A principios de la década de 1770, un inventor llamado Wolfgang von Kempelen presentó su más reciente creación en la corte de María Teresa I de Austria, la única mujer que gobernó sobre los dominios de los Habsburgo.
Se trataba de un hombre mecánico vestido con una túnica y un turbante que estaba sentado en un gabinete de madera sobre el que había un tablero de ajedrez.
Von Kempelen comenzó su demostración abriendo las puertas y los cajones del gabinete e iluminando con una vela el interior de cada sección, en los que se veían engranajes y otros mecanismos.
Después de cerrar el gabinete, von Kempelen invitó a un voluntario a jugar ajedrez con el turco.
Fue entonces que ocurrió lo inesperado.
Resulta que el turco era un experto en el complicado juego.
Además, respondía con habilidad al comportamiento impredecible de los humanos; su mecanismo parecía imitar la razón humana.
La mente del turco
La creación de von Kempelen les pareció a muchos casi sobrenatural.
Una de las grandes esperanzas de la época finalmente se había realizado. Por fin, la mente podría ser simulada por la ingeniería mecánica.
El jugador de ajedrez turco salió de gira por toda Europa.
Casi en todos los lugares a los que iba, ganaba.
En cafés, academias y cortes, el turco inventaba nuevas aperturas de ajedrez y destruía la reputación de muchos jugadores expertos.
Inspirador
El muñeco era una muestra de cuán ambiciosas e infinitas eran las posibilidades para la ingeniería, el mecanismo y el diseño.
Pero esta máquina increíble haría mucho más que simplemente entretener.
Inspiraría uno de los inventos más importantes de la Revolución Industrial.
A mediados de la década de 1780, un grupo de caballeros ingleses acaudalados se reunieron para cenar.
En el trascurso de la velada, discutieron uno de los problemas realmente importantes del comercio de textiles británicos: ¿sería posible que una máquina hiciera una de las actividades más complicadas en la industria: tejer?
Uno de los presentes había visto al jugador de ajedrez turco en Londres, y se había sorprendido por lo que podía hacer esta máquina.
Los convenció de que si había una máquina tan ingeniosa como para jugar al ajedrez, seguramente era posible diseñar una máquina que pudiera tejer telas.
Así, los primeros hombres que diseñaron telares mecánicos de potencia se inspiraron en el jugador de ajedrez turco.
Lo que solía hacerse a mano, pasó a hacerse con maquinaria automática cuyos componentes se parecían a los componentes móviles del turco: el brazo de la tejedora, por ejemplo, era similar al que el turco usaba para mover las piezas de ajedrez.
La realidad
El jugador de ajedrez turco había ayudado a inspirar la mecanización del tejido y la transformación de la industria.
Pero la máquina no era todo lo que parecía.
Su asombrosa habilidad se basaba en algo que nadie sospechaba.
Al final, el secreto del turco fue revelado.
A pesar de las apariencias, había espacio más que suficiente dentro del gabinete para que un ser humano adulto se sentara cómodamente.
Desde el interior, el operador podía guiar el brazo del turco, levantando y moviendo las piezas a voluntad. Y podía seguir el curso del juego mirando hacia arriba al tablero de ajedrez que estaba en la parte superior del gabinete.
Así que el turco fue un experimento de confianza.
En lugar de ser una máquina magnífica, era un dispositivo magníficamente dispuesto en el que un humano fingía ser una máquina que pretendía ser un humano.
Una visión de la fluidez, la ambigüedad que caracteriza la frontera entre la humanidad y la tecnología, entre las personas y las máquinas.