Cuando Sanna Marin asumió el liderazgo de su país en 2019, el ministro del Interior de Estonia hizo un comentario inoportuno: “Lo sucedido recientemente en Finlandia le pone a uno los pelos de punta”. Y espetó: “Ahora podemos ver que una cajera se ha convertido en primera ministra”.
Aunque las intemperadas declaraciones de Mart Helme, el entonces presidente del Partido Popular Conservador de Estonia (EKRE), provocaron una pequeña crisis diplomática que llevó a la presidenta de la nación báltica a disculparse con sus vecinos, lejos de escandalizarse, la flamante dirigente, un nítido ejemplo del éxito del estado de bienestar finlandés, replicó con astucia: “Estoy extremadamente orgullosa de Finlandia. Aquí los hijos de una familia pobre pueden educarse y alcanzar sus metas en la vida, y una cajera puede convertirse incluso en primera ministra”.
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“Ese modo que tiene Sanna Marin de resolver los conflictos con firmeza, pero a la vez con un cierto grado de rebeldía es lo que cae bien a los finlandeses”, explica a LA NACION el analista político Teivo Teivainen sobre la popular mandataria, y matiza que “no debemos dejarnos engañar por su discurso progresista”. Según el experto, la primera ministra, que pertenece al Partido Socialdemócrata (SDP), entraña una curiosa “combinación entre radicalidad y seriedad política y económica que cae simpática”, y que la ha llevado a defender los tradicionales valores frugales del norte, incluso frente a políticos de su misma línea ideológica, incluido el presidente español, Pedro Sánchez, con quien tuvo un agarrón por los “corona bonos” al recriminarle que dejara de reclamar más ayudas sin aportar nada significativo a cambio.
Pero en retrospectiva, la arremetida de Helme o el choque con Sánchez fueron minúsculas anécdotas para una primera ministra que se enfrentó a una pandemia y que, a raíz de la feroz ofensiva rusa en Ucrania, se vio obligada a virar el timón del histórico curso neutral de su país y propulsar la candidatura de Finlandia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una decisión a la que su partido se había opuesto hasta hace muy poco. La semana pasada, su gobierno también tomó la decisión de limitar las condiciones de visa para turistas rusos al 10% del número actual a partir del mes de septiembre. “No está bien que mientras Rusia libra una agresiva guerra, los rusos puedan llevar una vida normal”, zanjó Marin con firmeza.
Todos estos hitos elevaron su imagen, que esta semana, sin embargo, se vio mancillada por la filtración de dos videos que la muestran de fiesta “salvaje” –en palabras de la propia ministra–, lo que desató un escándalo en el país nórdico que llevó a la mandataria finesa a someterse a un test de detección de drogas.
El episodio es un fiel reflejo de esta doble cara de Marin que señala Teivanen: una joven de 36 años a la que le gusta divertirse y una líder que está dispuesta a plantarse ante el temible Vladimir Putin.
Fin de la neutralidad
Desde la Guerra Fría, Finlandia acuñó para su política exterior la doctrina de Paasikivi-Kekkonen —bautizada según dos presidentes de la postguerra—, un delicado modelo de neutralidad cuya piedra angular era la contemplación, en palabras del presidente Paasikivi, de la “especial situación geopolítica del país”, dotado de casi 700 kilómetros de frontera común con la Unión Soviética. Según esta visión, en una simple actitud de “realismo político”, Finlandia debía abstenerse de irritar a su imprevisible vecino, del que, a pesar de haberse enfrentado durante la primera mitad del siglo XX en dos guerras, había logrado evitar su ocupación y conservar su independencia.
No obstante, de acuerdo con los críticos, Finlandia pertenecía, en muchos casos, al ámbito de la influencia soviética por lo que los medios occidentales abrazaron el término “finlandización”, introducido por primera vez en Alemania Occidental en la década de 1960, para describir peyorativamente esta controvertida postura.
Con los años, la relación con Rusia se ha ido deteriorando. Y la primera ministra no ha temido en plantarse frente al implacable Vladimir Putin. “Tomó una posición bastante diferente de los gobiernos anteriores. Ha hablado de una manera más directa del autoritarismo y los problemas de DDHH tanto en Rusia como en China”, señala Teivainen, profesor de Política Mundial en la Universidad de Helsinki, lo que, según explica, ha generado “algunos roces con el presidente” Sauli Niinisto.
Eclipsada por el presidente
En Finlandia, la primera ministra actúa como jefa de gobierno mientras que el presidente lidera la política exterior del país. Es por eso que dos impulsivas interferencias de Marin vinculadas a Rusia habrían irritado en el pasado a Niinisto, el presidente europeo que mejor conoce a Putin de acuerdo con Der Spiegel, según recogieron medios locales. Conforme a los reportes, la joven dirigente, aparentemente “de gatillo fácil en Twitter”, habría condenado públicamente el arresto del opositor ruso Alexei Navalny en 2021 sin consultar previamente al presidente o esperar su proceder. Luego se aclaró que había sido un problema de comunicación entre sus oficinas, pero que se volvió a repetir cuando la líder finlandesa se entrevistó a finales de enero de este año con Reuters y afirmó que era muy poco probable que su país se uniera a la OTAN bajo su mandato, un tema que cae bajo el ámbito del presidente.
Sin embargo, el 24 de febrero –el día que comenzó la invasión– “marcó un antes y un después”. “Hubo un cambio en la opinión pública cuando Rusia comenzó a decir de una manera más clara que la expansión de la OTAN a Finlandia no era aceptable. Eso molestó a los políticos finlandeses porque siempre se había mantenido la opción. ‘Somos un país soberano y no aceptamos que uno u otro lado socave nuestra soberanía’, sostuvieron”, dice Teivainen.
Desde entonces, los líderes finlandeses parecen haber dejado atrás los malos entendidos y juntos resolvieron decisiones históricas como el envío de armas a Ucrania, en contra de la histórica política finlandesa de no mandar armas a países en guerra (a excepción de Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita a quien Finlandia suspendió la venta de armas tres años después de su incursión en la guerra civil de Yemen), o la adopción de sanciones y medidas para cortar la postergada dependencia de la energía rusa, a pesar de las posibles represalias en este sector o incluso militares.
Pero ni las amenazas de Putin han logrado detener a Finlandia, y Marin y Niinisto, de partidos diferentes, en una muestra de unidad nacional, oficializaron ayer la candidatura de su país a la Alianza Atlántica, una decisión a la que se sumó hoy Suecia.
La popularidad de Marin solo se ha visto eclipsada por la de Niinisto. Según una encuesta de Helsingin Sanomat de abril, alrededor del 86% de los entrevistados se mostraron satisfechos con la labor del presidente, mientras que aproximadamente el 63% opinó lo mismo sobre la primera ministra. “Él es muy carismático y tradicionalmente ha manejado de una manera muy hábil el tema de Rusia. Se ha juntado en numerosas ocasiones con Putin pero nunca se mostró complaciente. Además, viniendo del partido más pro OTAN (Partido Coalición Nacional), sostuvo que Finlandia no se uniría a la alianza militar y con eso se ganó el respeto de sectores más de izquierda. A su vez, la gente pro OTAN ha sabido que dentro de su corazón siempre estaba esa opción sobre la mesa”.
Excelente gestión de la pandemia
De cualquier manera, “ambos llevan roles muy distintos y ella es igualmente muy querida”, defiende el experto.
Marin, la primera ministra más joven de Finlandia y la tercera líder de estado más joven de la historia, después de Gabriel Boric de Chile y Sebastian Kurz de Austria, llegó al poder en 2019 después de que el liberal Partido de Centro decidiera retirarle su confianza como líder del Ejecutivo a Antti Rinne por su forma de gestionar un conflicto laboral en el servicio postal público.
Desde entonces, su gestión se ha visto amedrentada por eventos excepcionales. Al poco tiempo de asumir el rol de primera ministra, se vio obligada a reaccionar ante una desconocida enfermedad que barrió al mundo. Para el 16 de marzo, Finlandia no solo estaba confinada, también había activado la Ley de Poderes de Emergencia, utilizada por última vez en la Segunda Guerra Mundial, que otorgaba al gobierno poder para regular los salarios y exigir “la puesta en práctica obligatoria de mano de obra para obtener trabajo”. Se dio una directiva clara a la gente: quedarse en casa siempre que fuera posible. Se animó a todas las personas con síntomas leves a hacerse la prueba y se establecieron reuniones periódicas con laboratorios, médicos y clínicas para coordinar los planes.
Marin fue elogiada por el equilibrio que logró entre la economía y la salud. Finlandia es el país de la Unión Europea (UE) con menor índice de mortalidad por Covid-19 desde el inicio de la pandemia, con una cifra tres veces menor a la de España o Francia.
El único traspié de su gestión de la pandemia fue un incidente personal a finales de 2021 cuando después de haber estado en contacto con su Ministro de Asuntos Exteriores, quien dio positivo por Covid, fue a bailar a una discoteca. La joven mandataria se disculpó por su falta de criterio y explicó que no llevaba consigo el teléfono laboral, a donde la habían avisado que debía aislarse a pesar de estar vacunada con dos dosis. Sin embargo, según Teivavinen, el exabrupto no tuvo demasiado impacto. “Ella es joven, se divierte, sale a bailar, se pone su chaqueta de cuero, toma cerveza, eso es parte de su carisma”, señala.
El escándalo que sí “dejó una manchita” en un intachable historial fue el vinculado a sus desayunos. Según la investigación del diario Iltalehti, la familia de la primera ministra utilizó fondos públicos —850 dólares mensuales— para el pago de sus desayunos. El episodio, algo menor en muchos países, desató un descalabro político. De acuerdo con Marin, el pago de los desayunos era un arreglo que había quedado de la administración pasada. De cualquier manera zanjó el asunto anunciando que desde entonces pagaría todas sus comidas.
Un caso del éxito del estado de bienestar
Cuando Marin asumió el cargo de primera ministra afirmó en una entrevista con un medio local: “Vengo de una familia con pocos recursos y yo no hubiera tenido posibilidades de tener éxito y progresar si no tuviéramos un sólido estado de bienestar y un buen sistema educativo”.
Marin nació en Helsinki y vivió en Espoo y Pirkkala antes de mudarse a Tampere. Sus padres se separaron cuando ella era muy joven; la familia pasaba por problemas financieros y su padre luchaba contra el alcoholismo. Fue criada por su madre y su novia, décadas antes de que la ley finlandesa reconociera el matrimonio homosexual. “Soy de una familia homoparental y eso sin duda me ha condicionado para que la igualdad, la paridad y los derechos humanos sean muy importantes para mí”, aseguró la primera ministra en una entrevista.
Trabajó en una panadería y como cajera mientras estudiaba Ciencias Administrativas en la Universidad de Tampere. Miembro de las juventudes socialdemócratas desde muy joven, su carrera política dio un salto en 2010, cuando entró a formar parte del comité nacional del SDP a pesar de su escasa experiencia.
En 2012 fue elegida concejal del ayuntamiento de Tampere y en 2015, con 29 años, consiguió su primer escaño en el Eduskunta (el parlamento finlandés), aunque el SDP registró los peores resultados de su historia (el 16,5 % de los votos). Rápidamente ascendió hasta alcanzar la vicepresidencia del partido en 2017.
En junio de 2019 se convirtió en la ministra de Transportes y Comunicaciones. En diciembre de ese mismo año, con 34 años, Marin fue nominada por el SDP para suceder a Rinne. La mayoría de los ministros de su gabinete de cinco partidos son mujeres, 12 de 19 en el momento de la formación del gabinete.
En enero de 2018, Marin y su prometido, Markus Räikkönen tuvieron una hija, Emma. En agosto de 2020, se casaron en Kesäranta, la residencia oficial.