Hace tiempo que los James Bond y Austin Powers quedaron relegados a la memoria de la Guerra Fría y a los DVDs empolvados. Hoy, los espías se visten de diplomáticos para robar información y poner en jaque a sus enemigos.
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Así es que se entiende que, de vez en cuando, hayan crisis diplomáticas. La última llega desde República Checa, país que defenestró a 18 agregados rusos, cuya consecuencia directa fue que el Kremlin respondiera con una acción similar.
Los expulsados fueron acusados por la agencias de inteligencia como espías.
La parafernalia de los 007 a las que nos acostumbró el séptimo arte es cosa del pasado.
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Pero no deja de sorprender que la nación que siempre está en la mira del resto sea la presidida por Vladimir Putin. Habría que recordar que, en marzo del 2018, Estados Unidos ordenó la expulsión de 60 diplomáticos acusados de lo mismo.
Y no ha sido la única vez ni el único país en reaccionar de la misma manera frente al Rusia. Ello invita a pensar: ¿será que las embajadas rusas son un nido de espías?
MODUS OPERANDI
Fue el periódico “La Razón” el que se planteó la interrogante antes expuesta. En un artículo, se plantea que, a menudo, los agentes secretos son protegidos con la inmunidad diplomática, y que sus misiones suelen ser recoger información y “frustrar acuerdos y decisiones” para perjudicar al país que los acoge.
El portal de Radio Prague International, en una nota del 2000, recuerda que los espías rusos tenían contacto con los extremistas checos, sobre quienes querían influir.
Se trata, según el artículo, de un modus operandi que viene desde la Guerra Fría, de cuando la “KGB soviética mantenía” estrecho contacto “con líderes y agitadores de diferentes agrupaciones extremistas occidentales que les ayudaban a vender una imagen positiva de la URSS al otro lado de la Cortina de Hierro”.
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A diferencia del cliché impuesto por James Bond, los espías rusos actuales no están interesados en llamar la atención. Disfrazados de delegados de Moscú, configuran “una verdadera red de espionaje, influencia, extorsión y negocios turbios”.
Infobae anota que, “a diferencia” de otras delegaciones “con representatividad más democrática, los títulos que aparecen en sus tarjetas de presentación son solo una fachada”. Su misión es infiltrarse entre empresarios, políticos y periodistas para conseguir “información sensible”.
“Tras el colapso del experimento soviético en Rusia, el lavado de imagen de la KGB entró en funcionamiento. Su heredera solo cambiaría de nombre: pasó a llamarse FSB, tras varias reestructuras en su organigrama”, escribe el portal.
Y agrega:
“Depende del presidente Vladimir Putin, quien fuera espía durante los años finales de la Guerra Fría en Alemania Oriental. Opera en el mismo edificio que su antecesora y emplea a alrededor de 300 mil agentes secretos”.
Con esa impresionante red, por ejemplo, los agregados se inmiscuyeron en la sede diplomática rusa en La Haya, hasta que fueron acusados de “robar datos confidenciales tecnológicos” y “espiar a empresas de alta tecnología”.
Tras su expulsión de esos agentes de los Países Bajos, el Kremlin reaccionó de la misma forma.
No era la primera vez que se detectaban espías rusos en ese país. Antes, una operación fue desbaratada y se frustró un ataque cibernético a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas.
“El objetivo de la misión era atacar los sistemas informáticos del organismo. De acuerdo al gobierno holandés, la operación –que constó de un vehículo superequipado y aparcado en un hotel continuo al edificio donde funciona el ente- fue coordinada por el Departamento Central de Inteligencia del ejército ruso”, escribe Infobae.
¿Por qué interesaba tanto ese lugar? Allí se investigaba el ataque con armas químicas que mató a 50 personas en Duma, Siria, en abril del 2018.
OPERACIÓN ENIGMA
Quizás uno de los espías de los que más se habló en los últimos tiempos fue Andrei Konchakov. Él llegó a Praga como diplomático con la misión de dirigirse a la embajada rusa y, desde allí, descifrar cómo envenenar al alcalde Zdenek Hrib, alcalde de Praga y enemigo del Kremlin.
Nadie podía revisar su valija diplomática así que no tuvo problemas en hacer todo el recorrido con el veneno. Felizmente, su misión falló.
También se recuerda a Aleksandr Nikolayevich y Aleksandr Paristov, “acreditados como terceros de la embajada rusa en Bogotá”. Ambos fueron expulsados de Colombia el 8 de diciembre del año pasado.
Según el portal de “Semana”, el seguimiento por dos años (trabajo que se conoció como la Operación Enigma) permitió conocer que ambos eran espías “dedicados a obtener información de inteligencia militar, de tecnología e infraestructura crítica del sector energético del país”.
“Los espías aparentaban llevar una vida de diplomáticos normal, pero constantemente hacían desplazamientos extraños, tenían a su disposición varios vehículos y se movilizaban por los lugares más insólitos”, apunta el portal.
¿Qué hizo que saltaran las alarmas del gobierno colombiano? La llegada “masiva de técnicos rusos expertos en helicópteros MI” (que las FFAA Colombia posee) y la gran cantidad de funcionarios que trabajaban en su embajada (44, los mismos que en el Reino Unido) fueron las razones.
“La inteligencia cree que las labores de estos diplomáticos-espías tenían una relación directa con los intereses de Venezuela en la región, que están ligados al apoyo ruso”, sentencia el medio.
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