Hace 22 años la explosión accidental de un torpedo provocó el hundimiento del submarino atómico Kursk, insignia del armamento de Rusia. 118 hombres quedaron atrapados a 108 metros de profundidad en el mar de Barents.
Lo ocurrido el 12 de agosto de 2000 mantuvo en tensión a Rusia durante nueve días, hasta el trágico desenlace de la peor catástrofe vivida por la marina del país.
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Aquel sábado en la mañana, el gigantesco submarino de 154 metros de largo participó en los ejercicios de gran escala de la Flota del Norte en las fronteras de Rusia y Noruega. Pero, a las 11:28 a.m. los sismógrafos noruegos registran una violenta explosión seguida, diez minutos después, de una segunda detonación aun más fuerte.
Kursk fue localizado el domingo al amanecer por la marina. Toda conexión de radio con la tripulación estaba arruinada. Solo se captaba el SOS que un ocupante del sumergible envió a través de golpes en el casco.
Al final de la tarde, se mandó un primer submarino de rescate, pero en su trayectoria chocó contra los restos del Kursk. Fue por eso que debió salir rápidamente a la superficie.
La marina de Rusia hizo público el accidente del Kursk el 14 de agosto. Catalogó el accidente como “problemas técnicos”.
El Kremlin tardo cinco días más en dar luz verde a la operación internacional de rescate. El 15 de agosto, mientras se anunciaba el comienzo de la operación, que quedó aplazada debido a las malas condiciones meteorológicas, Moscú rechazaba en paralelo la ayuda que le brindaban distintos países.
Solo al día siguiente, cuando las fuentes oficiales reconocieron que la tripulación ya no daba señales de vida, Moscú accedió a que la OTAN emprendiera una operación internacional de rescate.
Recién el 21 de agosto un equipo de buzos noruegos logró abrir una de las escotillas, aunque solo encontró agua. La Armada rusa se decidió a comunicar de forma oficial que los 118 tripulantes habían muerto.
Putin de vacaciones
Vladimir Putin, que casi recién se entrenaba como presidente, estaba de vacaciones en Sochi en el mar Negro. Esperó hasta el 16 de agosto para dar una primera declaración, vestido con ropa casual: la situación es “crítica”, pero Rusia “dispone de todos los medios de rescate necesarios”.
Ese mismo día, tras una charla telefónica con el presidente estadounidense Bill Clinton, el exagente de la KGB ordena aceptar “ayuda de donde venga”. Pero, no interrumpe sus vacaciones.
Su silencio le vale críticas en la prensa.
“La catástrofe debería ser una obsesión (...) para el Estado, empezando por el presidente”, señala el diario Izvestia. La prensa acusa a los militares de mentir.
El 18 de agosto Putin asegura que las posibilidades de salvar a la tripulación son “muy escasas, pero aún existen” y decide finalmente volver a Moscú.
Al igual que ocurre ahora con la invasión emprendida en Ucrania, Putin aprovechó este accidente para crear una potente máquina de propaganda, lanzar un ambicioso programa de rearme, incrementar el control sobre los medios de comunicación e imponer el secretismo como si nada hubiera pasado.
Versiones
Según la versión del Kremlin, se produjeron dos explosiones con un intervalo de dos minutos y 15 segundos en la cámara de torpedos debido a una reacción química entre el queroseno y el peróxido de hidrógeno que los propulsaban, lo que provocó un incendio que dañó gravemente la sala de control del submarino.
De acuerdo con los investigadores, solo 23 tripulantes, que se refugiaron en el noveno compartimento, sobrevivieron a las dos explosiones, pero acabaron falleciendo pocas horas después cuando se les agotó el oxígeno.
En paralelo, el entonces ministro de Defensa ruso, Igor Serguéyev, arguyó que la tragedia del Kursk tuvo su origen en una colisión con submarinos de la OTAN -dos estadounidenses y otro británico- que supervisaban las maniobras navales en las que participaba el sumergible ruso cuando se hundió, supuesto que la propia Alianza se apresuró a desmentir.
Los abogados de las familias de las víctimas critican que se enviara al mar un buque para realizar maniobras a gran escala para las que no estaba preparado, así como la tardía reacción de la Armada o los obstáculos que las autoridades rusas les pusieron para conocer lo que realmente ocurrió.
El submarino estuvo durante más de un año a 108 metros de profundidad y fue reflotado en una compleja operación que se prolongó más de tres meses y le supuso al Gobierno ruso un coste de decenas de millones de dólares.
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