Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia. (Foto: AP)
Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia. (Foto: AP)
/ Maxim Guchek
Agencia AFP

En sus 27 años en el poder, el presidente bielorruso  ha demostrado que no le tiembla la mano a la hora de reprimir, ya sea con arrestos masivos, exilios forzados, torturas y ahora incluso el desvío de un avión.

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Desde su llegada al poder en 1994 en este país situado a las puertas de la Unión Europea, Lukashenko construyó sobre las ruinas de la URSS un régimen personalista, con una economía centralizada y apoyado en el ejército y la policía, dedicados a aplastar a la disidencia.

A sus 66 años, puede contar con la devoción de sus “apparátchiks”, el firme apoyo de Moscú, su aliado contra viento y marea, pero también con una franja de la población, sobre todo la tercera edad, que teme más el desorden que la represión.

Pero internacionalmente, Lukashenko nunca había estado tan aislado como desde el domingo, cuando desvió un avión comercial que sobrevolaba su país rumbo a Lituania.

El presidente ordenó a un caza MiG-29 que interceptara el aparato, en el que viajaba uno de sus destractores, un periodista de 26 años, que acabó siendo detenido.

Las autoridades aseguran que actuaron legalmente por una amenaza de bomba y que desconocían la presencia a bordo de Román Protasévich.

Ni los opositores ni Occidente se creen esta historia, máxime cuando la enrevesada maniobra recuerda el estilo de Lukashenko.

Este hombre alto, calvo y bigotudo, ex gerente de una granja colectiva, siempre ha sido conocido por sus amenazas y brutales diatribas contra sus críticos. Además asume sin complejos ser un líder autoritario.

- “Batka” -

Lukashenko hace caso omiso de las críticas y de las sanciones, no duda en promover teorías complotistas o remedios improbables contra el coronavirus y elimina metódicamente cualquier oposición.

Antes incluso del episodio del avión desviado, el presidente ya había mostrado su determinación.

En el otoño boreal de 2020, cuando un inédito movimiento de protesta sacudió su país, se presentó en público empuñando un kalashnikov, bajo una estricta protección policial, a pocos metros de miles de opositores.

Acompañado de su hijo adolescente Nikolai Lukashenko, ambos con armas y chaleco antibalas, sobrevoló en helicóptero las protestas y trató a los manifestantes de “ratas”.

“Solo tengo a Bielorrusia, me aferro a ella y me mantengo”, dijo en noviembre, a medida que opositores, manifestantes y periodistas acababan entre rejas o en el exilio.

Lukashenko, al que sus partidarios llaman “Batka” (Papá), asume también su carácter de macho, deningrando a las mujeres que se oponen a él, como su rival en la presidencial Svetlana Tijanóvskaya, a la que trató de “pobre chica”.

- Turbulencias y vacilaciones -

Frente al caos que sufrió el resto del imperio soviético en los años 1990, tras el desplome de la URSS, Lukashenko tomó con decisión el timón de su país. Una parte apreciable de la población lo sigue recordando con gratitud.

El presidente luce también sin complejos una imagen populista, de hombre campechano, recogiendo sandías en el campo, vestido con uniforme militar, o luciendo virilidad deportiva en las pistas del hockey sobre hielo.

Lukashenko adula constantemente a los agricultores y a los obreros con discursos en los que alaba a las patatas, o a los tractores bielorrusos.

Pero sus detractores lo acusan de encabezar una red de corrupción que ha escondido fortunas en Suiza.

Durante décadas, Lukashenko ha sabido nadar hábilmente entre Rusia y la UE, obteniendo tratos especiales o prebendas de unos o de otros.

Pero ante las sanciones europeas y las ambiciones rusas, Lukashenko escogió esta vez a Moscú, que cierra los ojos ante la dureza de su represión.

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