que estuviera a mi alcance para asegurarme de que Miriam y yo no terminaríamos en el piso de la letrina, y que de alguna manera sobreviviríamos y saldríamos de ese campamento vivas”.
Mengele había sido asistente de un conocido investigador que estudió gemelos en el Instituto de Biología de la Herencia e Higiene Racial en Frankfurt; comenzó a trabajar en Auschwitz en mayo de 1943.
Allí tenía un suministro ilimitado de gemelos para estudiar, y no había problema si morían.
Como médico en Auschwitz desde 1943, Mengele torturó a más de 1.000 gemelos y otros prisioneros como parte de su idea deformada de la ciencia.
“Nos dejaban desnudas durante horas y medían cada parte de nuestros cuerpos. Era horrible y humillante”, recuerda Eva.
“Tres veces a la semana nos llevaban al laboratorio de sangre y me ataban los dos brazos y me sacaban mucha sangre del brazo izquierdo, en ocasiones, tanta que me desmayé. Querían saber cuánta sangre puede perder una persona y seguir viviendo”.
“También nos ponían inyecciones: un mínimo de cinco en mi brazo derecho. Esas eran mortales”.
Un día, después de que le aplicaran una inyección, Eva se enfermó gravemente.
“'Lástima, es tan joven que solo le quedan dos semanas de vida', dijo Mengele. Yo sabía que tenía razón. Pero me negué a morir”.
“Si yo moría, a Miriam le habrían dado una inyección letal para que él pudiera abrir nuestros dos cuerpos y comparar las autopsias”.
“Durante las siguientes dos semanas, estuve entre la vida y la muerte. Y todo lo que recuerdo es que me arrastraba por el piso del cuartel porque ya no podía caminar”.
“Y mientras me arrastraba, me desvanecía, estaba entre consciente e inconsciente, pero todo el tiempo me decía a mí misma: ‘Debo sobrevivir, debo sobrevivir’”.
Eva y su hermana sobrevivieron, y en 1945 fueron liberadas de Auschwitz.
“Nueve meses después, regresamos a casa, solo para descubrir que nadie más de nuestra familia sobrevivió. Sólo encontramos tres imágenes arrugadas... eso fue todo lo que quedó de mi familia”.
Eva se casó y comenzó una familia en Estados Unidos. Pero la salud de su hermana sufrió como resultado de los experimentos nazis.
“En 1987, doné uno de mis riñones para salvarla, pero ella murió en 1993, y quedé devastada”.
“Ella era la única de la familia que estaba viva”.
“Estaba enojada”.
A medida que pasaron los años, Eva trató de curarse de su pasado traumático.
Dio el paso inusual de contactar a un médico nazi: Hans Münch.
El 20 de agosto de 1993, “cuando me dirigía a Alemania para encontrarme con un médico nazi, estaba increíblemente nerviosa y asustada”.
“El dr. Münch en ese momento tenía 82 años. Me saludó con amabilidad, respeto y consideración. Me sorprendió que un nazi me tratara con respeto”.
Hans Münch había sido un bacteriólogo en Auschwitz, pero también tenía un trabajo secundario: esperaba fuera de las cámaras de gas y cuando la gente moría, él firmaba un certificado de defunción. Sin nombres, solo la cantidad de personas que habían sido asesinadas.
“Y él me dijo: ‘Ese es mi problema, esa es una pesadilla con la que vivo’”.
“Le pregunté si estaba dispuesto a acompañarme a Auschwitz y hacer la misma declaración que me hizo. Y dijo que le encantaría”.
El Dr. Münch volvió a visitar las cámaras de gas con Eva para firmar un documento confirmando que existían.
Eva quería agradecerle.
“Yo sabía que darle las gracias a un nazi era una idea loca... ¡un sobreviviente de Auschwitz agradeciéndole a un nazi! La gente pensaría que me había vuelto loca”.
“Traté de encontrar la forma de agradecerle, y después de 10 meses, una idea simple apareció en mi cabeza”:
“¿Qué tal una carta de perdón de mi parte, una sobreviviente de Auschwitz?”
“Sabía que sería un regalo significativo para él.”
“Pero lo que descubrí fue que para mí fue una experiencia transformadora: descubrí que tenía el poder de perdonar".
“Nadie podía darme ese poder. Nadie podía quitarme ese poder”.
“Para desafiarme, decidí que incluso podía perdonar a Mengele, la persona que me había hecho pasar por el infierno”.
Mengele había sido arrestado por el ejército estadounidense, pero fue liberado por una unidad que no sabía que su nombre figuraba en una lista de los principales criminales de guerra.
Trabajó como granjero en Baviera antes de escapar a Argentina en 1949.
Aunque las autoridades de Alemania Occidental emitieron una orden de arresto en 1959, Mengele permaneció en América del Sur hasta su muerte por ahogamiento después de un derrame cerebral en un centro turístico en Brasil en 1979.
Fue enterrado en Sao Paulo bajo el nombre de Wolfgang Gerhard.
Pero Eva no necesitaba que estuviera vivo para perdonarlo.
"No fue fácil, pero sentí que me habían quitado un peso enorme. Finalmente me sentí libre.
“¿Quién decidió que yo, como víctima, debo estar, por el resto de mi vida, triste, enojada, desesperada e indefensa?”
“Me rehúso”.
“Nunca puedes cambiar lo que sucedió en el pasado. Todo lo que puedes hacer es cambiar tu reacción”.
“Mi hermana y yo fuimos convertidas en conejillos de indias humanos. Toda nuestra familia fue asesinada”.
“Pero tengo el poder de perdonar".
“Y tú también”.