La vida de Svetlana Tijanóvskaya, por lo menos en los últimos años, no fue ni común ni estuvo exenta de sobresaltos. La profesora de inglés y traductora no solo se encargaba de dirigir su casa y cuidar a sus dos hijos, sorteando los problemas de vivir en un país donde los salarios son bajos y los niveles de pobreza preocupantes, sino que también apoyaba a su esposo, Serguéi Tijanovski, en una empresa vesánica: se iba a postular en las elecciones presidenciales de Bielorrusia.
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El plan era osado, implicaba mucho esfuerzo y un gran riesgo, pero valdría la pena. En mayo de este año, sin embargo, la situación se les escapó de las manos. Aleksandr Lukashenko, el presidente del país de Europa Oriental desde 1994 considerado como uno de los últimos dictadores del continente, mandó a arrestar a Tijanovski y lo sacó de carrera. Lo acusaron de incitación a desórdenes públicos (por una serie de videos que colgó en Internet en los que recorría el país evidenciando las injusticias del régimen, y participar de protestas) y, desde entonces, sigue en prisión. Con el nuevo panorama, Svetlana envió a sus hijos (un niño de 10 y una niña de 4 años) a Lituania para que se quedaran con su abuela. Solo allí estarían a salvo de cualquier represalia.
Para muchos parecía evidente que se trataba de una persecución política, que habría sido la fuerza que Sergei Tijanovski empezaba a cobrar lo que habría asustado a Lukashenko, y no se equivocaban. Si bien en Bielorrusia existen aquellos que apoyan al gobernante, cada vez hay más personas descontentas con el hombre de 65 años que lleva 26 años en el puesto y quien, por propia confesión, ha dicho que no tiene la más mínima intención de retirarse de la vida política. Después del arresto de su esposo, Svetlana supo que no tendría otra opción: si quería ver a su esposo libre y acabar con las penas de sus coterráneos, tendría que tomar su puesto y sumarse a la carrera presidencial. Su vía crucis recién empezaba.
UNA CANDIDATA IDEAL
Svetlana Tijanóvskaya había dicho, hasta antes de los comicios en Bielorrusia, que no estaba interesada en el poder. Que si bien se había vuelto aspirante a la presidencia y se había sumado a lideresas políticas como Veronkia Tsepkalo y Maria Kolesnikova (cuyos esposos también están en prisión), prefería estar en casa friendo chuletas. La mujer de 37 años nacida en la pequeña Mikashévichi, simbolizaba el ideal democrático, el desprendimiento que cualquier pueblo podría soñar ver en sus representantes y daba sentido a la frase “la revolución será feminista o no será”. Si ganaba, sostuvo entonces, liberaría a los presos políticos, convocaría a nuevas elecciones y daría la oportunidad a todos los interesados de participar en ellas.
“Entré a la política no para llegar al poder –sostuvo Tijanóvskaya en un mitin–, sino para buscar justicia”.
Pero los resultados fueron adversos: el último 9 de agosto, Lukashenko, ganó las elecciones con un apabullante 80%. Tijanóvskaya con las justas superó el 9%.
Los reclamos de fraude empezaron a sonar en el país al punto que miles de ciudadanos salieron a la calle, enfrentándose a las balas de goma, cañones de agua y apresamientos de una policía acostumbrada a la represión (y que ya iría por las 2 mil detenciones). El presidente electo por un sexto periodo consecutivo, declaró con firmeza y ante sus seguidores que también se reunieron en las plazas, que se mantenía firme en el cargo. “Ya celebramos unas elecciones –dijo–. Hasta que me maten no habrán otras”.
Además de su raigambre dictatorial, las palabras Lukashenko –quien antes señaló que una mujer no puede ser presidenta porque “colapsaría, pobrecita”– se pueden explicar a partir de la fuerza que cobró Svetlana Tijanóvskaya en las últimas semanas.
Tijanóvskaya ahora se encuentra en Lituania junto a sus hijos, para evitar que el gobierno de su país tome represalias en contra suya. La jugada ha sido la ideal, porque evitó que la policía la detuviera (así como pasó con su jefa de campaña, Maria Moroz, o su compañera Maria Kolesnikova), y desde allí señaló haberle dado un giro a la misión que aceptó luego de que su esposo fuera apresado.
“Estoy dispuesta a asumir responsabilidades y a actuar en este período en calidad de líder nacional –afirmó–, para que el país se calme, recobre su ritmo normal, para liberar a todos los presos políticos y preparar con brevedad las normativas y condiciones para celebrar unas nuevas elecciones presidenciales”.
Además, Tijanóvskaya agregó: “Yo no quería ser política, pero el destino ha hecho que esté en la primera línea de la confrontación con la arbitrariedad y la injusticia”.
REVOLUCIÓN FEMENINA
Fueron tres mujeres quienes hicieron peligrar la reelección de Aleksandr Lukashenko (y hasta cierto punto desestabilizar su gobierno), y él jamás las vio venir. Aunque trató de desmerecerlas a punta de insultos ad hominem, Svetlana Tijanóvskaya, Veronika Tsepkalo y Maria Kolesnikova se convirtieron en la viva imagen de aquellos disconformes con el régimen que controla Bielorrusia desde hace más de dos décadas.
Con Tijanóvskaya como candidata, Tsepkalo y Kolesnikova se convirtieron en sus mejores asesoras políticas.
A Lukashenko le resultaba inimaginable que el país botara por alguna mujer como su presidenta. La razón: el pueblo que dirige “no ha madurado suficiente”, una crítica que, sin querer, sonaba a halago. Un poco más del 9% de bielorrusos le dieron la contra y votaron por Tijanóvskaya.
Pero como en las películas, fue el mismo gobernante quien las obligó a involucrarse en la política. Una mezcla de venganza, sentido de justicia y las ganas de vivir en un país mejor en donde se respeten las libertades de las personas son algunos de los ingredientes que se combinan en las historias del trío.
“Solo era una esposa y una madre más –declaró Tijanóvskaya hace algunos meses–. Era totalmente feliz con mi vida, pero hoy voy a inscribirme como candidata a la presidencia”. Fue solo después del encarcelamiento de su esposo, Serguéi Tijanovski, y la amenaza para su vida y la de sus hijos, que la maestra de 37 años decidió enfrentarse a lo que ella misma llama dictadura.
Similar situación es la que vivieron Tsepkalo y Kolesnikova, cuyas parejas también fueron perseguidas y hasta encarceladas.
Tsepkalo ha hablado sobre su esposo, el político Valery Tsepkalo, que también tentó la presidencia de Bielorrusia. En una entrevista al portal The World, ella dijo: “Tuvimos que irnos del país muchas semanas antes de las elecciones porque nos empezaron a presionar. Mi esposo estuvo bajo mucha presión. Lo iban a acusar de cargos criminales y [el gobierno] había empezado los trámites para quitarme a mis hijos”.
Kolesnikova, por su lado, es esposa del banquero opositor del régimen Viktor Babariko. Tanto Babariko como su hijo, fueron detenidos dos meses antes de los comicios, al ser acusados de evasión de impuestos y lavado de dinero. El apresamiento se dio, coincidentemente, luego de que presentaran las firmas necesarias (100 mil) para ser parte de las elecciones. El abogado defensor, por supuesto, asegura su inocencia.
Son ellas tres quienes, luego de haber sido ninguneadas, perseguidas y hasta arrestadas, se unieron para liberar a Bielorrusia de lo que llaman la tiranía de Lukashenko, y demostrar que el gobernante se equivoca al deslizar que la política y el cargo de presidente no están hechos para las mujeres.
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